Eduardo Galeano: Memoria del fuego.

Eduardo Galeano: Memoria del fuego.

27 Enero 2012

El mundo americano fragmentado, historiado en pequeños relatos,  que nos permiten su visión conjunta. Eso es Memoria del fuego, la trilogía que Eduardo Galeano publica entre 1982 y 1986. Libro de resurrecciones, con un pasado reciente que era tan sangriento como varios pasados.

Y entre esos pasados, la Guerra del Paraguay ocupa un lugar especial. Porque cruza a cuatro naciones suramericanas, y porque su rastro de sangre aún no se ha perdido ( y pareciera que no ha cesado). Urquiza, Mitre, López, Sarmiento. Elisa Lynch y el guaraní, algunos de los relatos que compartimos del segundo tomo Las caras y las máscaras.    


1865 Buenos Aires
La Triple Infamia

Mientras en Norteamérica la historia gana una guerra, en América del Sur se desencadena otra guerra que la historia perderá. Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo, los tres puertos que hace medio siglo aniquilaron a José Artigas, se disponen a arrasar el Paraguay.
Bajo las sucesivas dictaduras de Gaspar Rodríguez de Francia, Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano López, caudillos de muy absoluto poder, el Paraguay se ha convertido en ejemplo peligroso. Corren los vecinos grave riesgo de contagio: en el Paraguay no mandan los terratenientes, ni los mercaderes especulan, ni asfixian los usureros. Bloqueado desde afuera, el país ha crecido hacia dentro, y sigue creciendo, sin obedecer al mercado mundial ni al capital extranjero. Mientras los demás patalean, ahorcados por sus deudas, el Paraguay no debe un centavo a nadie y camina con sus propias piernas.
El embajador británico en Buenos Aires, Edward Thornton, es el supremo sacerdote de la feroz ceremonia de exorcismo. Argentina, Brasil y Uruguay conjurarán al demonio clavando bayonetas en el pecho de los soberbios.


1865 San José
Urquiza

Besa la mano de una mujer, es fama, y la deja embarazada. Colecciona hijos y tierras. Hijos tiene ciento cincuenta, sin contar a los dudosos, y leguas de campo quién sabe cuántas. Adora los espejos, las condecoraciones brasileñas, las porcelanas francesas y el tintineo de los patacones.
Justo José de Urquiza, viejo caudillo del litoral argentino, el hombre que hace años derrotó a Juan Manuel de Rosas, tiene sus dudas sobre la guerra del Paraguay. Las resuelve vendiendo treinta mil caballos de sus estancias al ejército brasileño, a precio excelente, y contratando el suministro de carne salada a los ejércitos aliados. Salvado de las dudas, manda fusilar a quien se niegue a matar paraguayos.


1866 Curupaytí
Mitre

Flotan en las aguas, a la deriva, astillas que fueron naves. La armada paraguaya ha muerto, pero la flota aliada no puede continuar invadiendo río arriba. La paran los cañones de Curupaytí y Humaitá, y entre ambas fortalezas una hilera de damajuanas, quizás minas, tendidas de costa a costa.     
Al mando de Bartolomé Mitre, presidente argentino y generalísimo de la Triple Alianza, los soldados arremeten a bayoneta calada contra las murallas de Curupaytí. El clarín desata oleadas sucesivas de soldados al asalto. Pocos llegan al foso y ninguno a la empalizada. Los paraguayos practican el tiro al blanco contra un enemigo que persiste en mostrarse en campo abierto y a pleno día. A los bramidos de los cañones, retumbar de tambores, sigue el tableteo de la fusilería. La fortaleza paraguaya escupe lenguas de fuego; y cuando se desvanece el huno, lenta neblina, miles de muertos, cazados como conejos, aparecen revolcados en los pantanos. A prudente distancia, catalejo en mano, levita negra y chambergo, Bartolomé Mitre contempla los resultados de su genio militar.
Mintiendo con admirable sinceridad, él había prometido a las tropas invasoras que en tres meses llegarían a Asunción.  


1869 Acosta Ñú
Cae el Paraguay, aplastado bajo las patas de los caballos,

y caído pelea. Con campanas de iglesias se hacen los últimos cañones, que disparan piedras y arena, mientras embisten hacia el norte los ejércitos de la Triple Alianza. Los heridos se arrancan los vendajes, porque más vale morir desangrándose que servir al ejército enemigo o marchar a los cafetales brasileños con la marca de hierro de la esclavitud.
Ni los sepulcros se salvan del saqueo de Asunción. En Piribebuy, los invasores arrasan las trincheras, defendidas por mujeres, mutilados y viejos, y prenden fuego al hospital con los heridos adentro. En Acosta Ñú, resisten la ofensiva batallones de niños disfrazados con barbas de lana o hierba.
Y sigue la carnicería. Quien no muere de bala, muere de peste. Y cada muerto duele. Cada muerto parece el último, pero es el primero.


1870 Cerro Corá
Solano López

Ésta es una caravana de muertos que respiran. Los últimos soldados del Paraguay peregrinan tras los pasos del mariscal Francisco Solano López. No se ven botas ni correajes, porque se los han comido, pero tampoco llagas ni harapos: son de barro y hueso los soldados que deambulan por los bosques, máscaras de barro, corazas de barro, carne de alfarería que el sol ha cocinado con el barro de los pantanos y el polvo rojo de los desiertos.
El mariscal López no se rinde. Alucinado, la espada en alto, encabeza esta última marcha hacia ninguna parte. Descubre conspiraciones, o las delira, y por delito de traición o flaqueza manda matar a su hermano y a todos sus cuñados y también al obispo y a un ministro y a un general... A falta de pólvora, las ejecuciones se cumplen a lanza. Muchos caen por sentencia de López, y muchos más por extenuación, y en el camino quedan. La tierra recupera lo que es suyo y los huesos dan el rastro al perseguidor.
Las inmensas huestes enemigas cierran el cerco en Cerro Corá. Derriban a López a orillas del río Aquidabán y lo hieren a lanza y lo matan a espada. Y de un tiro lo rematan, porque ruge todavía.


1870 Cerro Corá
Elisa Lynch

Rodeada por los vencedores, Elisa cava con sus uñas una fosa para Solano López.
Ya no suenan los clarines, ni silban las balas, ni estallan las granadas. Las moscas acribillan la cara del mariscal, y le acometen el cuerpo abierto, pero Elisa no ve más que niebla roja. Mientras abre la tierra a manotazos, ella insulta a este maldito día; y se demora el sol en el horizonte porque el día no se atreve a retirarse antes de que ella termine de maldecirlo.
Esta irlandesa de pelo dorado, que ha peleado al mando de columnas de mujeres armadas de azadas y palos, ha sido la más implacable consejera de López. Anoche, al cabo de dieciséis años y cuatro hijos, él le dijo por primera vez que la quería.


El guaraní

Del Paraguay aniquilado, sobrevive la lengua.

Misteriosos poderes tiene el guaraní, lengua de indios, legua de conquistados que los conquistadores hicieron suya. A pesar de prohibiciones y desprecios, el guaraní es la lengua nacional de esta patria en escombros y lengua nacional seguirá siendo aunque la ley no quiera. Aquí el mosquito se seguirá llamando uña del Diablo y caballito del Diablo la libélula. Seguirán siendo fuegos de la luna las estrellas y el crepúsculo la boca de la noche.
En guaraní han pronunciado los soldados paraguayos su santo y seña y sus arengas, mientras duró la guerra, y en guaraní han cantado. En guaraní callan, ahora, los muertos.


1879 Buenos Aires
Sarmiento

El presidente argentino, Domingo Faustino Sarmiento, recibe el parte militar de la victoria en Paraguay. Ordena a la banda de música que toque serenatas y escribe: “Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana”.
Sarmiento, fundador de la Sociedad Protectora de Animales, predica el racismo sin pelos en la lengua y lo practica sin que le tiemble la mano. Admira a los norteamericanos, “exentos de toda mezcla de razas inferiores”, pero de México al sur no ve más que barbarie, mugre, superstición, caos y locura. Esas tinieblas lo aterran y lo fascinan: él se lanza al ataque con un sable en una mano y un candil en la otra. Como gobernador y presidente, multiplica los cementerios y las escuelas y fomenta las nobles virtudes del degüello, el ahorro y la lectura. Como escritor, publica prosas de mucho talento a favor del exterminio de gauchos, indios y negros y su sustitución por blancos labriegos del norte de Europa, y en defensa del uso del frac y del corte de pelo a la inglesa.  

 

Memoria del Fuego. Tomo II Las caras y las máscaras,

Eduardo Galeano,

Siglo XXI Editores.