Adiós a Leopoldo Brizuela: “Por qué alguien tiene que irse así, lleno de ideas”, por Elsa Drucaroff
Por Elsa Drucaroff*
Lo conocí por email, peleándome. Yo le pedí sus libros para leerlos, porque estaba haciendo la investigación para lo que fue "Los prisioneros de la torre" y él me contestó que me los comprara. Yo le dije que no podía comprar los cientos de libros que necesitaba para hacer ese tomo y él me preguntó desde cuándo "a Puán" le interesaba leer "a alguien que se había ganado el Clarín", "alguien del mercado". Yo le contesté que yo trabajaba en Puán, que Puán no "era" nadie, y que yo no tenía parámetros tan boludos para pensar la cultura. Entonces él se detuvo y empezó a hablar de verdad. Y nos comunicamos: literatura, cultura popular, el país y Europa, la enseñanza pública, la dictadura, su historia, su generación. Creo que me contó que venía de una casa pobre, que me habló de una madre que le contaba cuentos y que me dijo que él después se los leía a ella. Hablamos de Inglaterra, de Europa, de ser un intelectual del Cono Sur. Me gustaría recuperar aquellos emails (deben ser de 2005 o 2006), ahora que tengo que admitir (qué absurdo) que Leopoldo Brizuela ya no va a escribir ninguno. Después se ofendió conmigo no recuerdo por qué, era algo tonto, fabricado. Y en un email reclamante largó una frase maligna e hiriente porque sí. Le contesté bajando la persiana. Después un enorme amigo común, Andrés Neuman, me dijo sonriendo: Leo es así pero los que lo queremos no nos enojamos.
Después pasaron algunos años y estuvo en un ciclo del MALBA que yo coordinaba y leyó un texto suyo muy bello y participó en una charla que propuse hablando con sustancia y sin aspavientos. Después nos tocó ser jurado de concurso juntos, dos veces. La última, entre el año pasado y este: fuimos jurado del premio de libro de cuentos de la Fundación El libro. Leo trabajó con una seriedad, un entusiasmo y una generosidad que me hicieron pensar en que en efecto, sus amigos lo querían y no se enojaban. Vino a mi biblioteca hace apenas un par de meses: mitad de marzo, creo. Vino junto con el resto del jurado, para la charla final de resolución. Ya estaba enfermo. Nos lo había contado para pedir un cambio de fecha con un email digno, sobrio, sencillo, pudoroso.
Fue una hermosa reunión: no hablamos de enfermedades, nos juntaba la literatura. No hubo narcisismos, ulterioridad. Discutimos con compromiso, poniendo verdades y preguntas sobre la mesa. Sentí la entrega de Leo, su placer por algo tan simple como hablar de nuestro oficio y pensar obras de gente probablemente nueva que honraba nuestro oficio. Se fue después del resto, se quedó ayudándome a redactar las resoluciones. Me cuesta creer que se acaba de morir. Leo el último email que los jurados recibimos de él. Decía: "Aprendí mucho; primero leyendo "por obligación" libros que, como les confesé, quizá no hubiera elegido leer, y encontrando en ellos aspectos nuevos, admirables que -como en el caso del primer premio- me quedaron grabados y seguramente influirán en alguna cosa que escriba." Ahora me pregunto por lo que hubiera escrito. Qué cosas nuevas tendría en mente cuando redactó ese correo, cómo hubiera dialogado su narrativa con esos libros leídos. Me pregunto por qué alguien tiene que irse así, lleno de ideas, todavía, con tanto por ofrecer, todavía.
*La autora publicó este texto en la red social Facebook y estuvo de acuerdo en su reproducción en APU.