Bruno Di Benedetto: obrero de la palabra
Por Natalia Buch
Resulta difícil decir algo más, algo que su poesía no diga. Porque su poesía habla de todo, quiero decir del todo y la nada, de la palabra y del silencio. Y lo dice de la mejor manera posible… “…Como plegar y plegar una palabra hasta exprimir su gota de silencio...”
Por eso, este texto rodea su letra, trata de acompañarla, sostenerla como quien sostiene mariposa o flor de mil estambres.
Un texto de citas y de links (nombre moderno de la cita), que, en algunos casos, serán por asociación y responsabilidad de quien escribe estas líneas.
Un comienzo
(de dónde viene)
Presentaré aquí a Bruno que un día de 1979, tomó coraje para irse de una ciudad envenenada de silenciosa muerte para, cual personaje de Melville, ir en la búsqueda de una inmensidad poblada de ballenas y, quizás, otros modos del silencio.
“La envenenación del plomo puede venir lenta, como por goteo, o ser instante puro (en caso de administración vía tiro de revólver o fusil)…”. Eso recordé cuando me contaba la ciudad de 1979. Por supuesto, decir 79 es decir todo, o casi todo. “Años terribles”.
Hay una historia para contar. De militancia desde pequeño, de trabajo con 14 en una fábrica con más de 400 laburantes, de estudio, de izquierda troskista, de ser amigo y tener lazos de cariño, todavía hoy, con compañeros de la JP. De animarse a todo. De entrar a una comisaría con una valija llena de panfletos. Hay tanto desaparecido. Fue una de las fábricas más castigadas por la dictadura.
Hay colimba el 3 de marzo del 76 en el corazón de la Marina, hay no saber y saberlo todo, hay azar, hay zafar: ser militante de izquierda camuflado de colimba. Sobrevivir.
A fines del 77 volvió a la fábrica. “De los 400 compañeros y compañeras quedaban 70. Los más viejos, los más alcahuetes. Muchos echados. Muchos muertos”.
Escuchémoslo a Bruno contar su historia. Pues no se puede agregar nada.
(a dónde va)
Bruno es tímido, se sabe tímido. Pero la certeza de haber querido irse. Tenés que ir a Puerto Madryn donde hay ballenas, le dice alguien por casualidad. Al otro día se compra el pasaje y deja con una carta la casa materna, paterna. Deja atrás las turbulencias de una vida de familia siciliana. Deja una carta. Y se va.
“Sigo cayendo por el mapa al borde de otra ballena…”.
Y entonces, con 24 años en la piel y una especie de felicidad encima, se va a comenzar una nueva vida.
Escuchémoslo a Bruno. Pues no se puede agregar nada.
Las letras (parte 1)
Bruno cuenta que desde chiquitísimo fue en las letras su modo de ser. “Escribir era mi fuerte y mi placer”.
Era Bruno el que inventaba cuentos a sus amigos a los 7, encerrados en una cucha gigante de perros, convertida en casita. El que escribía una obra para títeres “muy delirante”, Pepín sin suerte, que no sabe cómo le dejaron representar.
“Yo me llamo Bruno, Pepe es mi segundo nombre”.
“…Mi abuelo, el mal bicho, el Giuseppe Di Benedetto. (....) Nunca pronunció mi nombre...”
Reconoce su herencia siciliana en el contar: “los sicilianos son un pueblo oprimido desde hace miles de años. Tienen una tradición oral de humor negro macabro, juguetón y pastoril, no tan famoso como la mafia”. En Bruno, lo oral fue mutando en escritura. Ese modo del placer.
Las primeras letras en un barrio que hoy sigue idéntico a sí mismo. Allí fue “el puto” (nos reímos…) efectivamente, los prejuicios no podían faltar en el barrio sin vuelo. Lograr salir de Villa Domínico. De lo limitadísimo. Del lugar más bruto que te puedas imaginar.
Las músicas
“…cada dos por cuatro lo imposible te pega de canto.”
Pero también eran los 70, los pelos largos…
Era la adolescencia estudiando música, tocando el acordeón a piano, a los 15 en una comparsa, era una fiesta… Descubrir a los Beatles, a Spinetta, el rock…
“Y tuve una banda de música con un grupo de amigos. El grupo se llamaba El Yeti. Tocaba el acordeón en ese grupo y, obviamente, me tocó la tarea de letrista”.
Muy influido por Artaud, empieza a leer a los poetas surrealistas. Todo eso lo va llevando a la poesía y a sentir que eso es algo muy poderoso.
Las letras (parte 2)
Cuando llegó a Puerto Madryn ya había escrito sus primeros poemas en una época muy feliz.
“Le mostré los pocos poemas que tenía a un poeta de acá que era EL POETA y el único que le gustó fue uno chiquitito de tres líneas. Si ese tipo hubiera dicho todo lo que escribís es una mierda yo hubiera disparado para otro lado… pero me dijo éste está bueno, me dio fuerzas.”
En los 80 empieza a participar de encuentros con escritores de su generación, con quienes armaron el movimiento que se llamó “Poesía en la calle”. Fue una ruptura con una manera alambicada y pintoresquista de escribir. “Se armó un bardo muy lindo”, cuenta entusiasmado y “a partir de ahí seguí escribiendo cada vez más”.
Es época de gran actividad cultural, (como cuenta sin estridencias en su currículum), radio, televisión, talleres de escritura y creatividad, promoción de la lectura, poesía en la calle, poesía de vanguardia, surrealismo, publicaciones, premios….
Fue una época feliz, repite.
No suena a nostalgia, se escucha más bien como quién atesora en su memoria.
“…Como el tiempo que se goza mientras cae la gota de miel…”.
Cámara de Niebla/ Nada
Cámara de Niebla fue un experimento en los que trabajó “filigranas de oro” en algunos versos.
Y fue contrapunto de otro libro que se llamó Nada
“El trabajo con Cámara de Niebla fue muy fuerte y muy duro, significó 4 años de trabajo obsesivo, desmesurado. Fue una locura escribir ese libro”, dice. “Quedé gastado. Medio loco”.
“En él, trabajo una cosa más desnuda del lenguaje, más filosófica, tiene que ver con esta etapa de mi vida… no estoy pensando en el amor, los hijos, cambiar el mundo. Estoy pensando que me enfrento a la nada… ahora mismo, con esta pandemia, hace un rato empecé a toser y dije cagué, la muerte a la vuelta de la esquina, como siempre cuando sos más viejo sos más consciente y está bueno.”
“La última experiencia vital es la muerte”.
El proyecto I Ching que no fue o el colmo de un obrero
Se había propuesto escribir en relación a los 64 hexagramas del I Ching. Era como embarcarse en una misión insana de obsesión por lo perfecto, por el objeto, por la preciosidad, por el oro, “No creo en volverme loco por el arte”. Hace 5 años dejó de publicar. No de escribir. ¿Se puede dejar de escribir?
La red
Algunas veces, me encuentro con algún escrito de Bruno en la red. Cuando lo leo, pienso en esa idea bíblica del mundo que queda a salvo por un puñado de justos. Se lo cuento. Las redes valen para leerlo.
Cada pieza, cada intervención político-poética genera amores. Cómo no va a ser así. Humor, ironía, ternura, convicción, que más allá de la crudeza de sus obsesiones, lo salva: “trato de sostenerlos en los peores días y sobre todo, porque cuando publico siento una gran responsabilidad”.
“…doble clic hasta que estalle el mundo…”
Apostillas del pensamiento poético
O mejor, “poesía del pensamiento” -cito a Freidemberg que cita a Sylvester comentando al poeta- pues a medida que transcurre la conversación, ésta se va sumergiendo en el universo de materia oscura: “porque la poesía y el lenguaje es una materia oscura.” Y así quería Bruno que se llame su libro antes de que ese nombre fuera usado en otros libros, (Incluso de estudios escatológicos…oh, ironía de la vida…).
Finalmente fue Cámara de Niebla, un libro blanco, iluminado, pienso mientras escribo estas líneas y me viene una y otra vez…
“una parte de luz diluida en noventa y nueve de sombra…”.
Repuesto de la pérdida, (del título que había imaginado), se entusiasma en las razones de la mirada: “me pareció fantástico que la niebla, que no te deja ver lo visible te permite ver lo invisible. Para mí la poesía es eso, es una niebla que te abre los ojos.”
“Escribí este libro sintiéndolo como artefacto corpóreo. Podía tocar esos poemas. Sentía la materialidad de la lengua, la materialidad de lo invisible”. Y recordamos la tapa del libro escrito en relieve, reafirmando que la poesía está también en las manos, en esa edición preciosa en dónde ningún detalle deja de tener su coherencia. “Hasta la locura”.
“La belleza es una mala costumbre del infinito…”
Hacía semanas tenía una pregunta. ¿Qué es la belleza para vos, poeta? Y la respuesta la encontré en su letra, claro. Pero vuelve, insiste ¿cómo pensás la belleza, Bruno?
“La espiral de los caracoles es la distancia más larga entre morir y morir.” Dice Bruno en clave Fibonacci.
“Abrazar belleza y verdad, juntar las dos cosas. Busco ser muy crudo científicamente y muy artístico en la belleza. Hay un cruce entre belleza y ciencia.”
“El trabajo de un artista, de un poeta es buscar la belleza, no hay otro trabajo, no hay nada que sea más obligatorio. Para mi hay una proporción áurea entre verdad y belleza. La belleza, por si sola es linda, nada más, pero no dice la verdad.”
“Como no saber”
Y nos dice: “El arte es un desequilibrio. No un desequilibrio mental, no estoy diciendo que para hacer arte hay que estar loco. Son los desequilibrios del amor, de la muerte, del deseo. Si uno fuera equilibrado sería una planta”.
“Yo comparo mi trabajo como poeta con el trabajo de un obrero metalúrgico. Es trabajo de relojero, de orfebre. Sin trabajo no hay nada”.
“No me gusta mucho ser obrero”. Pero jamás serías patrón, le digo y nos da risa, “claro que no, yo me considero siempre un aprendiz. Es fundamental para mantenerse fresco y vivo. Cuando ya sabés todo, dejás de ser poeta”.
Y Bruno Di Benedetto, espero haberlo podido reflejar, es poeta hasta la médula.
Como callarnos.
Como respirar.
Como insistir.
Como desear.
Como arder.
Como amar.
Como atar.
Como ser.
Como es.
Como si.