Carlos Chernov: otras formas de decir “nueva normalidad”
Por Milagros Carnevale
La nota contiene lenjuage inclusivo por decisión de la autora.
La literatura avanza o retrasa. Nunca se queda quieta y si lo hace, hay que sospechar que abre alguna puerta, que rompe algún vaso, que prende alguna luz, que pone sal en vez de azúcar, que conduce en contramano. En Anatomía humana, Carlos Chernov avanza al mismo tiempo que rompe vasos, prende la luz y conduce en contramano. Anatomía humana (1993), reeditada este año por Interzona, es una novela distópica tremendamente realista para estos tiempos, porque sólo quien no haya prendido la tele ni una sola vez durante la pandemia no se imaginó el apocalipsis o la destrucción del mundo tal y como lo conocemos.
Anatomía humana plantea una ciudad que se acaba de romper: ya no quedan casi hombres. Sólo mujeres. Algunas malas. Otras buenas. Las instituciones se derrumban: no hay ley, no hay hospitales, no hay gobierno, no hay nada. Las instituciones se derrumban y se vuelven a levantar. Mujeres empoderadas toman el mando. Podría hacerse una analogía con el Encuentro Nacional de Mujeres y Disidencias. ¿No es lo que muches de nosotres soñamos? ¿Un mundo nuevo en el que las mujeres tomemos el poder? También está la otra posibilidad: el reino de las “feminazis odiadoras de hombres”.
Al principio de Anatomía humana el protagonista (un mago solitario y muy macho, divorciado) se levanta y va a ayudar a una vecina que tiene al marido muerto en la cama. Luego, sale de su edificio y va a buscar, inquieto, a sus amigos. Todos están muertos, como la mayoría de los hombres. Pasa unos días sumido en la depresión, sin tomar agua, sin comer, sólo se emborracha. En el edificio las cosas están tensas: todas saben que un sobreviviente está viviendo ahí. Esto es peligroso. Pasan unos días y lo viene a buscar a una chica que está tan desesperada por tener sexo que lo encierra en su departamento mientras ella va a conseguir ropa de mujer para camuflarlo. Finalmente, por la noche, intentan escaparse a un lugar seguro, pero una patrulla de mujeres los descubre y le termina pegando un tiro a la mujer, que muere defendiendo su propiedad, su última oportunidad de tener sexo. El hombre escapa, en vestido y con peluca, mientras una horda desesperada de mujeres lo quiere cazar. Esta es sólo una de las increíbles secuencias con las que se va a encontrar el lector en Anatomía humana, que goza de una prosa aguda, detallista e inquietante, aunque a veces con un exceso de descripción repetitiva. Los personajes son entrañables, más que nada el protagonista, de cuya psicología el lector sabrá todo. Esto quizás tiene que ver con que Chernov es psicoanalista. Es una novela bastante decimonónica desde el punto de vista de la psicología del personaje.
La novela fue escrita en 1993. En ese momento no estaba en boga el feminismo como lo está ahora y nadie se imaginaba que sólo 27 años después llegaría el COVID-19 y cambiaría radicalmente la vida de todo el mundo. La destrucción, la masacre, la muerte masiva, eran sólo recuerdos de guerras y dictaduras. En ese momento Anatomía humana era una novela distópica. ¿Hoy lo es? Este libro es un ejemplo de cómo funciona la literatura, de su permanente actualización y resignificación. En 1993 Anatomía humana sólo pertenecía al grupo de la literatura que avanza. Hoy ya llegamos a ese lugar en el futuro, o por lo menos estamos mucho más cerca. Hoy este mundo organizado por mujeres puede leerse desde ángulos muy distintos que los que, quizás, se utilizaban en 1993. Y la destrucción total también. El advenimiento de un nuevo orden, también. Quienes lean hoy Anatomía humana no se sentirán tan extrañados por ese paisaje terrorífico. Esta alteración de efecto que produce el texto en el lector es trascendental y está totalmente vinculado con lo extraliterario. La función de la obra está subvertida, así como su lugar en un sistema. Por este fenómeno mutativo, de transformación, esta novela se convierte en una pieza fundamental en la historia de la literatura argentina.