Charles Simic, el poeta que escribía como si pintara un pequeño lienzo
Cuando Charles Simic, uno de los grandes poetas vivos de Estados Unidos, publicó en junio de 2022 para un conocido diario de Nueva York seis poemas inéditos, nadie imaginó que esos serían los últimos que vería editados con vida.
Le gustaba presentarse de la misma forma “nací en 1938 en un país que ya no existe. La guerra comenzó para nosotros en abril de 1941, una bomba cayó al otro lado de la calle en Belgrado y yo salí volando de la cama, mis padres me levantaron del suelo, me limpiaron los vidrios y comenzaron a correr y en cierta forma no he dejado de huir”. Su faceta testimonial lo marcó en gran parte de su obra poética, siempre matizado de una carga de ironía: “han terminado los buenos tiempos”, le respondió a su madre cuando escucharon por la radio de unos vecinos que la guerra había finalizado. Pensaron que había enloquecido.
Sentado en una puerta de su Belgrado natal, destruida a la vez por la guerra civil y por las bombas alemanas, Simic tiene 10 años y dibuja unos zapatos, luego la modesta verdura que su madre consigue para la sopa transparente. Dentro de la casa suena, interminable, el traqueteo de la máquina de coser de su abuela.
Cuando tiene 15 años, en 1953, comienza su diáspora, un largo viaje desde Yugoslavia a Estados Unidos pasando por Francia y España. En París esperarán durante un año junto con su madre y su hermano la visa de exiliados. Escondido en el último banco del salón de clases donde a duras penas puede comprender lo que sus compañeros franceses dicen, dibuja autos Cadillacs y Sondors, maquinarias modernas que nunca antes vio y lo asombran. Por las tardes, para sacarlos del sombrío hotel en que viven, la madre los lleva a distintos museos de la ciudad en donde Charles comienza a copiar algunas figuras con crayones que consigue como muestras gratis.
Ya en Estados Unidos, la familia deambula unos años buscando donde asentarse, aprende su tercer idioma y, finalmente, termina la escuela secundaria en Oak Park, Chicago, el mismo pueblo de Ernest Hemingway. En 1959 se muda a Nueva York, experimenta con acuarelas y óleos, se forma en bibliotecas y en bares, pinta con intensidad lo que ve, lo que recuerda, lo que sueña. Se inscribe a la universidad. En 1967 tiene muchas obras terminadas y cierto reconocimiento, pero es ahí cuando sucede el gran quiebre, la transmutación: publica su primer libro de poemas Lo que la hierba dice y deja de pintar definitivamente para dedicarse a la escritura.
Ahora se mueve en otro campo, con otra materia, pero el estilo es el mismo: acostumbrado a los pequeños lienzos de 30x20 centímetros en que trabajaba sus obras plásticas, escribe en sintonía poemas cortos, enmarcados en escenas familiares que caben en un espacio mínimo y que representan situaciones cotidianas, pobladas de parientes, anécdotas iluminadas donde alguien tiene una breve epifanía sobre cómo funciona el mundo. Poemas que son pequeños faros, “en mi botella vacía construí un faro mientras todos hacían pequeños barcos”, escribirá años después.
La escritura de Simic está hecha por imágenes precisas que se suceden una tras otra con economía de sentido y minimalismo, “mi creencia ha sido siempre menos es más, y además no me gustan los poemas largos”. Su lenguaje poético es sencillo y a la vez huidizo, expande el imaginario y se concentra en un camino introspectivo. En cada poema tiende un puente hacia el mundo y hacia la interioridad de un recuerdo, un momento de felicidad o de lucidez.
Acostumbrado a los pequeños lienzos de 30x20 centímetros en que trabajaba sus obras plásticas, escribe en sintonía poemas cortos, enmarcados en escenas familiares que caben en un espacio mínimo y que representan situaciones cotidianas.
Seamus Heaney, otro de los grandes poetas norteamericanos, remarca que la voz de Simic no es la del poeta premiado, ni la del poeta docente, ni la del inmigrante sino la del testigo, la del fotógrafo documentalista o la de quien se concentra ante viejos álbumes familiares desconocidos y trata de descubrir una familia, una comunidad, una sociedad entre las ruinas. Primero forma una imagen clara, precisa, recupera un rostro, un objeto, un paisaje sin necesidad de esfuerzos interpretativos y luego eso exterior y objetivo se proyecta en algo interior, subjetivo. Con un clima nostálgico e irónico, los poemas se nos quedan mirando. El cine es otra de sus influencias, “La poesía, como el cine, cuida la secuencia, la composición, el montaje y la edición”. La voz de Simic es igual a la voz del lector/ espectador, se reconocen ambas en la búsqueda de sentido ante el caos del mundo y su horror inconcebible. Al cinismo de la realidad le respondió con ironía “Eso vino de una cárcel de máxima seguridad, dijo ella”, escribió en un poema.
Como todos, fue sparring del mundo literario, daba clases de escritura creativa para la universidad, lo que aquí es comparable a talleres de escritura pero formales, con seguro social. Escribió libros de ensayo sobre estética y sobre jazz, memorias, cartas satíricas, crítica literaria, reseñas, perfiles, una pequeña “autobiografía” lírica de Joseph Cornell, dedicó un gran volumen a Louise Glück y varios apuntes breves a Sharon Olds que todavía no fueron traducidos. Prologó, tradujo y editó a poetas de Bosnia, Croacia y Serbia, comprobando que aún mantenía viva en sus venas la sangre de los Balcanes. Pero ese no es el centro de la obra de Charles Simic, que tiene más de 30 poemarios publicados y varias antologías premiadas. Ganó un Premio Pulitzer, fue nombrado como decimoquinto “Poeta Laureado” por la Biblioteca del Congreso, una distinguida y extraña figura que implica formar parte de la Biblioteca durante dos años para generar nuevas políticas de lectura y divulgación en torno a la poesía. Nada parecía detenerlo, una vez escribió “el poema que quiero escribir es imposible como una piedra que flota”.
Simic murió el 9 de enero de este año por los efectos de una sorpresiva enfermedad degenerativa. Acércate y escucha es su último libro y comienza con estos versos “Algunos pájaros cantan / otros no tienen nada que decir”. Creía que mientras que la filosofía y la teología nos preguntan qué es el Ser, la poesía nos otorga esa experiencia. Ha muerto John Ashbery, ha muerto Mary Oliver, ha muerto Strand y también W. S. Merwin ¿qué nos queda ahora? Tendremos que volver a imaginar el mundo.
Creía que mientras que la filosofía y la teología nos preguntan qué es el Ser, la poesía nos otorga esa experiencia.
El mundo no se acaba (libro de poemas en prosa ganador del Premio Pulitzer 1989)
Un poema que habla de estar sentado en un tejado de Nueva York en una noche fría de otoño, bebiendo vino tinto, rodeado de edificios altos, niños que corren peligrosamente cerca de la cornisa, y la hermosa joven de la que todos están secretamente
enamorados sentada a solas. Morirá joven, pero nosotros aún no lo sabemos. Tiene un agujero en sus medias negras y el dedo gordo asoma con la uña pintada de rojo… Y los rascacielos… al declinar la luz… como nuevos Caldeos, pitonisas, Casandras… por sus muchas ventanas ciegas.
la luz
A nuestros pensamientos les gusta el silencio
en este amanecer sin pájaros,
el modo en que la luz temprana
toca el mundo tal cual
y no hace comentarios
sobre las manzanas que el viento
hizo caer de un árbol,
o el caballo que se ha escapado
de su cerca y está pastando
tranquilamente entre las tumbas
de un camposanto familiar.
Traducción Nieves García Prados
después del bombardeo
una gran ciudad quedó reducida a ruinas
mientras te balanceabas en una hamaca
cerrando los ojos y dejando
que el diario que estabas leyendo
caiga de tu mano al suelo,
donde la brisa de la tarde
se interesó por él y lo barrió
de un lado a otro por todo el césped
y luego hacia los bosques cercanos,
para que los búhos pudieran estudiar los titulares
apenas se haga la noche
y dar chillidos de vez en cuando,
haciendo temblar a los ratones en sus camas.
Traducción Juan Manuel Pérez
mis zapatos
Zapatos, rostro secreto de mi vida interior,
dos desdentadas bocas abiertas,
dos pieles de animal medio podridas
que huelen a nido de ratón.
Mi hermano y mi hermana, que murieron al nacer,
siguen existiendo en vosotros,
guiando mi vida
hacia su incomprensible inocencia.
¿Para qué quiero los libros
cuando en vosotros es posible leer
el Evangelio de mi vida en la tierra
y más allá, de las cosas que están por venir?
Quiero proclamar la religión
que he inventado para vuestra perfecta humildad,
y la extraña iglesia que estoy construyendo
de la que sois el altar.
Ascéticos y maternales, duráis:
parientes de los bueyes, de los santos, de los hombres condenados,
con vuestra muda paciencia dais forma
a la única verdad parecida a mí mismo.
Traducción Jonio González
Mi madre anhelaba
Llevarse su máquina de coser
a la tumba y creo que
consiguió hacerlo, pues
de vez en cuando, paso la noche
en vela, escuchándola.
Nueva York
Nadie me ve en tus calles
aunque aún ando por aquí,
merodeando y husmeando
los desolados aparadores,
hablando con una discreta paloma.
traducción Rafael Vargas