“Cría”, de Sergio Guerrieri: fragilidad, oscuridad y transformación
Sergio Guerrieri nació en 1980, en La Plata. Es escritor de poesía, narrativa y dramaturgia, Además es Profesor de lengua española, Corrector de textos, Coordinador de Talleres y Profesor de danzas. En 2005, obtuvo el Premio Arte Joven por su poesía. Ha publicado los libros Desnudos en Quarently, Ed. Del Dock (2009); en la Antologías 2007/2008 y en la Antología 2010/2011 de la Biblioteca Nacional. En 2012, obtuvo la primera mención al Premio Único II Concurso Nacional Javier Adúriz por su libro Ritual de cacería, publicado en 2015. En 2013, mereció el 2º premio del jurado en el Concurso Internacional Victoria Ocampo, por su libro Pozo, publicado en las colecciones de la Biblioteca Nacional de la República Argentina. En 2019, fue ganador del 1º premio en el Concurso Rubén Retches, premio por el cual publicó Los placeres culpables, Ed. Ruinas Circulares. En 2024, se publicó Cría, por la editorial Vuelta a casa. Ha sido merecedor del premio Accesit en el rubro “Escritura” en 2011 y merecedor del “Accesit de plata” entre los ganadores de todos los rubros, junto al Dr. Favaloro. Su obra se encuentra en antologías nacionales e internacionales. Colabora con Revistas del país y de Latinoamérica. Actualmente se desempeña como coordinador de los talleres literarios de novela, de cuento, de relato y de poesía. AGENCIA PACO URONDO dialogó con el autor, acerca de su último libro de poesía, Cría, publicado este año por Vuelta a Casa.
AGENCIA PACO URONDO: Para comenzar con este diálogo sobre Cría quisiera que nos cuentes cómo des-cubriste un legado poético vinculado al vacío y a la transparencia de la experiencia cotidiana…
Sergio Guerrieri: Gracias por esta entrevista, ya te lo había dicho en privado, ahora insisto en público. Los vacíos y la transparencia surgen como resultado de hallazgos inesperados. Esta vez, por primera vez en mis libros, la escritura no está inicialmente anclada a los conceptos, sino a la experiencia de la meditación. La imagen que funciona como topografía del libro es la de nuestras abuelas en el lavadero, ese instante en que las burbujas se escapan, liberadas por el aire de alguna ventana. Una mujer encorvada, de espaldas al niño, trabajando en horas de la siesta, cuando el parque empieza sonar a chicharras y el resto de los sonidos casi inaudibles nos nimban haciendo estragos en la imaginación. Las tardes en los pueblos de la provincia de Buenos Aires son algo que hay que pensar con cuidado: esa soledad que convierte a la siesta en una pausa de otros, pausa de acción, de espacio.
Ese vacío es una invitación a ser llenado. Vacío y transparencia son las dos caras de una misma metáfora: las burbujas de jabón; agregaría: sutileza y fragilidad. Yo ahí encontré un nombre y un método con los que indagar en la memoria y una posibilidad de nombrar aquello que, por delgado e insostenible, termina siempre por quebrarse. Para Byung-Chul Han, tanto la espera como el hambre son vacíos. Cría, en ese sentido, es una espera, la actitud morosa y contemplativa del recuerdo, ante lo inexorable de la pausa.
APU: La máscara y la simulación aparecen en distintas imágenes como un juego... ¿Es una manera de abordarlo metafóricamente o es una decisión política que se vincula con la construcción del género?
S.G.: Otra vez te agradezco la pregunta, porque me ayudás a pensar. Creo que no hay identidad sin simulacros, como no hay simulacros sin juego de máscaras. Como te decía antes, la geografía fundacional es la del niño haciéndose en esas pausas de sentido, donde nada (no solo él) es. No quiero ir hacia la respuesta obvia: que la escritura es la primera máscara y que, como dice Camila Sosa Villada en El viaje inútil: la escritura es el primer acto de travestismo. Claro que la escritura es la posibilidad de un juego de ocultamientos y hallazgos; pero, en este libro, yo intenté (“intenté” es muchísimo) dedicarme a ver qué capas fueron cubriendo mi identidad.
Hallé, en ese momento de la niñez, el maquillaje de mi abuela, la ropa de los adultos, anteojos y cremas, la penumbra durante la siesta, la lectura de algunos libros infaltables; todo cuanto habla de un niño escondido, solo, en medio de la tarde, entre sombras de postigos bien cerrados para que el sol no nos golpee. La ausencia de luz es parte de la máscara, porque la oscuridad (en el sentido más humano) es trans-formadora de la identidad, es la ausencia de límites. En este sentido, el juego de aparecer y desaparecer que tanto les gusta a los niñxs, es, en el fondo, una excusa para otorgarle capas a la identidad; también lo es para la constitución de la escritura que oscila entre perder y recuperar, o que nos pierdan y nos recuperen. La máscara es la ansiedad por ser des-cubiertos.
“La trama que subyace es la ternura: ese es el mundo que, personalmente, regresa a tiempo cuando me asfixia la rigidez”.
APU: Me parece que hay una decisión radical y muy cuidada de abordar la ternura como un acto, como una sucesión de hechos que van construyendo una narrativa, ¿se vincula con tu experiencia de la infancia como espacio productor de sentido o es una construcción posterior a partir de tus lecturas de la ficción?
S.G.: Mirá, obviamente el libro trata sobre las fracturas de la niñez en tiempos en que los abuelos eran los encargados de las suturas. En ese sentido, habitar la casa de mis abuelos era habitar lo tierno, lo suave, lo sutil y lo flexible. Creo que sin conciencia de lo que nos atraviesa, este tiempo de objetos y personalidades rígidas, absolutamente funcionales, le ganó terreno a ese mundo de docilidad y ternura.
Pienso en las telas que tapizaban la casa y que mi abuela cosía luego de lavar (siempre había hilos y dedales en cada espacio), en las cortinas ondeando despacio por la brisa, flores recién regadas y aún con diminutas agujitas de rocío en sus pétalos, sábanas con olor a suavizante en las sogas, pulóveres de lana hechos a medida para todxs. Era un mundo hecho a la mano, donde la tersura de la casa convivía con la lentitud y las pausas de las que te hablaba antes.
De eso nos “proveen” las abuelas, esa es una de sus batallas siempre ganadas: un mundo constituido por lo tierno, que embate contra la velocidad y la falta de maleabilidad de lo plástico, lo estética de lo antiséptico y la hegemonía de la indiferencia. Voluntariamente la trama que subyace en el libro es la ternura: ese es el mundo que, personalmente, regresa a tiempo cuando me asfixia la rigidez.
APU: ¿Cuáles son tus lecturas indispensables y/o centrales en la escritura de poesía?
S.G.: Siempre las lecturas de filosofía y de sociología me resultaron una base más consistente para pensar la poesía, que la propia poesía; incluso las teorías psicológicas. El libro está plagado de citas y de voces de estas disciplinas. Por ejemplo, dentro del libro recupero toda una secuencia de Byung- Chul Han sobre la lucidez y la transparencia, que milagrosamente hallé mientras leía Vida contemplativa. Ese libro, que está ligado a la experiencia de la meditación, me recuerda que durante la escritura inicial de Cría, estaba estudiando el budismo, desde la lectura de Bendriss, un magnífico historiador. Gracias a eso, pienso, encontré un puente entre meditación y poesía, es de las experiencias más reveladoras que he tenido; a la vez, siento que son dos partes de una misma posición ante el lenguaje.
Desde otro lugar, la metáfora de lo líquido, de Zigmunt Bauman, me permitió comprender ostensiblemente la capacidad de adaptación y cambio a la que se ven sometidas todas las cosas y realidades. En otro de mis libros escribo que la liquidez es el estado de la memoria. La crueldad de “lo que puede un cuerpo” es un aprendizaje de los Lamborghini, Orozco, Gelman, Santoro, Houllebecq, y tantxs otrxs. Escribo con una biblioteca sobre la espalda, decía siempre una colega poeta.
APU: ¿Qué tópicos de Cría se vinculan con tus libros anteriores?
S.G.: Otra pregunta que me parece fundamental y en la que evité pensar durante la escritura de este libro, que, entre paréntesis, llevó unos tres años de trabajo (quiero decir, ¿cómo se evita por tanto tiempo revisar lo escrito en función de lo que se está escribiendo?). Supongo que interrumpí este cuestionamiento, porque la revelación de estarse repitiendo habría sido insoportable y castradora.
Pero ahora que me lo preguntás, creo que este es un libro muy diferente a todos los anteriores, tanto que no encuentro grandes anclajes con los otros. Quizá, sí, la música (y más adentro, la danza) y el comportamiento animal. En este sentido, tanto Ritual de cacería, como Pozo o como Los placeres culpables apelan al comportamiento animal como modelo de cierta crueldad humana y como modo de explicación de aquello que se desborda de lo humano. No obstante, más allá de eso, creo que no hay otros tópicos que los emparenten.
APU: Recuerdo un taller que diste para adolescentes sobre Olga Orozco en el que abordaste lo domesticado y lo salvaje... ¿Sigue siendo un núcleo central de tus preguntas sobre la cicatriz y la herida? ¿Cuál es la diferencia entre ellas?
S.G.: Bueno, justamente sobre esto hablaba antes. Claro, “Entre perro y lobo”, ese increíble poema de Orozco que siempre leo, es para mí una filosofía de la existencia, donde lo humano se desborda o se contiene desde un lugar sacrificial, como si todo el tiempo estuviéramos matando lo que somos para adaptarnos.
Más que la cicatriz y la herida, yo me pregunto por cicatrizar y herir (en ese orden). En lugar de nombres o de imágenes, yo veo un proceso siempre activo, en constante resolución del absurdo, porque, no siempre lo que hiere es diferente de lo que se cicatriza. Y no siempre la cicatriz se sella para no volver a herirse más.
Cría es sin duda un acto de cicatrización, la escritura nos “somete” a una cura en muchos sentidos, es la posibilidad de advertir la herida y retardar el proceso de agravamiento. Ahora, ¿qué me importa a mí la herida (la propia o la de otrxs) si no hay literatura? Ese es el límite, la literatura es una crueldad a la que cada escritor/a se somete, para herir la herida, hasta encontrar cómo suturar.
APU: ¿Cuál es el antídoto frente a la crueldad? ¿Sigue teniendo la poesía un lugar privilegiado para combatirla?
S.G.: No hay antídoto. Los poetas debemos aceptar la crueldad hasta verla como el fuego que nace, cuando con un alfiler sin esterilizar, se revienta la llaga. El acto de comprometerse con el propio dolor, con la ideología, con la propia traición incluso es constituyente de la escritura. La poesía es la decisión del acto, es la mano malintencionada, es la punta afilada y es también la llaga. Todo eso, es un modo del antídoto, también.
Cría, el último libro de poesía de Sergio Guerrieri, se presenta el 14 de septiembre a las 18h en La casa del Tango, Calle 43 N°413 entre 3 y 4, La Plata.