“Echar el resto”, novela de Javier Ponce
Echar el resto es la primera novela del escritor argentino, Javier Ponce, publicada por Erizo ediciones.
Echar el resto es una ficción con pinceladas de realidad. Una voz cruda, descarnada que remite al realismo sucio, en la manera de contar por medio de la ironía y la presencia del humor negro pero también en la ambientación.
Echar el resto es una novela que puede leerse en clave cinematográfica. La acción, la cámara en movimiento, los planos detalle. Esa mirada que apunta a los pies en la pelea inicial y la cámara en mano del personaje que trabaja de filmador. Por momentos, cuenta lo que ve a través del lente.
El personaje filma un juicio en un Tribunal Federal, algo de esto marca la génesis del relato, es decir la materia prima. Una violencia encarnada en la primera figura que aparece: Miguel Osvaldo Etchecolatz y que luego se deslizará en la historia transmutada en distintas escenas donde el protagonista transitará cargando con la mirada del genocida y la bronca acumulada por querer responderle.
El protagonista filma, lo mira a Etchecolatz como si pudiera escindirse de la violencia de ese contacto visual, como si la vida diaria se tiñera de aquello que emana de la oscuridad. Imposibilitado de huir del vínculo entre el ojo que mira y el ser que es mirado.
“La mirada del genocida me sigue. Que miras Etchecolatz, viejo de mierda, asesino, que miras”.
“Cruje el papel, algunos me miran, Etchecolatz también, otra vez cruce de miradas, ya es personal la cosa. Esta vez no voy a jugar, madura, viejo choto. Yo pestañeo, él no”.
Una violencia encarnada en la primera figura que aparece: Miguel Osvaldo Etchecolatz y que luego se deslizará en la historia transmutada en distintas escenas donde el protagonista transitará cargando con la mirada del genocida y la bronca acumulada por querer responderle.
Echar el resto es la experiencia de una derrota. Un hombre sumido en la desesperanza, luchando internamente contra sí mismo. La ficción transcurre en el submundo que se gesta alrededor de las estaciones de trenes, como sucede en muchas ciudades del mundo. Donde suelen conjugarse placer y marginalidad. Juego, consumo y lo más sombrío de la nocturnidad. Espacios liberados que despiertan cuando el día se termina. En este caso el marco es la ciudad de La Plata y el protagonista, que ya era habitué por el Bingo, decide instalarse y encontrar su vida en los márgenes.
Echar el resto cuenta dos tramas que se juntan como los vértices de una misma diagonal. Los rieles de las vías cuando se cruzan para dejar pasar al otro tren. Javier Ponce logra plasmar la ambigüedad del personaje con maestría. Trabaja muy bien los contrastes, los matices. El desdoblamiento. El narrador está trabajando a la mañana, por la tarde con la novia y por la noche disputando una pelea por juego. Una persona brillante también puede ser la más opaca. Conocerse para luego desconocerse. La necesidad de perderse para encontrarse.
Mientras tanto mira, captura, retiene, describe, va a la profundidad, evoca la infancia.
Un trabajador que juega. Un trabajador que de a poco sucumbe a la vulnerabilidad del jugador. El jugador domina a la persona, gana la escena y lo conduce al ostracismo. El jugador ahora deja casa, novia, familia y se inmiscuye en el interior de la vida del ludópata, la compulsión, la ansiedad, la pérdida del tiempo cronológico. El movimiento de la ruleta. La pulsión de muerte. La desesperación.
“La mayoría de la gente cree que la muerte es la gran derrota, para mi es la vida. Viviste, perdiste. Llegaste entero, ándate entero”.
El juego, la máquina como extensión del objeto deseado y la culpable de la insatisfacción:
“Y le pego a la pantalla de la máquina, como hago siempre que estoy loco, con dos, tres dedos a la vez, las dos manos tamborileando la danza de los dioses de la fortuna, apuesto todo de golpe al número que se cruce, veo como se desintegra el saldo que tenía, todo convertido en fichas de cinco pesos apostadas a la manera más pelotuda y desprolija. Y como un turista que esta por tirarse el primer clavado de su vida en un acantilado, achino los ojos y sonrío buscando los huevos que se que tengo para animarme y tomar impulso”.
Realismo sucio colmado de detalles: la mirada a los pies de la derrota, el golpe bajo, el puño que se hunde, el estómago perforado, el suelo, la caída, la decadencia.
Un departamento céntrico, un vagón viejo, lo sucio, lo rancio, lo pulcro, lo húmedo, la rabia, el desasosiego, la mentira, lo auténtico, la verdad, el punto exacto de la dicotomía.
Un efecto de travelling acompaña las escenas y las emociones se disipan al extremo. La voz se agita, la respiración marca el ritmo de las palabras. A veces aceleradas, otras agazapadas bordeando la tristeza y la decepción.
La novela es corta e intensa, la primera persona genera cercanía y empatía con el personaje. La novela habla sobre la memoria, sobre el juego y también sobre los vínculos. Además de mucha acción, el relato tiene instancias reflexivas, es una crítica al sistema. A la demanda social, a la exigencia por el “deber ser” o “tener”, a la ficción que subyace en las cosas importantes, a la búsqueda definitiva del éxito y la felicidad.
En Echar el resto el juego y la vida van en consonancia. Apostarlo todo como una forma de permanecer, llegar al límite. Ganar o perder. Tener alguna certeza. Javier Ponce escribe: “Me doy cuenta de que estoy viviendo como juego, al ritmo de la ruleta”. Y se pregunta: “¿Pero a qué estoy jugando? En esta frase pareciera esconderse el sentido narrativo.