Ficción y feminismo en Argentina
Por Boris Katunaric
Desde el primer #NiUnaMenos el feminismo ha estado en la mayoría y centro de los debates políticos y se ha conformado como una discusión cotidiana, una lucha diaria que retomamos constantemente. La literatura no escapa, ni podría, ni querría, estar fuera de esta gesta que atraviesa la cuarta ola feminista. Desde este espacio retomamos cuatro libros de reciente publicación, atravesados por algunas de las situaciones de violencia más graves que sufren históricamente las mujeres: violación, femicidios, aborto, y exclusión social. Dos mujeres y dos hombres escriben novelas, la idea de “cupo” podría servir como excusa para discutir entre ellas una literatura actual.
Fake Plastic trees
Lila de Gonzalo Unamuno pareciera ser un libro prefabricado. Una biografía ya armada en la que se agregó un capítulo inicial para plantear el conflicto y uno final para cerrarlo. Lila es un personaje atravesado por cierta parte de la historia argentina, hija de un diplomático de carrera durante la dictadura, pareciera eximir a su familia de cierta complicidad con el golpe del 76 con un padre “diplomático de carrera”. Es una historia más, cuenta algunos éxitos y fracasos.
No tiene ningún atractivo más que la narración del contexto político argentino durante los años 70,80 y 90. El escenario es la Historia. El narrador es el asesino de Lila. No hay mucho más que caracterizar a este personaje como un ser altamente tóxico, un machirulo promedio, un fracasado de la política y del sector público dentro del mundillo de cancillería y las embajadas. Proyecta toda su frustración contra Lila que lo ha dejado luego de un viaja por Europa, una típica relación igualmente tóxica con la falopa, una escena homosexual en un baño español. La novela, menos oportuna que oportunista, no ha irrumpido demasiado, a pesar de su trama no fue lo polémica que se planteó o quiso plantear.
Hay un intento de querer ser "El niño proletario" que ha quedado un poco trunco, no ha desarrollado un potencial de violencia que Osvaldo Lamborghini podía utilizar para hacernos sentir escalofríos en cada línea, página tras página. Hay una explicación; hoy en día, la historia social argentina es la de El Fiord, pero su narradora en primera persona es Carla Greta Terón. Hay un déficit de lenguaje y de estilo que hace de Lila una novela liviana y, por ende, fracase en su intención efectista.
El mayor logro de Lila, tal vez sea el de salir de la idea de “crimen pasional” y sincerarse con el femicidio desde la psicopatía de manual. La planificación de un asesinato es la idea más sincera y el mejor aporte de esta novela. Ya no es la emoción violenta la que prima, la excusa Barreda es insuficiente. Estamos en el terreno de la intención de hacer daño premeditadamente. A una mujer. Por el solo hecho de ser mujer.
Chicas de barrio heavy
En Una nena muy blanca de Mariana Komiseroff , sin ánimo de spoilear, podemos encontrar los cuatro ejes conceptuales de esta nota: violación, femicidios, aborto, y exclusión social. Esta última, tal vez, es la que ordena el escenario global. Barrio pobre del conurbano bonaerense, los pasajes más machistas de las letras de cumbia villera de los 2000 son la banda sonora y operan, también, como crítica y como discusión entre la cultura del barrio y su personaje principal, oyente de heavy metal. Esta tensión también aparece en los modos de hablar de los personajes, términos como “pajera”, “hijasderemilputa” o “cerrá la cola” son también parte del escenario social.
La novela empieza con un milagro, la resurrección de la Ely, hermana menor de la narradora, Jesi, luego de un accidente en la cabeza que la mató, literalmente, durante unos minutos. Varias tramas se suceden al mismo tiempo que cuenta su vida cotidiana, la ruptura con su “peoresnada”, Rodrigo, un aspirante a filósofo que se cree tal porque recién empezó el CBC, los problemas económicos y la falta de trabajo, cierta depresión en el ambiente, una sospecha de orden burocrático, la falta de la firma de la madre en la partida de nacimiento de Ely.
También una consulta a una anciana medio bruja, que lee los ojos, funciona como concepto, es la que provee de cierto bienestar a las protagonistas de esta historia, quien también es consultada por la necesidad de un aborto para Jesi. Ya no es la clínica privada ni el misoprostol los que están en la discusión, ahora son los yuyos y una intervención de dudosas prácticas los salvadores de la maternidad deseada.
Todo esto sucede mientras Jesi comienza a trabajar como mesera en el restaurant de un “cantri”, la manipulación de un jefe ultramachista y posterior violación de la protagonista.
Podemos destacar un recurso literario que también es central para pensar esta novela. La madre y dos hermanas conviven en una pobreza estructural, el diálogo entre hermanas es firme y se alimenta de guiones. Cada vez que habla la madre se hace párrafo aparte, sin guión y siempre empieza con minúscula. Más allá de lo formal, esta voz es en todo una victimización horrorosa, un insertar culpa en las hijas, un idolatrar al marido muerto, un hacerse mala sangre porque "soy la única que trabaja".
Se mecha el policial, se deja entrever la sospecha de la posible resolución de un misterio, se conocen los peores secretos de una familia y de cualquier familia, el encubrimiento y la complicidad con el horror.
Ríe fetito
Jellyfish, diario de un aborto, del escritor Carlos Godoy, es una novela demoledora, el diario de un aborto en consonancia temporal al tratamiento de la ley IVE. Es muy claro que no es el Godoy de Escolástica peronista ilustrada o de La construcción, es una experiencia completamente distinta.
La primera persona de una joven estudiante de letras, bastante snob, ácida, superficial, instagramer. Un lenguaje que utiliza todo el tiempo la burla y la ironía, tal vez como mecanismo de defensa, reflexiona sobre estar embarazada, tanto es así que pocas veces habla de su embarazo con esa nomenclatura, más bien utiliza términos como “preggo” o “pregnant”, hasta la idea de Jellyfish, o sea el título, refuerza la minimización de lo que sería un feto, conceptos que suenan ajenos, hasta despectivos.
Hay cierto abuso del lenguaje propio de las redes sociales, los “ah, re”, “bby”, “stories”, “jaaaa” etc.… aparecen en cada página, como leitmotiv, esto refuerza la idea de la actualidad del lenguaje, y hasta de lo coyuntural de esta novela. Yakie es un personaje un poco irritante, bastante cheta. Su compañero de aventuras, Tomi, es un fracasado de 32 años, estudiante crónico de sociales, poeta, desocupado y el padre de su Jellyfish, lo detesta. A lo largo de la novela Yakie es acompañada por la lectura de Impossible motherhood de Irene Villar, con la cual sostiene una tensión irresoluta basada en el momento que atraviesa. En Argentina el aborto es clandestino y esa es una experiencia que Villar no puede conocer por vivir en el primer mundo.
También hay una tensión entre la narradora y la salud pública, el desclasamiento es una de las reflexiones tal vez más duras al chocarse con cómo son atendidas las mujeres en el mundo de los hospitales públicos y la falta de empatía con ese universo. Esto se resuelve cuando Yakie decide no hacerse un aborto en una clínica privada, sino de manera casera, clandestina, alquilando un hotel súper cheto por Airbnb.
Jellyfish funciona como un manual para quienes deseen realizarse una aborto con misoprostol, si bien abunda información sobre el tema es una buena forma de acercarse desde lo literario.
Escribir es reparar la herida fundamental
Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró, si bien es la más autobiográfica de las obras que reseñamos en esta nota, es la única que no está en primera persona, paradójicamente. Es una obra polifónica, de una poética coral, donde reverberan todas las voces de una escena familiar terrible. Los diálogos se dejan de lado para dar forma a alocuciones unívocas que dejan traslucir los momentos de tensión, de alegría, de esperanza, de ansiedad, bronca, dolor.
También la protagonista de esta tragedia toma la voz, la voz de quién ha padecido una violación por parte de un tío, policía de pueblo, macho golpeador y manipulador, que dejaba el revólver sobre la mesa para acentuar su poder y se acostaba con su sobrina para manosearla. La idea pizarnikeana de la palabra que sana atraviesa un relato oscuro, como los pasillos de un expediente, de un abogado desinteresado por el caso, los reproches, acusaciones e insultos de una familia encubridora, del dolor de madre y de hija, de la culpa sistemática que sienten quienes fuimos abusados (perdón por lo autorreferencial del último comentario).
Por último, la brevedad de esta reseña responde a la necesidad de no decir otra cosa más que cuánto hace bien leerla. Mucho.
Abrir el paraguas o sin intención de mainsplanear
Hay un síntoma transversal en la literatura contemporánea, un concepto que anda dando vueltas y tiende a acoplarse a mucha de la literatura actual. Durante los 90 puede haber sido la autorreferencialidad, lo autobiográfico, el pequeño mundo privado del escritor que habla sobre su abuelita. Hoy sobrepasa esos límites y se transforma en autoidentitaria. Hoy los autores y autoras esgrimen su rol en la sociedad, refuerzan la idea de en qué lugar están parados respecto al mundo. Ya no somos islas, ya no se trata de narrar sino de narrarse en el mundo. ¿Esto es algo bueno o algo malo? No lo sabemos, pero existe. Justamente por esta idea autoidentitaria es que las novelas escritas por mujeres tienen más peso político. No por nada la mayoría de los hombres de estas cuatro novelas son unos pavos. Esto es debido al momento que atravesamos, el de las mujeres como protagonistas. Como ya se dijo, estamos en el país de El Fiord, pero su narradora en primera persona es Carla Greta Terón.