Flor Canosa: “Nos fumamos décadas de traducciones castizas y no decimos hostias, ni cojones, ni follamos”
Por Hernán Casabella
Por decisión de la entrevistada y del autor el artículo contiene lenguaje inclusivo.
Flor Canosa es graduada de la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica en las especialidades de Guión y Montaje.
Ganadora del Premio X de Novela Contemporánea 2015 por su novela Lolas (Editorial El Cuervo de Bolivia y Suburbano de EEUU), en 2017 publicó Bolas (Zona Borde) y luego Pulpa (Obloshka 2019), su primera novela de ciencia ficción. En 2021 volverá a sacar una novela con Obloshka.
Ha publicado cuentos en antologías, diarios y revistas, y se desempeña como Jefa de Trabajos Prácticos en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires hace casi 20 años.
Como guionista, trabaja para proyectos de cine y TV para canales como HBO, Fox, Netflix y Amazon. También escribe cómics.
AGENCIA PACO URONDO: ¿Cuál fue el primer libro que leíste completo y sin obligación de hacerlo?
Florencia Canosa: En casa siempre hubo miles de libros y una pila infinita e invariable en la mesa de luz de mi vieja. No existían los libros prohibidos; era la más chica de mis hermanos, por amplia diferencia, y se sabía que cualquier libro me iba a enganchar o no, que iba a entenderlo o no. Además, estaba esa cuestión de criarme con adultos y necesitar acceder al mismo material que ellos, para no sentirme menos. No estaba el concepto de que fuera a aprender algo malo de un libro, y leía de todo. Aunque leí novelas de la colección “Robin Hood” o “Mis libros”, o Corazón, de Edmundo de Amicis, mi recuerdo más vívido y como una especie de libro de transición, fue haber leído entero Se busca una mujer, de Bukowski, a los 12 años. Creo que se puede entender el motivo...
APU: ¿Los libros se leen hasta el final o se abandonan? (Si abandonaste alguno, ¿cuál fue y cuál es la anécdota que valga la pena?)
F.C.: Los libros sólo se leen hasta el final si hay una obligación académica o algo similar. Por displacer, jamás hay que forzarlos. Si el libro aburre y se pierde la curiosidad, ¿para qué? Tal vez no sea el momento. Me pasó con La conjura de los necios. Me lo recomendaron muchísimo, me insistieron y, en ese momento, no era el libro indicado para mí. Lo dejé, con culpa. Me sentía medio idiota. ¿Cómo podía ser que no pudiera con él? Cinco años después, lo encontré dentro de una caja que quedó guardada de una mudanza, dentro de un placard al que se le rompió un caño de la pared de atrás. El libro estaba húmedo, con las esquinas rotas y manchas por todos lados. Incluso tenía olor a podrido, me acuerdo. Ahí, decidí que merecía otra oportunidad (¿el libro o yo?, difícil saberlo) y lo devoré.
APU: Los libros, ¿se compran, se regalan, se prestan, se pierden, se devuelven, se venden, se roban?
F.C.: En ese orden. No creo que exista ser lector que alguna vez no haya comprado/regalado/prestado/perdido/devuelto/vendido/robado un libro. Recomiendo pasar por cada una de esas experiencias.
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura argentina?
F.C.: Imposible respuesta... Voy a tirar algunos: El entenado, de Saer; La saga de los confines, de Liliana Bodoc, muchos cuentos de Borges y de Cortázar. Soriano, Puig, Enrique Medina. Y puedo seguir todo el día.
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura universal?
F.C.: Más difícil todavía. Todos los libros de José Saramago, empezando por El evangelio según Jesucristo; El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso; El perfume, de Patrick Süskind; casi todo Dick, Bradbury y siguen las firmas.
APU: ¿Hay algún personaje de la literatura con el que te sentís identificada?
F.C.: No, nunca me pasó. Bah, quizás cuando era más joven pude haberme sentido identificada con algún personaje, pero ninguno que me haya impregnado lo suficiente como para recordarlo.
APU: Así de arrebato, ¿qué final te viene a la memoria?
F.C.: El de “Las ruinas circulares”, de Borges.
APU: ¿Cuándo comenzó tu gusto por la escritura?
F.C.: Desde chica. Al principio por imitación (mi viejo y mi hermana escribían). Después porque encontré una forma de entretenerme sola en un mundo de adultos. Para mí era más divertido que jugar, aunque nadie me leyera. Escribía obras de teatro para los actos escolares, participaba en concursos locales, regionales y bueno, seguí escribiendo siempre. Para todos y para nadie.
APU: ¿Tenés alguna rutina al escribir?
F.C.: No, en absoluto. A menos que consideremos que el caos pueda ser una rutina. Me acostumbré a escribir en el laburo, con puertas abriéndose y preguntas estúpidas cada cinco minutos; me acostumbré a escribir con mi nene chiquito mirando videos de youtubers gritones, con dos gatos peleándose de fondo, con el altoparlante de “Señora, compro, compro, muebles, televisores, comproooo”.
APU: ¿Tenés objetos fetiches que te sean vitales al momento de escribir?
F.C.: Ninguno. Me alcanza con que haya electricidad y, en lo posible, Internet. Y que no me hablen de nada importante mientras escribo, aunque hasta eso es negociable. No tengo un “estudio” silencioso y solitario en mi casa; tampoco nunca disfruté escribir en bares, así que se podría decir que me alcanza con tener el teclado con el que me siento cómoda.
APU: ¿Lenguaje inclusivo en la escritura sí o no?
F.C.: Personalmente, no me sale. Pero veo que el futuro viene así, en inclusivo. La RAE no va a marcar agenda sobre lo que sí o lo que no. Tendrá sus lectores y sus detractores. Nos fumamos décadas de traducciones castizas y no decimos “hostias” ni “cojones” ni “follamos”, así que no creo que sea motivo de escándalo que haya autores que escriban en lenguaje no binario. Lxs banco.
APU: ¿Cuál es tu opinión sobre las presentaciones de libros y los ciclos de lecturas?
F.C.: Sabemos que las presentaciones son fundamentales para las editoriales independientes. Es el mayor flujo de venta, es la chance de escuchar al autor que uno quiere conocer, de llevarse el libro firmado, de encontrarse, de celebrar. Publicar un libro es, de por sí, motivo de fiesta. Sabemos lo difícil que es, lo que cuesta y no veo que traiga ninguna desventaja organizar una presentación.
Con respecto a los ciclos de lecturas, participé de ellos como lectora y como público y también me parece un sitio de difusión y encuentro, de descubrimiento de nuevas voces. Celebro todo aquello que nos junte. En estos tiempos, lo celebro más que nunca y hasta siento nostalgia de todo lo que no se puede hacer, aunque después encuentre excusas para no ir a casi ninguno.
APU: ¿Cómo se lleva tu literatura con el insomnio, con las noches, con los vicios?
F.C.: Puedo hablar sólo del insomnio. Para mí, lo que se llama “las noches” son esos momentos de insomnio, porque “los vicios” nunca fueron compañeros de escritura. Una psicóloga me dijo hace mucho: “probá alguna vez cómo es escribir fumada”. Dicen que es como dijo Hemingway (es apócrifo eso): escribir borracho y corregir sobrio. No lo sé, nunca lo probé. Tengo muchos tatuajes y poco rock, tal vez. Así que las noches en vela no son mi mejor momento para escribir; ni siquiera para leer, apenas si me alcanzan las neuronas para mirar series hasta que cantan los pajaritos.
APU: ¿A quién releés periódicamente?
F.C.: No suelo releer. Creo que el único libro que leí tres veces es El perfume, de Patrick Süskind. De vez en cuando agarro algún libro porque una idea o tema me recuerda a algo que ya leí, pero no suelo releer nunca. Con todo lo que hay para leer por primera vez...
APU: ¿Qué tres autores argentinxs reeditarías?
F.C.: Rafael Pinedo, Ángelica Gorodischer y Abelardo Castillo.
APU: ¿Qué opinas de la literatura argentina de la última década?
F.C.: Me da la sensación de que creció un montón, que hay un nuevo auge de la literatura argentina y, particularmente, de la literatura escrita por mujeres. Hace diez años yo no estaba inmiscuida en el ambiente literario y, además, las redes no eran lo que son hoy, donde podemos acceder a más noticias; y ahora veo que autoras como Enríquez, Schweblin, Cabezón Cámara, Bazterrica, Reyes, Sosa Villada, entre tantas otras, la están rompiendo acá y en el exterior.
APU: A calzón quitado, ¿leés a tus contemporánexs o solo leés las contratapas?
F.C.: Los leo. No tanto como quisiera, porque tampoco todo lo que escriben me gusta y es tanta la oferta que, inevitablemente, terminás eligiendo. No me dejo llevar tampoco por el libro del momento, leo por el interés que me produzca el tema. A veces leo por curiosidad o por solidaridad. También compré muchos libros que todavía no leí y no puedo prometer que vaya a leer en breve.
APU: ¿Qué estás leyendo actualmente?
F.C.: El viento que arrasa, de Selva Almada.
APU: Trabajás en el campo audiovisual, ¿existe alguna posibilidad que Lolas, Bolas o Pulpa tengan chance de convertirse en película o serie?
F.C.: Lolas nació como idea de un guión cinematográfico. No llegué a escribirlo en ese formato, pero lo estructuré en mi cabeza de esa forma. Hay una cantidad inmensa de variables para que un libro se convierta en audiovisual. En primera medida, los productores apuntan a los Best Sellers, así que podemos ir borrando esa variable. Luego, tendría que ser una historia que alguna cadena esté buscando. El mundo audiovisual se mueve por demanda, por algoritmos. Por ende, va mucho más allá de lo que yo pueda desear. Por otro lado, creo que lo más sano es que otro guionista escriba la adaptación (o que sea un trabajo conjunto), porque hay que despegarse del material para poder generar un guión digno.
APU: ¿Cómo juega la rutina, la culpa, el orgullo, el honor y la dignidad en ese contrapeso que en algunos aspectos ligan a Lolas con Bolas?
F.C.: Diste en el clavo, porque ambas novelas tienen esos tópicos en común, además del elemento disruptivo en tanto la pérdida de esos “objetos” físicos que están relacionados con la sexualidad. Hay una ruptura en la rutina de Julia en Lolas y Federico en Bolas, en cuanto a la pérdida; el orgullo de que se pongan en riesgo los atributos que los configuran como macho y hembra, el honor y la dignidad en Julia al querer conservar sus tetas y la culpa en Federico, al no comprender el porqué de su emasculación sorpresiva.
APU: En Pulpa, ante la colonización de los cuerpos por parte del estado y al serles negado o prohibido padecer el dolor, la rebeldía aparece en el disfrute del dolor como única posibilidad. ¿Pensás que en la sociedad actual hay formas de resistencia expresadas a través del cuerpo?
F.C.: Creo que la mayor forma de resistencia actual con respecto al cuerpo es el que lleva adelante el feminismo, devolviéndonos el control, la decisión y el dominio del cuerpo a las mujeres, históricamente relegadas al lugar de objetos, incubadoras o seres sobre los cuales priman las leyes del patriarcado. Ahí está la resistencia actual: mi cuerpo, mi decisión, en todas sus variantes. En el extremo opuesto, está el movimiento antivacunas, que de alguna forma le “niega” el cuerpo a la ciencia. O los anticuarentena, que consideran que usar barbijo es una forma de opresión. Al contrario del feminismo, cuyas reivindicaciones me resultan fundamentales y urgentes, el de antivacunas y anticuarentena no es el tipo de “resistencia” que me resulte relevante y, en mi opinión, tiene consecuencias sociales y sanitarias muy serias y colectivas. En Pulpa, en cambio, se juega con la existencia de una suerte de dictadura real, tecnocrática, que prohíbe el dolor, lo criminaliza, con una pena desconocida a quien se salga de la norma. Los protagonistas de Pulpa no luchan contra el sentido común y los siglos de avances científicos, sino contra una opresión que domina los cuerpos. Los mecanismos biopolíticos de control y la rebeldía, son como el ABC de las distopías.
APU: Contanos algo acerca de tu película de ciencia ficción Daemonium
F.C.: Daemonium fue un proyecto colectivo y autogestivo. Yo entré al grupo en el año 2010, cuando ya se había filmado un cortometraje que salió tan bien que habilitó para ser una serie; entonces ahí me uní como guionista. Fueron muchos años de laburo, de ir armando grupalmente, paso a paso, el guión de cada episodio, que se estrenaba gratis en YouTube. Cuando estábamos por terminar, surgió la propuesta de Netflix y decidimos convertirlo en película. Fueron dos años en que Daemonium estuvo en esa plataforma y luego volvió a YouTube en su formato original de serie. En el camino, ganó festivales alrededor del mundo y fue un trabajo monumental de cargarse al hombro un proyecto de esa envergadura (con muchísimos actores, técnicos, efectos digitales y analógicos), y sin presupuesto.
APU: ¿En qué anda la escritura de Flor Canosa en estos tiempos pandémicos?
F.C.: Uf, de todo. Terminé la novela que se publicará el año próximo por editorial Obloshka, corregí una novela de ciencia ficción que envié al concurso de Letras del FNA, escribí algunos cuentos para antologías y concursos. También guiones o proyectos para laburos. Con Demian (mi compañero) escribimos algunos proyectos para series, empezamos una novela a cuatro manos, terminamos una novela gráfica que se está dibujando. Al principio pensé que iba a ser terreno yermo, pero resultó ser una pradera muy fértil. Claro, tuve el privilegio de poder quedarme en casa.
APU: Viviendo con un librero, ¿se te ocurrió en alguna ocasión dedicar alguno de tus libros, onda guiño o sorpresa para quiénes lo compren? Alguna anécdota.
F.C.: La verdad, entramos en una especie de círculo vicioso con el tema de las dedicatorias. Cuando mi compañero vende alguno de mis libros, siempre pasa lo mismo: él me pregunta si lo voy a dedicar. Yo le pregunto si el cliente se lo pidió dedicado. Nos pasamos debatiendo si el cliente sabe que somos pareja. “¿Aparezco o no aparezco cuando venga a buscar el libro?” “¿Le preguntamos si lo quiere dedicado?” Siempre lo mismo, como una danza. Somos dos tarados haciéndonos cincuenta preguntas con el libro en la mano. Y seguimos: “¿será una imposición dedicarle el libro?” “¿Queda bien preguntarle?” “¿Qué le pongo?”. Todo termina de dos formas en una desordenada y tímida aparición mía que me llevo el libro a firmar, o, directamente, me escondo para que parezca que no estamos relacionados. Somos dos estúpidos.
APU: ¿La escritura puede aprenderse en un taller?
F.C.: Todo puede aprenderse en un taller. Obviamente, un buen taller con herramientas, teoría y ejercicios, puede enseñar muchísimo sobre escritura. Después está la mano, el talento, la voz, el tono, la sensibilidad; esas cosas que no se enseñan. La mirada de un otro es fundamental, no tengo dudas de eso. Lo importante es no salir de un taller “configurado” a la medida del docente.