“Hacia dónde vamos”, poemas de esos días en que la vida fue un todo en suspenso
“Despertamos mal dormidos/ en un clima de cantos difuntos/ con preaviso, todo se transforma/ sin autos embotellados ni ríos de gente/ los perros callan con sabiduría/ ante ese todo en suspenso” dicen los primeros versos escritos por Fernando Caniza en Hacia dónde vamos (2022, Alción) y claramente nos anuncian un cambio profundo, inesperado y que, quizás, no sabremos cómo llevar.
Si en A nadie le importa (2016, La Gran Nilson) la vida parecía caer en desahucio por el desinterés de algunos y en Así estamos (2019, Alción) el amor quedaba bajo tratamiento de ausencia, en este nuevo libro (que viene a dar cierre a una trilogía donde lo social, lo político y cultural son constitutivos de la subjetividad poética) vida y amor quedan aturdidos, se convierten en sobrevivientes “cuando estaba todo listo para reinventarnos”.
¿Y qué los sobremata sino el desánimo que agiganta su territorio al saber que “un día las calles eran vertientes/ poderosas, con trabajadores/ a pleno, al siguiente quedamos/ con los dedos en el teclado”? Lo que hasta allí reconocíamos como cotidianeidad queda en parálisis obligatoria mientras nace una nueva (“nadamos en la pantalla como un recreo de ausencia”), lo imponderable sale a escena como muerte portando nueva máscara mientras lo humano trata de no ser despojado de su condición, avasallado por un imprevisto que lo sorprende y aterra como si no hubiese generado las circunstancias para que así sucediera.
Caniza no trata de llevar un diario del aislamiento, construir un obituario pandémico o levantar monumentos de piedras aunque hay dolor que pesa como ciento de ellas; su palabra desgarra esa condición humana y deja al descubierto sus contradicciones, mientras empuja el deseo (que no deja de ser una cuestión política) para sanar, lo que sería posible “si un día todo resonara con la más maravillosa música”.
Su voz poética reaviva ese tiempo distópico que todavía conservamos fresco dentro de la palabra encierro, momentos en que “El día reunido en un puño/golpea la vida programada/…/ despierta una visión realista/ llamadas en habitaciones/ donde nadie respira, nadie/ permanece en felices reposeras,/ tampoco en urgente insurgencia”.
Allí se mira por la ventana como si estuviéramos en un cine “esperando la escena que vuelva a estremecernos”, que nos recuerde que no nos olvidamos de sentir. Allí, detrás de esa ventana “donde el día lluvioso encuentra aliento”, lugares donde “se esculpe el tiempo sin ilusiones teóricas”, germina la pregunta de si alguien puede decir si hay salvación que nos permita hacer algo más que ver pasar “una fila de cajones hormiguea/ frente a hornos sin ceremonia” mientras “presencias virales/ despiden eso que se mostraba envanecido” y nos preguntamos hacia dónde vamos “con tanto eufemismo en bolsas plásticas, con paso lento y la espalda doblada”.
Porque es allí donde la desgarradura es más notoria: la respuesta no está en la aparente vida de este lado de la ventana o la sugerente muerte en desfile del otro, parafraseando a Paco Urondo, la única respuesta es ese espacio tiempo que toma la forma de una ventana donde el día lluvioso encuentra su aliento.
Finas hebras bíblicas tiene la visión del mundo detrás de ese vidrio, desde donde se pueden escuchar “trompetas en el cielo” y las “revelaciones impensadas” son “anuncios milenarios en perpetuo socorro” que vienen a afirmar que “por vos nunca se acelera/ lo suficiente el Apocalipsis”.
Caniza descubre que en esa aparente quietud se produce un desplazamiento, está seguro que “hay tantos sueños como universos”, pero falta las conexiones; la escucha está pero “no atiende palabras”, se vuelven ruidosos aquellos que “se agolpan en alerta/ dispuestos al combate si hiciera falta/ en sintonía con la arrogancia de mercaderes/ que se agranda con cada violencia evitable” mientras la indiferencia se convierte “en un virus obstinado”, podríamos decir peor que el mismo virus, y los indiferentes pasan “simulando un apuro nervioso/ una ceguera repentina por miedo de encontrarse con sus propios demonios”. Estos son los santos y seña de un enemigo despiadado que “impone su narrativa sin tapujos”.
“un día las calles eran vertientes/ poderosas, con trabajadores/ a pleno, al siguiente quedamos/ con los dedos en el teclado”
¿Qué hace el poeta frente a ese caos velado? “No rendirnos/ ante dolores de raíces lejanas/ sabemos con marcas en el cuerpo/ la desobediencia cuesta el doble”.
“En este sentido asumo que no podemos escribir sobre algo personal como si estuviera escindido del mundo que nos rodea, como si nuestras vidas no estuvieran atravesadas por la producción simbólica del neoliberalismo, por ejemplo”, supo responder Fernando en una entrevista. Si bien su experiencia personal puede ser esa marca de fuego que hace virar el cierre de la trilogía hacia este lugar, es evidente que esa desobediencia, ante todo, se reconoce plural, ya que “cabe un desafío/ elevarse de las rodillas físicas/ con los brazos de los pacientes/ como estocadas virtuales/ hasta la primera sangre/ del asedio de los crueles”.
Fernando Gabriel Caniza (Argentina, 1970) es licenciado en Ciencias de la Comunicación (UBA). Como periodista ejerció en importantes diarios y revistas, también es docente universitario, escritor y gestor cultural. Además de Hacia dónde vamos, publicó los libros Así estamos (Alción, 2019, Buenos Aires, Argentina), A nadie le importa (La Gran Nilson, 2016, Buenos Aires, Argentina) y Luces de hospital (Araña Editorial, 2005, Valencia, España). En gestión cultural está a cargo de la curaduría del ciclo de lectura Transpolar poesía+narrativa (2013, hasta la actualidad) y del ciclo Correspondencia (2019, Legislatura de la CABA, hasta la actualidad).
Hacia dónde vamos consigue plasmar los años de pandemia y, especialmente, los meses de aislamiento, sin hacerla objeto central de su poemario, se llega a ella a través de su disección, a través del dolor, de los cambios, pero sobre todo de la ausencia. Porque si “lo primero que se lleva el viento son las palabras”, “lo primero que se pierde con la ausencia es la voz”. Por eso “el poderoso grito igualado” es el que dirá hacia dónde vamos “en medio de certezas en falta/ un resultado no definitivo, por cierto”. No hace falta, no le hace falta a la ola para hacer un océano.
Reflotar el deseo, “que se hunda la primacía de lo posible, que lo inmutable se resuelva en saltos rápidos”, pide Caniza. Porque, aunque intentemos negarlo, intuimos que sabemos hacia dónde vamos, pero es “en la despedida que sentimos el desajuste”.
Después de todo, “Hacia dónde vamos/ es la buena pregunta/ desde los confines/ si habrá algún tipo de/ resurgimiento de las ideas/ un retroceso de infantes o/ un encuentro definitivo/ con lo que ya no existe”.