Homenaje a Inés Manzano: hoy, que importa más el amor que la justicia

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    Inés Manzano
    Ilustración: Leo Olivera
CELEBRACIÓN

Homenaje a Inés Manzano: hoy, que importa más el amor que la justicia

27 Octubre 2024

Ingreso al Tano Cabrón. Todavía no llegó nadie. Sólo estamos la poeta Pilar Sanjurjo y yo. Me siento feliz de que esté a mi lado. Me siento feliz de que siempre esté a mi lado, sobre todo hoy que las emociones son fuleras. Esperamos a Caro Lesta. Llega, prontamente, como sólo ella sabe llegar: agitando su corazón para todos. Cuando decidimos hacer esta celebración, no sabíamos muy bien qué haríamos. Sin embargo, la claridad estaba dada desde el principio: escucharnos con atención.  Claudio Gómez llega con su paso simple y su sonrisa de amigo. Entre otras cosas, me dice “no conocí a Inés, personalmente”. Muchos no la conocimos, pero todos sabemos de ella. Se arma una ronda porque ya llegaron Viviana Abnur, Simón Velvet, Capitana Quir, Eugenia del Carmen.

Los verdaderos homenajes no son los que se hacen con un micrófono. En esa ronda,  todo había comenzado. En esa ronda creímos, por un momento, que estaba la verdadera celebración, que estaba la verdadera Inés. Pero no. La verdadera Inés no existe. Existen muchas y, aunque sean todas diferentes, en cada una existe un rasgo fundamental: la humanidad. La ronda es la antesala de una noche en la que el amor se extiende como reguero de pólvora sobre nosotros.

Demoramos para comenzar. Demoramos porque un gesto de este tipo no tiene tiempo. Porque un gesto de este tipo está siempre fuera del tiempo. Sin embargo, un gesto de este tipo nunca empieza. Lo que empieza es el desenvolvimiento. Se da naturalmente. Hay cosas que no pueden forzarse. Hay gentes que se recuerdan tanto que no tienen inicio o fin, mucho menos fin, mucho menos el tiempo de los otros.

Estamos adentro. Nadie dijo que empezamos. Nadie se paró a presentar a alguien. Sólo leo porque creo que hay que leer. Empiezo con un poema de Alejandro Schmidt, el Rey Ciego. Ese que se titula “El inesperado corazón de Inés” y que en su final dice “Lo importante de morir/ es volver”. Se escuchan risas de afecto y exclamaciones. Claro, en primera fila están Lidia Rocha, Gerardo Curiá y Viviana Abnur. Ellos seguramente saben, o rememoran, nítidamente, ese fragmento del poema en el que Schmidt cuenta cómo, a pesar de presentarse una dificultad con el lugar pactado para un evento, Inés  se desprende del grupo que leería y consigue el patio de un club para llevar adelante el Ciclo Interiores.

Empiezan las lecturas. Caro Lesta lee “Los restos de una mano pequeña”. Lee con un absoluto silencio. Lee como morir, pero vive cuando cierra el poema. Continúa Capitanx Quir con “La escuelita de la higuera” y mientras lee vivimos todos. Así pasa la noche, con la estela de Inés Manzano cubriéndonos, como una perfecta desconocida que te abre las puertas de una casa que no siente del todo propia. Terminamos nuestra intervención leyendo “Que alguien me libre” al unísono porque la voz fundamental de nuestra poeta es la voz de todos. “Que alguien me libre de agachar la cabeza para ser coronada” dice su poema y acá estamos nosotros subiendo al olimpo de la poesía para pelear con sus palabras.

Increíblemente, durante todo el tiempo que preparamos el homenaje nos debatimos sobre quién leería uno de los poemas, pero, ahora, que llegó el momento, ninguno lo lee. Ni Caro Lesta, ni Capitanx Quir, ni ninguno de los que, en el silencio brutal de la noche, se pararon a leer un poema, entre los que estaban: Pilar Sanjurjo, Simón Bellver, Andrea Marone, Momo, Ramón Altamirano, Fede López, Eugenia del Cármen. Nadie lee el poema. Nadie lee “La victoria de la víspera”.

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Homenaje a Inés Manzano en el Tano Cabrón

Le pedimos a Lidia Rocha que pase a leer y ella, que atentamente escuchó las lecturas, sabe que nadie, hasta ahora, leyó ese poema. Sólo entonces, lee “el único suceso que nos torna invencibles/ es tenernos a mano”. Todos lo celebramos, sorprendidos agitadores de la palabra del otro.

Quizás, lo más terrible de homenajear a Inés Manzano es que, según dicen quienes la conocieron, ella no estaría de acuerdo. De hecho, alguien lo dice. Lo dice en voz alta y para todos. Alguien lo dice y en el ambiente, todos asienten. Todos asienten porque todos reconocen la genuidad en el aire. Así son las cosas. Uno es dueño de su vida hasta que su vida, aunque sea en las pequeñas (o grandes) cosas, lo excede. Así sucede el tiempo. De un momento a otro empiezan las faltas de respeto. Las lindas. Es el costo que se paga por invocar algo de ella para tenerla presente en estos tiempos de crueldad organizada.

Jotaele suena por los altavoces, y cuando Jotaele suena, volvemos al silencio. Para ir hacia la música, volvemos. Jotaele suena en el silencio como Inés. Jotaele está acá para nosotros. Nos lleva hasta el detenimiento y sintetiza la frase que nos llevamos: “Es un acto de justicia homenajearla”. Te queremos, ahora, Jota. Estás lejos, pero estás cerca, afilando tus palabras en la luz liviana de la sala.

La querida Celia Fontán, por malditos motivos que la exceden (y que desearíamos que no existan), no puede estar. Me hace falta Celia. Hace tanto que no la veo. Hace tanto que la extraño. Aparecería luego, de todos modos, en las anécdotas más bellas de la poesía argentina. Celia vendría, sin avisar, en las anécdotas de los protagonistas de la noche: sus amigos. Yo a esto no lo sé y por eso, en este momento, sólo pienso en ella.

El video continúa y seguidito nomás, aparece Norman Petrich. Hoy, que es 17 de octubre, hoy que es difícil robarle esperanzas al país, y que nosotros, por encontrar un norte en ella, nos juntamos a homenajear a la poeta más peronista de todas. Hoy, que es 17 de octubre, Norman Petrich sale por la pantalla en el teatro del Tano. Es un video en modo selfie. Norman está en la obra donde trabaja, con su pilcha de obrero, con su cuerpo de obrero, para contarnos de todos los puentes que construyó Inés. Te queremos, ahora, Norman. Dicen que Inés era muy amiga de los poetas jóvenes, y acá están esos jóvenes siendo queridos por los nuevos poetas jóvenes.

Dicen que cuando uno se va, queda la estela de lo que fue. Vivir es como escribir un poema. Nunca se recuerda lo que uno quiere. Sin embargo, cuando uno ama profundamente sabe dónde guardar la parte de su vida que importa. Uno tiene amigos, para vivir. Para volver, como diría el Rey Ciego. Entonces, sucede lo que todos esperamos. Gerardo Curiá, Lidia Rocha y Viviana Abnur se disponen a buscar dentro de sus corazones algo para dejarnos. Ninguno de los tres atina a subirse al escenario. No explican porqué. No lo necesitan. Ahora que lo pienso, nadie atina a subirse al escenario, porque en el escenario está sentada Inés.

No les dijimos a ellos para qué los invitamos. Lo podrían suponer, pero lo cierto es que no les dijimos. Gerardo, que parece un tipo templado, que parece un buen tipo, comienza agradeciendo. Nos agradece a nosotros que casi no le dejamos poemas sin leer. Somos unos chantas. Él sabe que lo invitamos para que nos devuelva una parte del mundo. Así de egoístas somos. Él nos perdona. Él sabe que es amigo para siempre y que un amigo siempre te puede traer de regreso.

Viviana Abnur se sienta a la izquierda de la sala. Ella es silenciosa. Casi que no le importa nada más que estar escuchando los poemas de su amiga. No quiere pasar al frente, pero le insistimos. Accede y nos cuenta que, una vez, se le apareció en La Plata, en un ciclo totalmente desconocido al que no iría nadie que viviera en Capital. Que Inés siempre aparecía. Coincide con Norman, medita y asiente: Sí, Inés estaba en todos lados y, a veces, parecía que estaba en dos lugares a la vez.

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Homenaje a Inés Manzano en el Tano Cabrón

Tal vez por eso, Lidia nos cuenta que, en muchas ocasiones, posterior a su partida, le parecía verla en los eventos de poesía. Recuerda a su amiga. Todos quisiéramos ser recordados por alguien como ella la recuerda. Nos cuenta que fue muy difícil que Inés acepte publicar, que siempre le quería mostrar el libro a alguien más. Que cuando parecía terminado decía “Me gustaría que lo lea fulanito” y que así la estiraba. Nos cuenta que Celia Fontán hizo un aporte maravilloso para el libro.

La noche podría continuar infinitamente. Fede López así lo entiende. Recuerda un cuadro de la casa de sus padres en la que Inés estuvo un tiempo y, en la que hay un cuadro que lleva por título el título de un poema de ella. Fede López es, de los amigos de Inés, el que más se nos parece. A él también parece no alcanzarle el tiempo. La noche podría seguir, o repetirse en bucle y seríamos igual de felices, pero la noche se termina. Siempre se termina.

Ahora somos, de vuelta, un montón de jóvenes huérfanos, un montón de animalitos ciegos. Un puñado de jóvenes extasiados con el legado de una poeta a la que no le importaban las coronas ni los títulos. Ni siquiera quién eras le importaba. Así lo dijo Viviana: Inés tenía la capacidad de ver la belleza de las cosas, incluso en tu enemigo (y a veces te terminaba convenciendo de esas cosas bellas).

La noche se termina y no quiero que se termine. Miro alrededor y está la gente que quiero que esté. Nos abrazamos con Caro y La Capitana. Nos abrazamos porque sabemos que lo que pasó no va a volver, pero volverá la estela de este momento. Una y otra vez volverá, como volvemos nosotros a las palabras más hermosas de la poesía, las palabras de Inés Manzano. Me vuelvo a casa. Me cuesta dormir. Pienso que hoy me importa más el amor que la justicia.