"Las líneas del futuro tienen forma de gatillo" y el nuevo estado: reguero de pólvora para la muerte
Las líneas del futuro tienen forma de gatillo es un libro de Norman Petrich publicado por la editorial La Mariposa y la Iguana hacia fines del 2023. En él confluyen la intensidad del lenguaje, cierta fuga de sentido y la conciencia política premonitoria de un estado de cosas que, efectivamente, transcurrieron (posterior a la publicación del título) en un territorio en el que la conflictiva social movió/modificó los límites del bien y del mal para todos.
“HAY UNA LÍNEA DIVISORIA QUE CRUZA/ POR SOBRE LO QUE/ ESCRIBO”, enuncia el “yo” poético en un libro de poesía que, de alguna u otra manera, se adelanta al resultado del repliegue de las políticas públicas en algunos sectores sociales.
Sin embargo, este libro, aunque aborde un tema estrictamente político, no permite que el “yo experiencial” trabaje en desmedro del “yo” lírico. Podemos verlo desde los primeros versos: “llegan/ ellos ya llegan/ y uno puede saberlo/ porque no son sus rostros los que asoman/ en el comienzo” (P.13). Así es que el autor anticipa la monstruosidad de la extrañeza que sucede en un territorio donde pareciera ser común acostumbrarse a que los otros irrumpan violentamente en la intimidad propia. Hay, en este libro, el tejer de una historia que, a lo Manzano (Inés), nos deja perplejos a través de la belleza del lenguaje.
Quizás, en algunas ocasiones, el mayor logro de un artista es ser inclasificable, admitir múltiples lecturas, cargar en su esencia la facultad de experimentar ese “mirar todo como si fuera la primera vez” pensado por Shlovski. La ardua tarea del poeta es permitirse ser hijo de la polisemia, de la polifonía, de la hibridación de discursos. Así es que Petrich deja claro el escenario: en este misterio que se revela lentamente, y nunca del todo, no sabemos, y no tendremos en claro nunca, quiénes son esos otros, quiénes los propios, quiénes son los buenos, quiénes son los malos, porque lo bueno y lo malo, en este libro, deviene en un oxímoron que recoge la belleza de lo terrible.
Cabe destacar, entonces, que no hay un forzamiento en la introducción del discurso político y su coincidencia con la coyuntura actual, porque la poesía es precedente, está por encima y entiende de otra manera eso que se convierte en noticia para los monopolios mediáticos: (“¿es el noticiero de la mañana?)/ que repite no hay piedad/ no hay piedad”). Esa frase, que el “yo” lírico escucha pero deja pasar livianamente, es la representación del estado de indiferencia que se suscita cuando la crueldad se vuelve cotidiana.
En ese lugar, se posa la tentativa de una poesía que, aunque en apariencias es profética, termina convirtiéndose en el retrato no forzado de una realidad que se parece demasiado a la ficción. Porque sí, porque la poesía, porque el poeta tiene esa capacidad inescrutable de posar la vista en eso que Carver denominó el rabillo del ojo: donde la mirada se posa, se origina el poema.
Evita lo convencional, la pose, la farsa. No hay lugar común: toda la semántica de Petrich, tiene una carga simbólica que dice desde una semiótica indisciplinada. Se cuelan en este libro el lenguaje del barrio, el lenguaje del transa, el imaginario del cana, el cansancio del vecino y la propia voz del “yo” poético dándole forma a ese coro polifónico de desconocidos que se esconden bajo la máscara del enemigo interior (un tema, por cierto, muy poco -o muy deficientemente- desarrollado en nuestra literatura contemporánea): -“ellos nacieron muertos/ dice mi vecino/ crecieron muertos vieron caer a los amigos/ que ya estaban muertos/ de la misma forma/ en que se ve caer/ a los otros/ cuando el muerto/ comienza a disparar/ para ellos/ papá noel ya estaba muerto(...)”- p.25
En otro orden de cosas, podemos sostener que la poesía del autor se constituye como un artefacto estético universal porque, más allá de la circunstancialidad, la búsqueda se hace desde los sedimentos del lenguaje. En su libro, naturaleza e historia confluyen armoniosamente. No la naturaleza como un elemento biológico sino como un elemento puro del desenvolvimiento social que se puede considerar y comprender desde una perspectiva “saeriana”. Así es que la historia no abusa de la naturaleza, sino que acompaña la honestidad brutal que el texto emprende y exige al referirse a esos otros que, en efecto, son indistinguibles en una sociedad que anonimiza y fetichiza a esas poblaciones. El “yo” poético enuncia: “qué hicimos para saber/ si es/ o no/ mi rostro el que se asoma/ en el principio del callejón/ ni por qué mi rostro no es el de otros/ o por qué esos otros que se asoman no son rostros/ en los cuáles me reconozco/(...)”.
En el último tiempo, en Argentina, se sucedieron distintas discusiones acerca de “lo político” en la poesía. En este caso, lo que podría ser rispidez se convierte en parte fundacional de la construcción estética. La poesía de nuestro autor recupera la larga tradición de escritores como Paco Urondo o Inés Manzano por medio de imágenes poderosas que sintetizan un momento histórico que no podemos comprender del todo.
Petrich se aleja del discurso hegemónico de la derecha, y de lo progresista, a través de la polifonía por la que introduce a sus personajes. Allí radica su fortaleza:
(Lagarto dice que si las manos van en busca de billetes
a los bolsillos y no encuentran nada
de allí no deben salir, se pierden las manos
al mirarse las palmas y ver que las líneas del futuro
tienen forma de gatillo: en una mano dice mata
en la otra dice morir
mejor dejarlas bien adentro) (p.24)
La diferencia entre los soldados de Perón y los soldados del Pera es la representación del fracaso y la crisis de representatividad política.
En otro orden de cosas, se construye en el texto un palimpsesto signado por una dicotomía abrupta en el que se roza la tensión aspiracional y, tal vez, una fuerte crítica al campo nac & pop. Al respecto enuncia el “yo” de la poesía a través de “Lagarto”: “mi viejo/ siempre les decía a los pibes/ que para salir TODOS de acá había que ser/ buenos soldados de Perón/ algo entendieron y algo no,/ los pibes/ ellos creen hoy/ que la única salida/ es ser soldados del Pera”(P. 26).
La diferencia entre los soldados de Perón y los soldados del Pera es la representación del fracaso y la crisis de representatividad política. Los que debieran haber sido cobijados bajo los valores de distintos estados nacionales, fueron abandonados a las puertas del amor que, por casualidad o conveniencia, tenga para dar el narco con su organización (que termina por consolidarse como un estado paralelo con sus propias leyes y verdades).
El avance de la derecha en el país acentúa la legitimación de ciertas formas de violencia y persigue el vaciamiento del estado dejando tierra arrasada donde toca. Sin embargo, Petrich no se queda en ese lugar estático sino que se permite introducir la esperanza en su poética, una esperanza que es el resultado del instinto de supervivencia. No es este un libro que se acomode a ningún relato. Por el contrario, sostiene una visión donde el desgarro y la esperanza se rozan constantemente: “si es necesaria/ una doctrina de seguridad (...) debería empezar por un abrazo” (P.29). Incluso, ante el desgarro, la indiferencia, la crueldad y la conversión de humanos a números, el “yo” lírico expresa como elemento central la necesidad de una regresión a lo afectivo.
Finalmente, nobleza obliga, hay que reconocerle a este poemario las extensas posibilidades de análisis que ofrece. Recortar sus dimensiones fue una de las posibilidades para el análisis de la obra. La poesía deberá entender que ningún texto se construye sólo a través un “yo” experiencial, pero también deberá entender que todo texto está atravesado por una profunda experiencia vital compartida. En definitiva, este libro nos invita a recorrer nuestras más profundas contradicciones con los ojos apuntando hacia el futuro.