Mariana Travacio: “Se está escribiendo mucho y muy bien. Es una época bellamente prolífica”
Por Hernán Casabella | Foto: Alejandro Jandry II
Mariana Travacio, (Rosario, 1967), creció en São Paulo y actualmente reside en Buenos Aires. Es Licenciada en psicología por la Universidad de Buenos Aires. Se desempeñó como docente en la Cátedra de Psicología Forense de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Es Magister en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y traductora de francés y portugués. Sus cuentos han recibido numerosos premios nacionales e internacionales y han sido publicados en revistas y antologías de Brasil, Cuba, España, Estados Unidos, Argentina y Uruguay. Ha publicado Cotidiano (Baltasara Editora, 2015; Editora Moinhos, 2019), Como si existiese el perdón (Metalúcida editora, 2016; Las afueras, 2020; Tusquets editores, 2021); Cenizas de carnaval (Tusquets editores, 2018) y Figuras infinitas, (Omashu editora, 2021). Quebrada, su próxima novela, saldrá en 2022 por Tusquets editores en Argentina y por Las afueras para España.
AGENCIA PACO URONDO: ¿Cuál fue el primer libro que leíste completo y sin obligación de hacerlo?
MARIANA TRAVACIO: Soy de una generación pre-internet, pre-whatsapp, pre-multitasking. En casa no había teléfono. La televisión se reducía a cuatro canales en blanco y negro que empezaban a transmitir al mediodía y concluían su labor a la medianoche: y con unos programas horribles. Yo vivía en Brasil, entonces. Mi familia estaba en Buenos Aires, o en Rosario. Nos manejábamos por carta. En ese contexto, yo no tengo recuerdo alguno de haber leído por obligación. Todas las lecturas eran una fiesta, por banales que fueran. Yo asistía a un liceo francés, en San Pablo. Nos habían habituado a ir a la biblioteca. La consigna era esta: vas a la biblioteca y tenés derecho a sacar un libro por semana. No recuerdo los motivos que me llevaban a elegir un libro u otro. Pero sí recuerdo que iba todas las semanas, a ese espacio, a ejercer mi derecho a llevarme un libro. Y había libros en casa, también. Mis padres habían comprado dos colecciones, cuando se instalaron en Brasil: una colección de literatura juvenil y otra de literatura universal. De modo que tuve libros a mano, siempre. Y me pasaba horas encerrada, leyendo. De esa época, recuerdo especialmente la lectura de Oliver Twist, de Dickens, o los libros de Julio Verne o los de Colette: nuestro Netflix de la época.
APU: ¿Los libros se leen hasta el final o se abandonan? (Si abandonaste alguno, ¿cuál fue y cuál es la anécdota que valga la pena?)
MT: Fui incapaz de abandonar un libro durante casi toda mi vida. Lo consideraba un acto irredimible. Simplemente, no podía hacerlo. Aunque me estuviera aburriendo o lo estuviera padeciendo. No había razón alguna que me habilitara a abandonar un libro. Sin embargo, hace relativamente poco, decidí que los libros sí se pueden abandonar. Porque el acto de lectura supone un encuentro, un diálogo, entre ese texto y su lector. Y ese encuentro no siempre se da. A veces, porque no es el momento para encontrarnos con ese texto; otras veces, porque nos encontramos con algo diferente de lo que fuimos a buscar. No importa la razón. Cualquiera es válida. Se trata, simplemente, de aceptar que cada lector tiene sus días, y sus noches, y sus necesidades, y que hay un libro para cada momento, y que la vida es corta, y que uno bien puede elegir en qué invertir su escaso tiempo.
APU: Los libros, ¿se compran, se regalan, se prestan, se pierden, se devuelven, se venden, se roban?
MT: Todas son correctas. Debo confesar que hoy me cuesta más prestarlos. Si el libro me importa, es muy difícil que salga de mi biblioteca. Antes los prestaba con más facilidad. Partía de la premisa de que los libros tenían que circular. Sigo pensando lo mismo, pero ya son demasiados los huecos: esos libros que no han regresado. Y no se trata tanto del libro en tanto objeto. Se trata, más bien, de los subrayados: me gusta volver a ellos y no me da igual un ejemplar nuevo, impoluto, sin marcas de lectura, que ese ejemplar que presté, llenísimo de flechas, de comentarios, de marcas: esos diálogos establecidos. No, definitivamente: hay libros que no deberían prestarse.
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura argentina?
MT: Paul Valéry decía que nada entero sobrevive, que las obras que hemos leído solo subsisten fragmentariamente: “exactamente como en el recuerdo, que nunca es más que residuo y solo es preciso cuando es falso”. Me voy a tomar esa libertad. Porque recordamos caprichosamente. Nos quedan ruinas, de las obras. Citaré libros, fragmentos o autores como si fueran la misma cosa, intercambiables. Por ejemplo, me he reído hasta el infinito con Macedonio Fernández. Por ejemplo, con esta frase: Tuve una rabia de tres días. Hace algunas décadas, me acuerdo de haberme detenido largamente en las páginas de Entre nos, de Mansilla. Hoy es una noche pájaros insensatos: andan cantando y recién son las dos y media de la mañana. No sé si serán pájaros insomnes o si habrán decidido amanecer tan temprano. A todas luces, es una noche imprecisa. Desde esa imprecisión, sigo: Facundo, de Sarmiento, El matadero, de Echeverría, los cuentos de Walsh, El juguete rabioso de Arlt; la magia de Pizarnik; la prosa de Fogwill; algunos versos de Estanislao del Campo; la cadencia de Sara Gallardo; esos poemas de Alfonsina Storni que mi madre nos recitaba hasta el hartazgo; la respiración indispensable de Saer; algunos largos pasajes majestuosos de Marcelo Cohen, que aún me vienen, soberbios, a la memoria; los cuentos de Yamila Bêgné; María Moreno; las novelas de Tomassoni; Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued -se te extraña tanto, Busqued-; el trabajo de María Negroni; las contratapas de Forn -también te extrañamos, Forn, tanto-; 27 maneras de enamorarse, de Santiago Craig; las páginas imprescindibles de Marco Denevi; Pablo Katchadjian; la prosa de Ariana Harwicz; la de Florencia del Campo; y seguiría eternamente si no me vencieran los pájaros insufribles de esta noche. Ah, sí. Y Borges, por supuesto.
APU: ¿Cuáles son tus libros preferidos de la literatura universal?
MT: Los pájaros siguen chiflando: me desordenan las ideas horriblemente. Seguiré desordenada, hasta que se llamen a silencio. Citaré a los autores que les plazca venir a mi cabeza. Trataré de pensar en la gratitud. Por ejemplo, me siento agradecida a Tolstoi, a Vladimir Nabokov, a António Lobo Antunes, a Roberto Bolaño, a Juan Rulfo, a Chico Buarque, a Gabriela Mistral, a Pascal Quignard, a Clarice Lispector, a Foster Wallace, a Voltaire, a Paul Valéry, a Robert Stevenson, a Stanislaw Lem, a Quevedo, a García Lorca, a Cervantes, a Dante, a Juan Carlos Onetti, a Pavese, a Virginia Wolf, a Franz Kafka, a Werfel, a Houellebecq, a Laura Restrepo, a Juan Gabriel Vazquez, a Pascal Quignard, a Idea Vilariño, a Fernanda Melchor, a Bruno Ribeiro, a Graciliano Ramos, a Guimarães Rosa, a Marguerite Duras, a Fernando Pessoa, a Saramago, a Rubem Fonseca, a la querida Yourcenar. Ando reponiéndome de una fractura y estoy lejos de mi biblioteca. Me queda la espantosa sensación de que me dejo afuera libros de esos que no prestaría a menos que me amputaran un brazo. (Levrero, por ejemplo). Los pájaros acaban de callarse.
APU: ¿Hay algún personaje de la literatura con el que te sentís identificado?
MT: Podría decir: con ninguno. También podría decir: con muchos. Somos mil máscaras. Podríamos identificarnos, a rasgos, con muchísimos personajes. O con casi ninguno. Y eso no dependería más que de la hora del día, o de la luz de ese día, o de la lluvia, si lloviera, o del calor, si hiciera calor, o del momento singularísimo en que diéramos esa respuesta, si la diéramos. En este preciso instante, en que los pájaros han decidido redoblar su insistencia, podría identificarme con el hermano de Tanilo Flores.
APU: Así, de arrebato, ¿qué final te viene a la memoria?
MT: El final de Alexis o el tratado del inútil combate, de la querida Yourcenar.
APU: ¿Cuándo comenzó tu gusto por la escritura?
MT: A los catorce o quince años, cuando me encontré, por primera vez, leyendo en mi lengua madre: sin que mediaran traducciones, sin los esfuerzos del desarraigo. Ahí, como si leer en castellano fuera sinónimo de estar en casa, me encontré con el deseo de escribir.
APU: ¿Tenés alguna rutina al escribir?
MT: Sí, muchas. No, ninguna. Ambas son válidas. Me he visto escribiendo en papelitos que encontraba dentro de la cartera frente a un semáforo. Me he visto escribiendo en servilletas, urgida, al solo efecto de que no se me perdiera una palabra o una imagen. Supongo que esa es la escritura que no puede esperar. Pero sí, tengo mis preferencias: de noche, en casa, en silencio. Cabernet para escribir. Café para corregir.
APU: ¿Tenés objetos fetiches que te sean vitales al momento de escribir?
MT: No, absolutamente ninguno. O sí, uno solo: mi computadora. Pero no es un objeto fetiche: es la herramienta básica. He perdido horriblemente mi destreza manual. Cuando escribo en mis cuadernos, a mano, suelo tener inmensas dificultades para entenderme.
APU: ¿Lenguaje inclusivo en la escritura sí o no?
MT: Lo que cada texto pida, siempre. Los textos son autárquicos. Cada texto necesita su lenguaje, su campo semántico, sus voces. No tenemos más remedio que responder a las necesidades que cada texto nos imponga.
APU: ¿Cuál es tu opinión sobre las presentaciones de libros y los ciclos de lecturas?
MT: En general, disfruto de ambos. Y trato de estar presente todo lo que puedo.
APU: ¿Cómo se lleva tu literatura con el insomnio, con las noches, con los vicios?
MT: Mi escritura depende absolutamente del insomnio, de las noches, de los vicios.
APU: ¿A quién relees periódicamente?
MT: A Lobo Antunes, a Borges, a Bolaño, a Nabokov, a Tostoi, a Pizarnik, a Lispector, a Buarque, a Cohen, a Rulfo, a Duras, a Yourcenar, a Quignard, a Pessoa.
APU: ¿Qué opinas de la literatura argentina de la última década?
MT: ¿Sinceramente? Creo que se está escribiendo mucho y muy bien. Es una época bellamente prolífica. La celebro.
APU: A calzón quitado, ¿leés a tus contemporánexs o solo leés las contratapas?
MT: Les leo infinitamente. Y leo muchos manuscritos, también. Y no, no leo contratapas ni prólogos: voy directo al texto.
APU: ¿Qué estás leyendo actualmente?
MT: Anoche terminé de leer Tres cuentos espirituales, de Pablo Katchadjian. Magnífico. Y hace poco leí Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor, que recomiendo fervientemente.
APU: “En Cenizas de carnaval”, los pensamientos rumian y parecen enloquecer, los personajes rumian y parecen obsesionarse, ¿la reincidencia en cada uno de los cuentos es la razón que hace que lo simple y lo cotidiano se vuelva sofisticado?
MT: No lo sé. Bolaño aconsejaba no escribir los cuentos de uno en uno, porque -decía- si uno escribe los cuentos de uno en uno, corre el riesgo de escribir el mismo cuento hasta el día de su muerte. Yo le creo. Me parece que todos estamos atravesados por dos o tres cuestiones sobre las que volvemos, una y mil veces. Me acuerdo que cuando escribía Cenizas de carnaval me interesaba explorar qué cosas nos devuelven certeza y qué cosas nos la quitan. Andaba explorando eso: la noción de incertidumbre, nuestra fragilidad.
APU: En “Como si existiese el perdón” el simbolismo de la historia de venganza y redención, y su crudeza ¿es sólo es una nueva vuelta de tuerca a la literatura gauchesca, o guarda algún detalle que amerite nos confieses?
MT: Lo que más me acuerdo del proceso de escritura de Como si existiese el perdón es que estaba obsesionada con seguirle la voz a Manoel. No quería perderle la voz. Esa era toda mi preocupación: seguirle el rastro. Y eso me llevaba a releer todo lo que tenía escrito cada vez que me sentaba a agregar un capítulo, o un párrafo. Cuando la terminé de escribir, podía recitarla de memoria.
APU: En “Cotidiano” las voces se escapan de las aparentes caras que tiene una moneda [locura/olvido], [ajeno/extraño], [control/desmesura], ¿lo fatal sería evitado si cada mañana, esos rostros de la moneda, sellaran su amor en un beso con sabor a hortela, o es sólo un bello verso ajeno que todos tomamos como deseo propio?
MT: Sí, quizás Cotidiano sean retratos de ciertas fatalidades. Por ejemplo, lo que se narra en Trayectorias o, incluso, en Construcción, ese cuento de la mujer que pierde la memoria. Tal vez se trata de mirar lo que podemos hacer con lo que nos ha tocado. A veces podemos más; a veces, menos.
APU: ¿De dónde surge Figuras infinitas, el cuento recientemente publicado por Omashu?
MT: Figuras infinitas nace de unas imágenes de una inundación, un verano, en Brasil. El río Maracaípe se había desbordado. Bastaba caminar por la arena para ver cómo el mar devolvía los estragos del desborde: fragmentos de camas, muñecas descabezadas, un zapato suelto, un juguete roto, la pata de una mesa. Me quedé con eso. A partir de esas imágenes se fue construyendo la historia. Y ahora tuve la dicha de que se editara en una versión tipográfica, bellamente cuidada, con unas fotos preciosas, gracias a las manos artesanas de la querida editorial Omashu. Muy agradecida.
APU: ¿Qué es lo próximo de Mariana Travacio que se viene para disfrute de los lectores?
MT: Gracias por eso del disfrute. Ojalá. En febrero sale Quebrada, una novela sobre los desarraigos, las migraciones. Saldrá por la querida Tusquets, en Argentina, y por la querida Las afueras, en España. Estoy muy agradecida a ambas editoriales. Es un privilegio trabajar con ellas. Me siento muy afortunada.