Belén Zavallo: “El gran poder de la literatura es transformar hasta los dolores en belleza”
Belén Zavallo es poeta y narradora, docente, editora y gestora cultural, ganadora de el tercer puesto del premio Alfonsina Storni 2021 por Lengua montaraz, conversó con el suplemento literario de AGENCIA PACO URONDO sobre cómo potenció su vida el hecho de convertir el dolor y la herida en crudo en un artefacto literario que le permitió hacer una justicia mucho más transformadora.
Agencia Paco Urondo: ¿Qué es, para vos, la poesía, cómo llega a tu vida?
Belén Zavallo: Qué es la poesía, para mí, es una pregunta difícil, como si fuese algo asimilado. Tengo una hermana que es profesora de Literatura, mi mamá también es docente y mi hermano también recitaba, y escuché ese discurso poético durante mi crecimiento tanto como escuchaba hablar de fútbol. Me acuerdo que en la habitación que compartíamos con mi hermana, había un póster con un poema de Pablo Neruda. Creo que es un escape a la hostilidad, afilar esa mirada poética, imponérsela como un ejercicio diario, así como algunos están con la meditación. Mirar las cosas y encontrarles el brillo poético a lo más común, es necesario y lo asumo como un modo de vida. No como algo romantizado y naif; creo que hasta dentro de los temas más crudos hay algo poético, una búsqueda de la belleza como motor.
APU: ¿Te acordás cuál era el poema que tenías en ese póster?
B.Z.: El poema 20.
APU: Sos de Entre Ríos, del Litoral con una gran tradición en la poesía ¿Cuánto impacta en tu obra ese paisaje, ese río cercano?
B.Z.: Tienen una relación muy directa. La construcción de mi paisaje no es la del río, crecí en Viale que está a 50 km de Paraná, a donde fui a vivir con mis padres por circunstancias laborales. Viale no tiene río, yo hacía una cuadra desde mi casa y estaba en la plaza principal, con la iglesia y todo el foco urbano. Y si hacía una cuadra para el otro lado, estaba el campo. Ahora se ha expandido, pero esa imagen del alambrado como se veía un tapial, para mí constituye un paisaje al que tenía que volver, hablar y escribir de él. Siempre pensaba que no podía escribir poemas porque no tenía los recursos internalizados, lo imaginaba como algo lejano a mi lengua. Después, por una invitación de Ferny Kosiak (que es poeta, narrador, editor) a un slam escribo mi primer poema (muy malo) por un alumno que me llamaba la atención porque tenía como un retraso madurativo. Se le hacían burbujas y a mí eso me traslada hacia otros paisajes. A partir de esa invitación me di cuenta que podía escribir. No sé si bien o mal, pero sí apelando a lo conocido.
APU: Convertiste ese paisaje en lenguaje.
B.Z.: Usando otros recursos, que lo van disfrazando, revistiendo. En Lengua montaraz trato de ir a la cosa más directa y mostrar un poco esto que es agresivo y violento que tiene el paisaje, que tiene que ver con haber experimentado el campo desde ese lugar. Cuando quedo embarazada, me caso con el padre de mi primera hija y viví una experiencia de mucha violencia. Y ese campo, y esos animales empiezan a hablar a partir de algo que sucede en el 2017, que es el abuso a mi hija mayor. Ahí, como que se me traslada la historia hacia atrás, a todas estas violencias instaladas, que uno va dejando pasar. A partir de ese núcleo, sale Las armas, que está escrita en un tiempo anterior que algunos de los libros que lo anteceden.
APU: Ahí ¿Cuál es el rol de la escritura? De justicia, de sanación ¿Cómo armás vínculo?
B.Z.: Hay una forma, hay algo que tiene temperatura. La escritura puede ser una experiencia en la que vayas desahogando, pero en mi caso la trabajé con un fin estético. Quería plantarme en mi experiencia como escritora haciendo un acto de reparación que no encontraba afuera de lo que es la ficción. En la ficción pude reparar un daño de una manera mucho más potente, porque la literatura permanece y las causas judiciales van cayendo, el sistema es desgastante. En el momento en el que hago las denuncias aparece una fiscal que me dice que las mujeres producían semen para justificar la violación. Era la fiscal de género. Las armas fue escribiéndose como inevitablemente, porque tenía que haber un lugar donde se contara lo que pasaba. Y no puedo ir directamente al hecho, entonces empiezo a engranar con diferentes cuestiones que tenían que ver con pequeños micromachismos, actos que en retrospectiva me daba cuenta que estaban mal.
Mi madre me vino a acompañar en esos momentos de angustia, y yo escribía y les leía a ella y a mi hija. Nunca la escribí pensando en publicar, pero cuando me llega la invitación de Walter Atencio le pregunto a mi hija qué le parecía que la historia se convirtiera en una novela que lean otros. Porque hay cosas muy crudas. Cuando sucedió, le dije de hacer la denuncia y me enteré que había otros casos de madres que no querían denunciar para no arruinarle la carrera futbolística a uno de los implicados o decían que no querían exponer a sus hijas.
Después de lo de Thelma Fardin, esa lectura mutó en otra. Fue radical en nuestras vidas. Pasamos todo eso muy solas, donde la sociedad no te acompañaba. La literatura me dejó hacer justicia mucho más transformadora al permitirme trabajar con el lenguaje el artefacto artístico y no ya el dolor y la herida en crudo. Hablo de Las armas porque es el puntapié que hilvana todo lo que pasa alrededor.
APU: Me parece un hallazgo que lo hayas compartido con tu madre y con tu hija mientras lo escribías.
B.Z.: Tiene que ver con algo que es más un ritual que, quizás, hemos perdido en el desgaste, pero las mujeres leyéndonos, escribiéndonos, la oralidad y la lengua materna traspasa todas las generaciones. Cuando quedé embarazada, me acordaba de mi abuela diciendo que “estaba gruesa”, cómo se vuelve a ese lenguaje y cómo el cuerpo lo va asimilando y pasándolo. Las mujeres hemos dicho las cosas de una manera mucho más fuerte y han pasado desapercibidas porque se tomaban como un tema femenino y tenía una posición secundaria respecto al tema universal, que era el del hombre. Siempre insisto en esto, escribir sobre la maternidad, las crianzas, las cosas que nos pasan a las mujeres en lugares donde, antes, solamente escribían los hombres. Y aún así, siento que hay un nicho. Algo que me pasó mucho con Las armas es que me golpeaban la puerta para buscarlo, en trato directo, al ser una editorial independiente la que lo editó y al estar en ciudades muy chicas. Me decían “se lo voy a regalar a un amigo, porque cuando se lo leí a mi hija, me contó lo que le pasó a ella”. Era muy fuerte. De abusos sexuales de los que no se hablaba porque eran de gente asociada a Tribunales, o a los clubes o a la UCA, y vengo yo desde un pueblo, me instalo acá y como que de golpe desarmo esa cara.
“Escribo usando la lengua como un arma, pero no que daña sino que quita velos”.
APU: ¿Cómo fue ese proceso?
B.Z.: Fue muy fuerte. Por ejemplo, salir a la calle y cruzarte por la misma vereda con los imputados. Sentir ese sesgo de cuestionamiento hacia vos, y no el acompañamiento y el apoyo. Que mi hija saliera a bailar (ella me enseñó que sos víctima en una circunstancia, pero no lo sos para siempre) y que una chica le grite “violada de mierda”. Cuando ella vuelve y llorando me cuenta, me confiesa “la cantidad de cosas que yo no te digo para no ponerte mal”. Tenía que hacer de filtro, “la calmo a ella y sufro sola”. Fue muy fuerte, toda esa etapa, y muy hostil, la sociedad. Que, luego, se reivindica porque después de lo de Thelma, ella recibió 200 mensajes que contestó uno por uno. Gente que le pedía perdón, que se disculpaba, que en un momento la juzgó mal. La mayoría, mujeres. Ella se sintió reivindicada, tranquila, y el sosiego está asentado en nuestras vidas.
APU: ¿Pudiste hablar con Thelma? Es un acto de mucha valentía, su exposición.
B.Z.: Nunca lo intenté. Sí, el de ella y el de todas. Cómo se enfrentaron mediáticamente, cómo a partir de ahí se leyeron distintas las cosas. Soy docente y en la escuela veníamos capacitándonos en Educación Sexual Integral y éramos las locas, las aborteras, una cosa muy desvirtuada y de a poco se han ido logrando pequeños pasos. Falta y mucho, sobre todo en las instituciones donde, esto, debería ya estar de por sí. Cuando sucedió lo de Micaela García, justo lo acompaño a un evento a Ferny porque lo habían elegido personaje del año y me encuentro con la mamá. Y le cuento el caso de mi hija. Thelma Fardin, la mamá de Micaela, con una entereza increíble asumiendo todo. Retorciendo el dolor hacia otro lugar donde genere otros tejidos, otros vínculos. Inspiraba a no quedarte en esa negación a todo, porque en ese momento yo odiaba el mundo. El gran poder de la literatura es transformar hasta los dolores en belleza. Como un páramo del sufrimiento.
APU: Y hacer circular la palabra para que otros se animen a poder expresarlo, de la manera que sea.
B.Z.: Y no juzgar cómo, cada uno, atraviesa el dolor. Si uno lo hace en silencio, si otros lo van expresando. Hay tanta gente diciéndote cómo vivir.
APU: La maternidad es una de tus materias primas, cómo son esos procesos creativos atravesados por niños, todo el tiempo.
B.Z.: Y por ese desplazamiento. Aparezco un poco en la escena literaria, si se quiere, a través del Storni. Si no lo hubiese tenido, pasaría desapercibida. Hay algo que nos está diciendo a nosotros, desde las provincias, que todo lo que circula, generalmente, lo leemos entre los provincianos y después hay como un atisbo nacional a través de estas premiaciones que son azarosos y subjetivos. Lengua montaraz me permite vincularme, es una postura política pararme como madre y entrerriana en la literatura. No es un lugar que quiera dejar pasar. El ser madre es un trabajo que no se corta nunca, y el de la escritura, a su vez, tampoco. Cuando no escribís, estás pensando. El hombre, por más que ha cambiado el rol de ser padre, más compartido, más acompañado, siempre hay como un despegue de eso. No se pregunta si va a poder hacer una presentación, una reunión a la noche o un viaje a la Feria del Libro. Las mujeres, sí. Y si nos invitan, “pero mirá que tengo un bebé, tengo que viajar con él y cómo hago”. Eso no se contempla dentro de los círculos de la escritura cuando se invitan a mujeres que son madres recientemente, y eso te aísla. Y una de las cosas para revertirlo es el poder de la palabra. Escribo usando la lengua como un arma, pero no que daña sino que quita velos.