Lenguaje inclusivo: cuando tode es político
Por Alejandra Zani
Algunos meses atrás, el debate lenguaje inclusivo sí lenguaje inclusivo no llegó a la agenda de los medios de comunicación para quedarse. Originado en los 70 con la militancia LGBTTIQ+ y el feminismo, el reclamo por su adopción pasó por varias etapas. Primero, para visibilizar la universalización del genérico masculino como una construcción política funcional a los fines de la dominación patriarcal. Y del capitalismo, si se extiende que la lucha de género no puede concebirse por fuera de la lucha de clases. Luego vino la incorporación de la letra “e”, que hace tiempo que irrumpió en el discurso público, y entre jóvenes y adolescentes, para quebrar a una lengua que parece haberse construido sobre las bases (al mismo tiempo que parece haber construido las bases) de la heteronorma.
Sin embargo, la resistencia al uso de la x o la e no fue menor: se extendió desde los miembros directivos de la Real Academia Española (RAE), cuyo caso ejemplar fue Arturo Pérez Reverte, quien se posicionó en contra de su incorporación ante sus dos millones de seguidores en Twitter; hasta la catarata de comentarios indignados de los lectores y las lectoras argentinas que bregan por la restitución del “verdadero lenguaje español”. Aquel que históricamente se encargó de ocultar la desigualdad. En ese acto político, llamaron a la lengua “neutra”. Fue en ese contexto que la licenciada en Letras, escritora y poeta Sol Fantín se preguntó: “¿Quién tiene derecho a normativizar la lengua? O mejor: ¿quién puede hacerlo?”.
“La lengua es una técnica de gobierno del género”, explica Emmanuel Theumer, investigador sobre el género y la sexualidad en los movimientos de diversidad sexual de la Argentina reciente (CONICET). Inspirado en la teórica feminista Teresa de Lauretis, aclara: “Esto significa que la lengua produce cierta versión de la diferencia sexual que nos invita a identificarnos y en la que de algún modo permanecemos sujetos”. Por eso, siguiendo al investigador, el lenguaje inclusivo es una apuesta política ya que “incita a romper los términos de una convención bicategorial (mujer-varón) con la que tendemos a reconocernos y a pensarnos en comunidad”.
Para Theumer, la multiplicidad de maneras en las que se vive y experiencia el género no puede darse cuenta a través del lenguaje. Es por esto que el investigador alerta al feminismo sobre la afirmación de que el lenguaje inclusivo es una visión superadora de la lengua. “Eso implicaría volver a caer en un uso de la lengua privilegiado que también ha sido construido mediante una operación política, por eso es importante entender a la lengua como una tecnología de gobierno”, comenta. “Hay que tener presente que el todos es tan políticamente generado como el todes”. La lengua, tanto la que universaliza el genérico masculino como la que se esmera por incluir a las disidencias históricamente invisibilizadas, no es inocente. Tode es político.
Camino al no binarismo
Un día lleva pronombre femenino, otro día pronombre masculino. “La gente de mi entorno fue dándose cuenta sola de que no encajaba en ninguno de los dos géneros impuestos, mujer o varón”, explica C. Y cuenta una anécdota: “Una tarde estábamos en un bar con mi hermana, y cuando el mesero se acercó para preguntar qué queríamos tomar, se sintió confundido por mi identidad. Mi hermana le contestó ‘no es ni varón ni mujer’ sin darle mucha vuelta y sin que yo le hubiera hablado jamás al respecto”, agrega.
Para C., lo que más cuesta a la gente es salir de esa idea de la existencia de un cuerpo intermedio. “Las identidades trans no binarias, las demi-mujeres o demi-varones que se acercan a una punta del espectro, los géneros fluidos o las lesbianas que no se consideran mujeres, no pueden definirse en ninguno de los extremos que propone el lenguaje y tampoco en un intermedio”, comenta C., y agrega: “Si decimos que hay dos, no damos lugar a nada más. Si decimos todas y todos, damos por sentado que no hay identidades no binarias en la masa o que simplemente no existe tal cosa. El lenguaje inclusivo va más allá de incluir a las mujeres, sino que quiere romper con ese techo imaginario del lenguaje sexista”.
Renata tiene 16 años y es alumna del Instituto de Enseñanza Superior en Lenguas Vivas Juan Ramón Fernández. En su curso, casi todos adoptaron el lenguaje inclusivo sin demasiadas protestas, y cuando hubo resistencia, se abrió al debate. “Más allá de la opinión que cada uno vaya a construir, lo importante es cuestionar estas cosas que son heteronormadas desde que nacemos”, expresa la estudiante. “Obvio que a les adultes les cuesta incorporarlo porque vivieron una vida más o menos organizada en la sociedad heteronormada y en su momento histórico no tuvieron el espacio para cuestionarlo”. A pesar de esto, Renata se preocupa en aclarar que entiende la justificación de las personas mayores, pero que eso “no significa que hoy no puedan estar abiertos o abiertas a escuchar a la juventud y de evaluar los cambios que proponen”.