Ponerle el cuerpo a la lucha antipatriarcal
Por Jorge Giordano
De cincuenta varones presentes en esa comisión del Encuentro Latinoamericano de Varones Antipatriarcales, cuarenta y siete veníamos por primera vez. Habíamos escuchado sobre las dinámicas de los encuentros antipatriarcales: te hacen abrazarte con varones, cruzar miradas, incomodar. Por supuesto, fue lo primero que sucedió.
La consigna era caminar sin rumbo fijo por el aula. Cincuenta varones nos entrecruzábamos, apenas esquivando los cuerpos. El espacio era reducido. “Ahora saluden al otro como si fuera un amigo que no ven desde hace un año”, dijo uno de los organizadores. Tarea fácil, aprobada por todos con un abrazo grande y afectuoso. “Ahora saluden al otro como si fuera una persona con la que tuvieron sexo la noche anterior”. Risas, comentarios graciosos, pero cumplimiento generalizado. “Ahora saluden al otro como si fuera alguien que ejerció violencia sobre ustedes el año pasado”. Silencio. Algunos saludaban fríamente. Elegí no saludar, pero no supe cómo se reacciona “normalmente”. La dinámica nos puso a todos en una situación en la que nunca estuvimos.
Una de las primeras diferencias de este Encuentro respecto a otros espacios compartidos con varones se notó en cómo ocupan espacio los cuerpos, en el choque con otros, en cierta certeza de que no se reproducirán violencias que ocurren en lo cotidiano. Esos niveles de agresividad potencial parecen estar apaciguados.
El eje de la comisión en la que participamos discurrió en torno al machismo dentro de las organizaciones, y la discusión se dio en grupos de alrededor de diez personas. La composición de los grupos daba cuenta del carácter federal del encuentro: cordobeses, santafesinos y mendocinos, entre otros, compartieron sus experiencias con los participantes que esta vez jugamos de local.
Luego de la discusión por grupos, pusimos en común las conclusiones -más o menos firmes- a las que llegamos. Entre el medio centenar de varones y decenas de organizaciones participantes parece haber ciertos consensos. El primero: son necesarios protocolos de actuación frente a casos de violencia de género. La mayoría de las organizaciones ya tiene uno o lo está desarrollando. Dos: frente a un caso de violencia de género, la organización debe, como primera medida, ponerse a disposición de la persona violentada. Tres: respecto a quien ejerció la violencia, la respuesta no puede ser la simple expulsión, sino un proceso de reflexión y transformación profunda. Cuatro: carecemos de las herramientas necesarias para impulsar este proceso de transformación del compañero violento.
El protocolo terminó siendo uno de los ejes centrales del debate, a tal punto que se armó una lista de mails para intercambiar los modelos que cada organización desarrolló. Uno de los grupos reivindicaba su importancia: frente a un caso de violencia de género en la organización, la decisión sobre qué hacer con quien violentó no puede recaer en la víctima, o en “las mujeres de la orga”.
Una amiga, acostumbrada a dar talleres sobre violencia machista a varones, me dijo después que el primer reflejo de las organizaciones siempre es plantear el protocolo. Pocas veces se profundiza sobre la importancia de la examinación diaria acerca de conductas machistas, la necesidad imperiosa de formación, la responsabilidad que deben tomar los varones en cuanto a interiorizarse en estas cuestiones por motus propio y no por “obligación”.
Muchas organizaciones participantes cuentan también con trabajo territorial, y es ahí en donde se planteó otra tensión. ¿Qué pasa cuando el denunciado es tu referente barrial? ¿Las organizaciones se arriesgarían a perder el laborioso entramado construido?
Así planteado, queda pendiente la respuesta concreta al debate entre expulsión o contención/transformación. Las organizaciones coinciden en que el antipunitivismo, que se tiene en cuenta para el análisis de “un pibito que sale a robar”, también debe ser aplicado en estos casos. Todos coincidimos en que hay una delgada línea entre el antipunitivismo y la complicidad con la violencia machista.
La heterogeneidad de las organizaciones participantes, desde el kirchnerismo hacia la izquierda del espectro, permite abrir otros interrogantes. ¿La línea antipatriarcal es un posible eje de unidad entre los movimientos populares? Y otra, aún más desafiante: ¿Existe una lógica de construcción política antipatriarcal o feminista, que no se plantee desde la agresividad y la competencia?
En el cierre de la comisión, otro compañero resaltó un concepto: es necesario prestarle atención a nuestros cuerpos, y poner a los cuerpos por sobre las ideas. El cuerpo y el vínculo con las emociones es una de las claves del Encuentro. En el aula, los organizadores nos proponen una consigna: agarrarnos de las manos y empezar a cruzarnos, entrelazarnos hasta que sea imposible continuar. Algunos con remeras rojas y una estrella, otras celestes, otras verdes, todos quedamos articulados en posiciones inverosímiles. “Este es el verdadero frente de unidad”, dijo un compañero. Todos reímos.