A 75 años de la derrota del nazismo: la historia la escriben los que ganan, menos si fue la Unión Soviética
Por Andrés Ruggeri (*)
En Rusia y la mayoría de los países que formaron parte de la ex Unión Soviética, el 9 de mayo es el Día de la Victoria. Se organizan desfiles militares que exhiben todo el poder de las fuerzas armadas rusas, se movilizan las familias con las fotos de sus antepasados combatientes y víctimas de la Gran Guerra Patria (como se denominó en la URSS a la guerra contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial), en una celebración que es a la vez recuerdo de la tragedia y orgullo nacional por el triunfo frente a un enemigo sanguinario e implacable. Este 9 de mayo de 2020, cuando se cumplen exactos 75 años de la victoria, va a ser la primera vez que los festejos no se realizarán como siempre debido a la pandemia del coronavirus.
Sin embargo, lo importante de la fecha para los rusos contrasta con la cada vez mayor campaña en los países occidentales para intentar ignorar el decisivo aporte de la URSS a la victoria sobre el nazismo. No es solo el cine de Hollywood el que desconoce el rol de los soviéticos, ni los documentales del History Channel o similares, sino directamente los propios ex aliados de los rusos en la guerra que toman la política deliberada de borrar a la Unión Soviética de la foto de la victoria. En 2015, por ejemplo, el gobierno de Polonia organizó un acto por los 70 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz al que invitó a 60 países menos a Rusia, por razones de la política actual (eran momentos de extrema tensión por el conflicto con Ucrania) y también por el resentimiento de los nacionalistas polacos hacia los rusos. No solo absurdo sino ofensivo: fue el Ejército Rojo el que entró al campo y reveló al mundo lo que había sucedido en ese lugar de muerte y horror. No podía ser de otra manera, en enero de 1945 el frente soviético venía avanzando incontenible sobre Alemania, mientras que los aliados occidentales se estaban recuperando a la ofensiva nazi en las Ardenas, en la frontera entre Francia y Bélgica, del otro lado del continente europeo.
Todo esto causa indignación en Rusia. Los pueblos de la entonces Unión Soviética soportaron el peso principal de la guerra, sufriendo 27 millones de muertos, lo que representa aproximadamente un cuarto del total de las víctimas de la contienda, incluyendo los frentes del Pacífico, además de una enorme destrucción en los territorios que sufrieron la ocupación nazi y un sufrimiento indescriptible para la población civil (1). Aunque la URSS salió de la guerra como una superpotencia y, a partir de ese momento disputó la supremacía mundial con los Estados Unidos hasta su disolución décadas después, las consecuencias de la catástrofe marcaron a fuego a sus pueblos hasta el día de hoy.
Eso se puede ver en la conmemoración del Día de la Victoria, con la gente marchando con las imágenes de sus familiares víctimas o combatientes de la Gran Guerra Patria, pues no hay familia de la ex URSS que no haya sido impactada por los acontecimientos de la época. Desde días antes del desfile, se ve a los soldados ensayando las formaciones en plena calle, y hasta pasar aviones y helicópteros en vuelo rasante. Para la URSS, el desfile era una demostración de orgullo patriótico y militar y, también, una ocasión para demostrar su poderío bélico. La Rusia gobernada por Vladimir Putin, que es un país plenamente capitalista pero que intenta recuperar su antiguo papel de potencia geopolítica y que, por lo tanto, heredó los antiguos aliados y conflictos de la URSS, hace otro tanto porque tiene que demostrar su capacidad para resistir el cerco estratégico que intentan (y con bastante éxito) establecer en su torno las potencias occidentales encabezadas por los Estados Unidos. Y lo logra bastante bien.
¿Quién derrotó a los nazis?
La Segunda Guerra Mundial terminó en el continente europeo cuando las fuerzas de la Unión Soviética vencieron a los nazis en Berlín, en una cruenta y bestial batalla en las calles de la ciudad. Las últimas tropas hitlerianas dejaron de combatir en su capital el 2 de mayo de 1945, mientras que el propio Adolf Hitler se había suicidado en su bunker unos días antes. Esta batalla insensata, porque hacía mucho tiempo que no había ninguna duda que los nazis habían perdido y solo permanecieron luchando por fanatismo y orgullo, costó al Ejército Rojo unos 78.000 combatientes y una cifra mayor de heridos.
Después de la toma de Berlín, los combates siguieron unos días más en distintas zonas hasta que el 8 de mayo los generales alemanes que todavía tenían tropas a su cargo firmaron la rendición (foto 3, acta). Por cuestión de horario, la fiesta se desató en Moscú y en las demás ciudades de la URSS el 9, el día que en la actualidad es la gran fiesta nacional de Rusia y algunas otras naciones de la ex URSS, pues el Ejército Rojo tenía combatientes de todas las regiones del país, incluso de la parte asiática (2).
Esa fiesta, después de tanto sufrimiento, fue un desborde de alegría popular emocionante. Y en todos los pueblos y ciudades de Rusia y el resto de la ex URSS hay monumentos y museos que recuerdan a las víctimas y al heroísmo de su pueblo.
La URSS fue la pieza fundamental en la debacle del nazifascismo no solo por la cantidad de muertos, sino por haber infligido las derrotas decisivas. Primero frente a Moscú, cuando detuvieron con el último aliento la fuerza de la invasión alemana en 1941, después en la famosa y cruenta batalla de Stalingrado en el invierno de 1942-43, al año siguiente en la gran batalla de tanques en el saliente de Kursk y, a partir de allí, en un avance incontenible que empujó a los alemanes hasta Berlín. Pero también por la sufrida población de Leningrado (hoy San Petersburgo) que resistió casi tres años de un asedio total que llevó a que murieran de frío y hambre más de un millón de sus habitantes; por los millones de prisioneros de guerra que murieron de inanición, hambre y maltrato en los campos nazis; los millones de judíos ucranianos, bielorrusos y rusos, entre otras nacionalidades de la URSS, que fueron exterminados; por la infame “orden de los comisarios” que obligaba al fusilamiento inmediato de los comisarios políticos y todo militante comunista que fuera capturado por los invasores (3); los millones de partisanos y partisanas que combatieron a los nazis en la retaguardia; las mujeres que reemplazaron a los obreros movilizados en las industrias que fueron desmontadas mientras los nazis avanzaban y reconstruidas del otro lado de los Urales; por un pueblo, en fin, que asumió la resistencia en forma tan total como la guerra de exterminio a la que fue sometido.
Los testimonios de este trauma colectivo que fue la Gran Guerra Patria están en las calles y los museos de las ciudades, en los recuerdos de las familias por los seres queridos perdidos, en los monumentos a la victoria (foto 4, estatua en el metro de Moscú), en el orgullo por una auténtica gesta. En la Guerra Fría, que empezó al día siguiente de la derrota del enemigo común, los hechos podían ser minimizados pero no ignorados porque estaban en la memoria colectiva reciente. Pero ahora, 75 años después y con una nueva etapa de tensión global con los Estados Unidos y Europa Occidental de un lado y chinos y rusos del otro, parece ser negocio no solo negar el papel decisivo de la URSS sino también agitar de nuevo el fantasma del comunismo. Un absurdo que lo podemos ver en el nuevo macartismo sin comunistas que agitan Donald Trump y Jair Messias Bolsonaro, pero que incluso llegó a nuestro país en convocatorias contra el gobierno de Alberto Fernández con la demencial llamada a romper la cuarentena porque “no queremos comunismo”.
La historia la escriben los que ganan, se suele decir con razón. Menos cuando el vencedor fue la Unión Soviética.
NOTAS
(1) Las cifras están en permanente discusión. La de 27 millones es la reconodia oficialmente por el Estado ruso actual, mientras que en los tiempos de la URSS se hablaba de 7 millones de combatientes y, ya en tiempos de Brezhnev, de 20 millones en total. Hay cálculos que rondan en los 30 millones y otros que cuestionan la cifra oficial porque están en desacuerdo con incluir muertos por enfermedades y hambre. De lo que no cabe duda es que la URSS aportó con creces la mayor cantidad de bajas militares y víctimas civiles.
(2) Los nazis intentaron a toda costa enfrentar a los aliados occidentales con la URSS y trataron de rendir sus tropas a ingleses y norteamericanos en vez de a los soviéticos. Es así que firmaron una primera rendición incondicional en Reims el día 7 de mayo, fijando el cese del fuego para el día siguiente a las 23. Stalin exigió que se hiciera un nueva rendición ante la URSS, no aceptando la anterior. Esta nueva acta se firmó en la noche del 8, que por diferencia horaria fue el 9 de mayo en territorio soviético.
(3) Se trató de una orden emanada directamente de Hitler y el cuartel general alemán antes de comenzar la “Operación Barbarroja” (nombre de la invasión), que establecía el fusilamiento inmediato de los comisarios políticos adjuntos a cada unidad militar del Ejército Rojo, que debían ser separados del resto de los prisioneros y fusilados en el acto.
(*) Andrés Ruggeri es antropólogo social, investigador y docente en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ) y colaborador habitual de esta AGENCIA. En la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA dirige el programa Facultad Abierta, que vincula al mundo académico con el de las empresas recuperadas. Es también director de la revista Autogestión para otra economía, órgano de comunicación de las empresas autogestionadas argentinas.
Fotos de Andrés Ruggeri.
Principal: símbolo nazi emplazado en la cancillería del Reich, exhibido hoy en el Museo de las Fuerzas Armadas de Moscú.
Foto 2: Desfile del 7 de noviembre, que cada año conmemora el de las tropas por la Plaza Roja antes de ir al frente en la batalla de Moscú de 1941.
Foto 3: acta de rendición nazi, exhibida en el Museo de las Fuerzas Armadas de Moscú.
Foto 4: estatua en homenaje a los partisanos, en la estación del metro de Moscú Partisankaya.