El aporte fundamental de la URSS para vencer a Hitler
Por Sergio Ortiz
El 30 de abril de 1945 fue decisivo en el telón final que caía sobre el nazismo, en la capital germana. Se suicidó Adolf Hitler, el gran responsable de la tragedia, con sus planes imperiales y racistas de dominación del mundo y de exterminio. Y en la misma jornada, dos militares soviéticos enarbolaron la insignia roja con la hoz y el martillo, en los techos del Reichstag o cancillería.
Todavía quedaban unos días más de vana resistencia de los alemanes, que mandaban a morir a jóvenes cadetes para ganar tiempo. La caída estrepitosa del sueño hitleriano era un hecho. El 8 de mayo los generales derrotados firmaron su rendición ante norteamericanos y británicos. Y al día siguiente debieron hacerlo ante los militares soviéticos encabezados por Gueorgui Zhúkov. Se terminaron así los intentos de los derrotados por alcanzar un cese del fuego u otras modalidades que disimularan su derrota. Debieron firmar la rendición incondicional. Berlín era una ciudad hecha polvo, con los jefes nazis tratando de huir como ratas. Algunos negociaron su entrega a Estados Unidos, negociando sus conocimientos técnicos. Otros buscaron salvarse con pasaportes del Vaticano para irse al extranjero. Hitler y colaboradores más cercanos se suicidaron. Muchos cayeron presos y otros, muy pocos, fueron juzgados en Nuremberg por sus crímenes de guerra que hoy llamaríamos genocidio.
Rol de soviéticos
En la contienda murieron 70 millones de personas, sobre todo en el teatro europeo, y no hubo demasiadas dudas sobre cómo se había vencido al III Reich. Al principio las cosas fueron viento en popa para Hitler, ocupando Checoslovaquia y Polonia en un periquete, y luego los países bajos y Francia en otro santiamén. A Italia la gobernada su aliado Benito Mussolini, que hincaba sus dientes en África. El emperador japonés hacía lo propio en China.
En esa fase inicial sólo el Reino Unido ofrecía resistencia, a partir de que Winston Churchill fuera su primer ministro y se terminara la claudicación franco-británica propia de Daladier y Chamberlain en el Pacto de Munich.
A partir del 22 de junio de 1941, cuando el nazismo comienza su invasión a la URSS con el operativo “Barbarroja”, las cosas se les complicaron por la resistencia del Ejército Rojo.
Los nazis cercaron a Leningrado (San Petersburgo) durante 872 días y murieron allí 1.2 millón de personas, el 90 por ciento de hambre, pero no pudieron tomar la cuna de la revolución bolchevique. Llegaron a las puertas de Moscú en octubre de 1941, pero la capital resistió; los invasores debieron retroceder y morirse de frío como en el siglo anterior las tropas napoleónicas.
Los nazis quisieron tomar Stalingrado, por el especial significado de la ciudad, pero también con heroicidad sin igual sus defensores combaten 200 días entre 1942 y 1943, incluso casa por casa, pasando hambre, hasta poder armar una contraofensiva. Así se derrotó al VI Ejército del mariscal Von Paulus y se le impuso entre 800.000 y un millón de muertos y heridos.
Los alemanes quisieron tomar la zona del Kursk, en 1943, con una concentración impresionante de tropas, pero fueron derrotados por un Ejército y población unidas en la Gran Guerra Patria.
A partir de esas victorias, el mariscal José Stalin, con sus principales generales como Zhúkov, Konstantin Rokossovski, Nikolai Vatutin, Aleksander Vasilevski e Iván Kónev, ordenó la contraofensiva con estación final en Berlín.
Visión falsa
Los norteamericanos e ingleses (Francia tuvo su régimen de Vichy, colaboracionistas con Berlín) también hicieron su aporte contra Alemania, pero nada comparable con el de la URSS. Baste señalar que el desembarco aliado en Normandía fue el 6 de junio de 1944, un año y cuatro meses después de la victoria soviética de Stalingrado. Desde el 22 de junio de 1941 hasta junio de 1944 los alemanes pudieron concentrar casi toda su fuerza en el frente ruso. Stalin clamaba a Churchill y Franklin D. Roosevelt por la apertura del “segundo frente” pero éstos no tenían el menor apuro.
Según W. van Mourik, en Bilanz des Krieges (Editorial Lekturama, Rotterdam, 1978), los norteamericanos tuvieron 220.000 soldados muertos y los británicos 370.000, más otros 60.000 civiles. Los muertos soviéticas fueron, según ese autor, 8.860.400 soldados y 17.139.600 civiles. Son números contundentes sobre cuánto pelearon unos y otros, y dónde se localizó la destrucción humana y material más grave del hitlerismo.
Con tanto contrabando ideológico y el rol cómplice de los medios monopólicos de comunicación, las encuestas en Europa detectan hoy que la mayoría de los encuestados cree que a sus países los liberaron estadounidenses e ingleses.
Papel de Stalin
No en los años de la victoria pero sí a partir de su muerte en marzo de 1953 se puso de moda calumniar a Stalin. De mariscal de la victoria pasó a ser un dictador, un asesino, un burócrata, etc. El cronista se concentrará en analizar el rol del dirigente soviético en la II Guerra, que le parece decisivo en el resultado de la misma.
En los años previos a la contienda, Stalin propuso a las fuerzas progresistas del mundo y a sus gobernantes democráticos, el Frente Único Antifascista. Fue la tesis de Jorge Dimitrov en el Congreso de la Internacional Comunista de 1935. Era una línea correcta que lamentablemente los convocados rechazaron para ir al pie de Hitler en el Pacto de Munich, en 1938.
Frente a ese hecho, el dirigente soviético firmó un pacto de no agresión con Alemania, conocido con el nombre de ambos cancilleres: Molotov-Ribbentropp. Esto le permitió ganar tiempo y prepararse para lo que se avecinaba.
Enterado de los planes invasivos de Hitler por el excelente espionaje soviético (ver “La orquesta roja”, libro de Gilles Perrault sobre la red de Leopold Trepper; y por Richard Sorge en Japón), Stalin aceleró sus preparativos defensivos.
Lamentablemente incluso autores cubanos de hoy, como Alberto Guerra Cabrera (leer en web de “La Pupila Insomne”) acusan a Stalin de falta de preparativos y desidia frente a esa agresión. Es una falsedad propia de trotskistas. El general Zhúkov en sus Memorias relata que él, ante la inminencia de la agresión, propuso al jefe soviético adelantar el Ejército Rojo hacia la frontera con Alemania. El mariscal lo rechazó por dos razones: Berlín acusaría a Moscú de un intento de agresión, justificando su invasión. Y que de todos modos las primeras líneas de defensa soviética iban a ser sobrepasadas porque los agresores venían de dos años de combates y los rusos no tenían experiencia. Había que desgastar a los agresores mientras éstos penetraban y alargaban sus líneas de abastecimiento, haciéndoles guerras de guerrillas en la retaguardia, y ganar en fogueo en el frente. Zhúkov admitió que la decisión de Stalin era la correcta.
Durante la larga batalla de Stalingrado, el líder firmó la orden N° 227 “Sobre la prohibición de la retirada de las posiciones ocupadas sin previa orden o medidas tomadas para su mantenimiento”. Se la conoció también como la orden “Ni un paso atrás”. Y así se luchó hasta el último hombre. En octubre de 1941, con las tropas nazis en las puertas de Moscú, Stalin trasladó a parte de su gobierno hacia el Este pero él se quedó en el Kremlin, dirigiendo la lucha y elevando la moral de los suyos.
Los que iban a la guerra, y muchísimos morían, lo hacían con un juramento: “Por la Patria y por Stalin”. Como todos los hombres, el georgiano tuvo sus errores y algunos de ellos graves, pero fue brillante en la conducción de la guerra. Fue el secretario político y comandante militar del país socialista que salvó a la humanidad. Esa es la verdad.