Introducción al pensamiento de Francisco: un Papa excéntrico
Por Alejandro Larriera (*)
Reconocemos una crisis en el pensamiento mundial ante los desafíos de la globalización y el desborde incesante del poder tecnocrático, la destrucción del hábitat humano, el despilfarro de los recursos naturales, la proliferación de toda forma de explotación del hombre y la mujer, el auge de la guerra y la crisis de representación política en todo el mundo occidental.
El 3 de marzo de 2013, fecha de la elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa de la Iglesia Católica, se produjo en cambio verdaderamente significativo para toda la humanidad. Un hecho que tiene la envergadura de convertirse en un hito revolucionario si el pensamiento y la acción que el nuevo Papa ha comenzado a desarrollar logra que la adhesión mundial que ha provocado se transforme en un cambio de conducta de la sociedad en su conjunto y de los futuros líderes que la dirijan.
Ese día los cardenales de la Iglesia Católica deciden elegir para conducir una de las instituciones de mayor influencia en el planeta a un prelado que algunos al principio y otros más adelante van a considerar un “excéntrico”. Y es así porque Jorge Bergoglio, además de ser un excéntrico desde el punto de vista geográfico o geopolítico (en tanto alejado del centro), es un excéntrico en relación a las corrientes de poder que en los últimos largos años han habitado el Estado Vaticano, es decir, es ajeno a cualquiera de ellas. Sin lugar a dudas el Papa Francisco es una novedad.
Su originalidad es el resultado de una cultura de la periferia del mundo: América Latina. Es un hombre del sur, piensa desde el sur. Es hijo de una civilización construida en los últimos quinientos años, producto del mestizaje cultural que en el seno del pueblo fue gestando un modelo que tiene raíces en el encuentro entre oriente y occidente, que expresó un humanismo pensado como utopía en Europa y que fue realizado en América por los exiliados de Europa y los hombres y mujeres de estos propios territorios.
Su ideario social está alejado de los equilibrios estratégicos entre las corrientes de pensamiento y las prácticas políticas y económicas surgidas en el siglo XIX en el norte del planeta. El suyo es un pensamiento nuevo. La centralidad en el ser humano es para él innegociable.
Francisco es al mismo tiempo novedad y continuidad. En este último sentido es también continuidad del espíritu del Concilio Vaticano II y la puesta en práctica de sus decisiones y de la vinculación con el “mundo moderno”.
Francisco expresa una Iglesia pobre y sencilla, como ésta debió ser siempre, pero también es la manifestación de una Iglesia misionera, mariana y popular, características que la Iglesia europea y en especial la “corte vaticana, como la ha llamado el propio Francisco, en general habían perdido hace largo rato. Expresa también el debate en la Iglesia latinoamericana entre seguir siendo “el espejo” donde se reflejaba la “Iglesia fuente” que era la europea o ser un Iglesia con un fuerte estilo y carisma propio, es decir después de más de mil años, una nueva “iglesia fuente” (1).
La “opción preferencial por los pobres” que irrumpe en Medellín y es ratificada en Puebla, se incorpora tanto al magisterio universal, como al estilo esencial de la Iglesia latinoamericana, opción que -con sus particularidades- es reafirmada muy claramente en Aparecida (2), donde el propio Jorge Bergoglio tiene un papel destacado, siendo el presidente de la comisión de redacción de su Documento Conclusivo. Llega Bergoglio a convertirse en Francisco y comienza su magisterio definiéndose a sí mismo como “un Papa del fin del mundo”. Así asume, en forma clara y muy conscientemente, el carácter de excéntrico con relación al centro del mundo e inclusive al centro del Estado del Vaticano. Pero hay otro aspecto destacado en el papado de Francisco y es que la preocupación principal de su acción pastoral pasa a colocarse en “las periferias” -y como él mismo aclara- en las “existenciales” y asimismo en las “geográficas”.
El destacado papel que tuvo en su formación la “teologia del pueblo” hace que el Pueblo de Dios vuelva a ser un elemento central del pensamiento, tanto religioso como socio -político, constituyéndose “el Pueblo” en el sujeto histórico político por excelencia, lo que es superior a las categorías de “masa”, “clase”, “multitud” o “gente”.
(1) La distinción entre Iglesia-fuente e Iglesia-espejo (o iglesias protagonistas y receptoras) fue acuñada por el jesuita y teólogo brasileño Henrique Claudio Lima Vaz, para diferenciar aquellas iglesias autoconscientes con fuerza y pensamiento propio, de aquellas que, por su constante imitación y repetición, son el mero reflejo de otras.
(2) Me refiero a las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano II, III y V, llevadas a cabo los años 1968, 1979 y 2007, respectivamente (Medellín, Puebla y Aparecida).
(*) Alejandro Larriera es abogado, mediador y analista internacional. Integra las cátedras de Ciencia Política y Derecho Internacional Público de la Universidad Nacional del Sur de Bahía Blanca, donde creó la Cátedra Libre “Integración Latinoamericana y del Caribe” y dicta el seminario “Pensamiento estratégico del Papa Francisco: aspectos teológicos, sociales y geopolíticos”. Un anticipo de los temas que abordará la serie que hoy comienza puede leerse en esta entrevista.