Italia: Poder al Pueblo propone “un pie en las instituciones y miles en las calles”
Por Geraldina Colotti, desde Roma (*)
En el siglo XX los obreros y los comunistas han ejercido una excepcional influencia en los asuntos italianos. La historia del Partido Socialista Italiano, la del Partido Comunista Italiano y la de aquella izquierda revolucionaria de los años ‘70 exponen un patrimonio imponente de experiencias que han tenido sobre todo el mérito de conectar indisolublemente la dimensión política y aquella social de la actividad de las clases subordinadas.
La lucha para los mejoramientos reales de la vida cotidiana se consolidaba en un horizonte de liberación global que daba la fuerza a las batallas sindicales y a los pedidos de reformas. Cuando este horizonte se ha derrumbó, ha faltado el impulso de la unidad, la inteligencia práctica, el análisis de la realidad y la innovación organizativa. Se ha elaborado una condición de inferioridad y de sumisión que ha acostumbrado a la fragmentación, a la desconfianza y a la confusión cultural. En una palabra, desde hace muchos años el proletariado italiano resulta carecer de aquella independencia y autoridad política que lo habían hecho uno de los protagonistas mayores de la historia europea y uno de los puntos de referencia indiscutibles del debate revolucionario internacional.
Hasta hace algunas semanas atrás, las elecciones políticas previstas para marzo del 2018 no parecían proponer ningún elemento de novedad sustancial. El proceso aparentemente atormentado por la reagrupación a la izquierda del Partido Democrático de una nueva formación política llena de ex-ministros y subsecretarios, de magistrados de alto rango y de viejos y nuevos profesionales de las instituciones, ha aparecido desde el inicio un mero episodio transformístico al interior de los asuntos de una clase política irreparablemente desconectada de los sectores populares.
Por otra parte, el campo de los sujetos que en varios modos están activos contra el capitalismo aparecía políticamente desunido y en alguna manera adictos (quien con resignación, quien con orgullo) a la propia extrañeza a la contienda electoral. En este cuadro se ha incluido la iniciativa del ex-OPG napolitano de proponer una lista autónoma e independiente intitulada al lema Poder al pueblo.
Las adhesiones han sido muchas, y la tarea resulta difícil. La ley electoral está hecha con el propósito de silenciar a las minorías e impedir el acceso a la representación de quien lucha coherentemente contra el sistema complejo y generalizado por la explotación contemporánea. Además, es necesario admitir que el traslado del campo decisivo más allá de los confines del Estado nacional da una comprensible sombra de duda sobre la utilidad de la presencia en parlamento ya vaciado de todo tipo de función política y social.
Las experiencias de Syriza en Grecia y de Podemos en España han generado muchas desilusiones. Pero nada impide que la obstinación de recomenzar desde el inicio pueda producir entusiasmo y creatividad justamente en Italia, país tan intrínseco de historia proletaria y comunista, y tan dolorosamente carente de experiencias eficaces, desde que, en 2001, el imperialismo ha aplastado el camino de las nuevas generaciones con la represión de las protestas populares ocurrida en Génova, en el curso de las jornadas de movilización contra la cumbre G8.
A Viola Carofalo y Guiliano Granato, los compañeros del ex-OPG de Nápoles, dirigimos entonces algunas preguntas, útiles para colocar la iniciativa de Poder al Pueblo en el escenario italiano, pero también en el de la actualidad internacional. El lector debe ser advertido también de un elemento de contexto, por así decir. Los compañeros napolitanos desempeñan en este momento un delicado rol de mediación, de conexión y de coordinación entre instancias y experiencias que tienen historias diversas, pero reconocen, de hecho, la propia insuficiencia política. Aceptaremos y entenderemos un cierto nivel de carácter provisional. Pero esperamos no caer en lo genérico.
Antes que nada, empezamos por la consigna: Poder al Pueblo. Nos viene a la mente inmediatamente que la palabra democracia significa “poder al pueblo”. Pero regresa también a la memoria la crítica marxista de la democracia burguesa y la funcionalidad capitalista de sus mitologías formales. ¿Qué significa “poder al pueblo” hoy? ¿Es solamente un eslogan o tiene también la ambición de condensar en una fórmula necesariamente sintética exigencias y contradicciones específicas de nuestro tiempo?
“Poder al pueblo” es algo antiguo y nuevo al mismo tiempo. Es la actualidad de lo inactual. Para nosotros significa el ejercicio efectivo del poder por parte del pueblo, concretar la posibilidad de decidir en las cuestiones que le incumben. Poder al pueblo no es la mera posibilidad de decidir por el propio presente y futuro a través de un pedazo de papel en una urna electoral. El ritualismo democrático lo dejamos a otros. Para nosotros, “poder al pueblo” significa democracia real, aquella que en algunos lugares de América Latina han comenzado a llamar democracia radical, en el sentido de partir desde las raíces, desde lo profundo. Es democracia “absoluta”, participación del pueblo soberano no sólo para solucionar los problemas prácticos y puntuales, sino para imaginar, definir, construir y controlar la implementación de políticas a nivel nacional y también internacional. Es el poder del pueblo organizado que toma conciencia de su fuerza y de sus medios, que ejerce el control popular sobre cada ámbito que la propia vida, que no deja, en la indiferencia, que “pocas manos, sin vigilancia de ningún control, tejan la tela de la vida colectiva” (NdR: Antonio Gramsci, Odio a los indiferentes).
“Poder al pueblo” es también un mensaje en sí. Un mensaje que queremos que llegue a millones de personas que en marzo irán a votar, visto que estamos trabajando para que lo encuentren en la papeleta electoral. Indica, de manera clara y sintética, nuestro programa de trabajo, nuestro objetivo: en una fase en la que hay siempre una rigidez mayor de la cadena de comando, en la que los espacios de democracia se reducen, en el cuerpo de la sociedad, pero también en todos sus ganglios, a partir de los puestos de trabajo, significa poner al centro el derecho a decidir de nuestras vidas. No sólo la posibilidad de decir lo que se quiere, sino de hacer en manera que nuestras palabras puedan tener resultados concretos, sin que sirvan como cortinas de humo para una sociedad que ama definirse democrática y que en cambio desprecia en lo profundo todo lo que viene de las masas.
Quisiera concentrarme ahora sobre el concepto (si es un concepto) de “pueblo”. En la historia del movimiento obrero esta expresión aparece y desaparece en relación a particulares coyunturas históricas y dentro de precisos contextos geográficos. Indudablemente “pueblo” significa algo durante la lucha antifascista que condujo a la constitución republicana a la que también ustedes se apelan, y algo cuando el conflicto obrero de 1969 puso en discusión el comando capitalista hasta en el corazón de las relaciones de producción. Por otra parte, “pueblo” es un término que denota alianzas y bloques sociales muy precisos en América Latina, en África y en Asia, es mucho más variado en la Europa de la desestructuración, pero no en la desaparición del trabajo manual tradicionalmente asociado al concepto de proletario. No les aburriré con las falsas e hipócritas preguntas sobre el “populismo”. Pero les pregunto: ¿qué pueblo quieren representar y reunir? En este sentido, ¿la mayoría del pueblo italiano estaría interesado a una alternativa de sistema al capitalismo contemporáneo?
Fidel Castro, en su autodefensa frente al tribunal de la dictadura de Batista, luego distribuida a la prensa con el nombre de La historia me absolverá (un texto que debería ser leído hoy con gran atención, porque de cada página destila un método y un planteamiento que son actualísimos), en pocas líneas ofrece un cuadro de qué cosa era en aquella época el pueblo cubano, fotografiándolo, pero yendo más allá del aspecto meramente sociológico e indicando una dimensión de subjetivación, dada de la lucha. Nos parece que puede ser muy útil un punto de inicio para comprender qué cosa sea el “pueblo” para nosotros.
Nosotros creemos que diez años de crisis han producido mutaciones importantes, alargando las tijeras –no sólo aquella de la riqueza- entre quien está en alto y quien en lo bajo, entre quien oprime y quien es oprimido, y llevando a un replanteamiento entre los últimos. Asistimos, de hecho, a la marginalización de franjas siempre más amplias de la población. Hablamos de los “últimos”, los chivos expiatorios por excelencia, los migrantes. Pero también hablamos de todas las otras y todos los otros que hoy constituyen los “excluidos”. Los “pobres”, autóctonos o extranjeros que sean, contra quienes los últimos gobiernos han desencadenado una verdadera guerra, dirigida a hacer desaparecer no la pobreza, sino los mismos pobres, de la vista de los de la buena sociedad y de los turistas. Hablamos de los trabajadores y las trabajadoras, que los gobiernos y el aparato legislativo tratan de poner los unos contra los otros: aquellos contratados hace treinta o veinte años atrás y que gobierno tras gobierno, contrato tras contrato, ven una reducción de sus propios derechos y una reducción de los espacios de democracia; aquellos que han comenzado a trabajar hace pocos años y que casi no han conocido derechos y tutela; aquellos que no logran encontrar un trabajo y pasan los días preparando y enviando currículums. Hablamos de las y los estudiantes, dentro de un sistema de instrucción que no ofrece instrumentos de comprensión y emancipación, sino nociones útiles a ser puestos a producir en puestos de trabajo. Y no sólo al final de la trayectoria estudiantil, visto que con las últimas reformas encontramos muchachas y muchachos de quince años obligados a trabajar gratuitamente en empresas privadas por centenares de horas al año, como parte obligatorio de su camino de formación escolástica. En amplios sectores de la población, estas franjas se autodefinen “pueblo”. Nosotros no imponemos la utilización de este “concepto”. Lo hemos visto en plena acción en puestos de trabajo y en barrios populares, donde las personas piensan en sí mismas y hablan de sí como “pueblo”: aquellos que no tienen santos en el paraíso, aquellos que luchan todos los días para llegar al final de la jornada, aquellos que tienen sueños, para sí y para sus allegados, pero están conscientes de que, si las cosas se quedan como están, no los realizarán. Un pueblo que odia –y en parte envidia, no lo escondamos– a quien está de la otra parte; el patrón, el propietario de la casa, los “políticos”.
Eso, nosotros somos ese pueblo, somos las “víctimas” de este sistema. Y sin embargo, aunque siendo los últimos, sobre nosotros viene descargado no sólo el peso económico sino también el peso moral de la gestión de la crisis. Cotidianamente, de hecho, somos señalados como culpables de nuestro propio sufrimiento. Somos aquellos que no brillan en la escuela “por estúpidos”, aquellos que no encuentran trabajo porque “no se empeñan lo suficiente”, aquellos que el trabajo lo “pierden” porque no están adecuados a las exigencias de una moderna economía de mercado. Hay una dimensión de culpabilidad dada a impulsarnos a pensar que el “fracaso” sea un hecho individual. Y de consecuencia, también la solución debería ser individual.
Pero la dimensión de víctimas nos cuenta sólo una parte de la historia. La otra es aquella de un pueblo que no aguanta más, que da batalla, que está orgulloso de lo que es y de lo que hace. Consciente de que si el país avanza es gracias al sudor de la frente de millones de humildes. Un pueblo que es protagonista de centenares de conflictos, por la defensa de los territorios, por los derechos y salarios en el puesto de trabajo, por una instrucción emancipadora, por la libertad de decidir de sus propios cuerpos, etcétera. Un pueblo que no se rinde a los mecanismos de desolidarización promovida desde arriba, sino que logra permanecer humano, construir vínculos de solidaridad, compartir con quien está a su lado lo poco que tiene. Nosotros creemos que hay un potencial de derrocamiento del existente y que nuestra tarea pueda ser la de construir un espacio y organización para las exigencias que vienen desde abajo, yendo a articular junto al pueblo –y no en el lugar del pueblo. El “pueblo” no es un hijo que tiene necesidad de las curas de un padre, sea bueno o autoritario. Es sujeto y no objeto de la Historia.
Las discusiones sobre la participación en los parlamentos siembre han dividido a los revolucionarios, y han sido objeto de encendidas controversias. Los parlamentos han sido contestados, han sido usados eficazmente como tribuna, pero frecuentemente han sido convertidos en el perímetro que ha devorado en dirección exclusivamente institucional la presunta búsqueda de nuevas vías al socialismo. ¿Nosotros estamos mucho más allá, o más atrás de estas experiencias para hacer de estos problemas un absurdo histórico, o también el pasado puede y debe enseñarnos algo?
Nosotros creemos que estos problemas se presentan hoy como ayer. Pero no existen plantas buenas para todos los climas y por todo el tiempo. Soluciones utilizadas en los procesos revolucionarios del pasado o de otras latitudes no es dicho se adecuen a las necesidades de la Italia del aquí y del ahora. La idea de lanzar el desafío de esta lista popular nace de la voluntad de no dejar algún espacio al enemigo sin tratar de dar batalla. Por lo que, aquel que, como nosotros que a menudo no ha ido a las urnas, ha decidido meterse en este espacio. Nos esperan, de hecho, meses en los que toda la atención estará concentrada en el escenario electoral. De aquí la necesidad de rasgar el velo de hipocresía y de hacer irrumpir las necesidades y la voz de las masas, construyendo una campaña electoral que permita encontrar expresiones a todas las instancias y las luchas existentes en el país. Queremos utilizar la campaña electoral, todavía antes de eventuales tribunas parlamentarias, como un megáfono de lo que ya existe, de los que está en gestación y que difícilmente logra salir de una dimensión local y sentenciada. Pero no queremos detenernos aquí. Pensamos que, en caso de elecciones, los electos de “Poder al pueblo” deberán dar vida a un “parlamentarismo de calle”: estar presente en los territorios, construyendo mecanismos de democracia directa y participativa por donde quiera que sea posible. Discutir en los territorios y no sólo con los directos implicados en los trabajos, ni sólo con los grupos “corporativos” las medidas que llegan al parlamento; proponer otras que sean fruto de la elaboración colectiva, que vengan “desde abajo”. Dar cuenta de lo actuado, acercando el propio yo a un mandato “imperativo”, así como a aquel “libre” previsto por la Constitución italiana. Desde este punto de vista las experiencias de estos últimos veinte años en América Latina, en Venezuela primeramente, ofrecen muchos datos útiles.
En las aulas, en cambio, los electos deberán ser la espina en el costado del gobierno y de los grupos de poder, llevando el “control popular” al Parlamento. Para hacer esto, obviamente, no es suficiente un reducido grupo de diputados, ni siquiera si fueran los “mejores”. Sirve, en cambio, el pueblo organizado que de apoyo y articule el trabajo.
Estamos conscientes de los riesgos de una posible cooptación. Pero también estamos convencidos que el mejor antídoto no está tanto en las proclamas y palabras, como en la continuidad de aquel trabajo político y social que todos los días llevamos adelante. Como dicen frecuentemente los compañeros catalanes, “un pié en las instituciones y miles en las calles”. La dialéctica entre “campo popular” y “campo institucional” no la decidimos en la mesa; se trata de ir a construir un equilibrio nunca definido una vez por todas. Al contrario negaríamos la dialéctica. Pero tenemos como objetivo la construcción de un movimiento popular y no electoral. Por esto, hasta cuando pensemos que una campaña electoral o un curul puedan ser útiles para favorecer este proceso, sea bienvenido el empeño en este frente. En el momento en el que debieran cambiar las condiciones, será necesario cambiar también la táctica, acompañada de una permanente estrategia y en la claridad de los objetivos, son tantos sobre los que tratamos de definir nuestro trabajo. Nos viene a la mente la dedicatoria del Che cuando regaló una copia de su Guerra de Guerrillas al presidente Allende: “A Salvador Allende, que con otros medios persigue los mismos objetivos”. Sin olvidar que, por como son construidas las instituciones, conllevan límites y márgenes de maniobra muy limitados. Nos es un caso que también donde no se haya procedido por la vía leninista, se haya puesto, antes o después, la necesidad de transformarlas profundamente.
En sus manifiestos llama la atención la relevancia dada por la dimensión del mutualismo. ¿Por qué le dan una tal importancia? ¿Cómo se cruza el discurso sobre mutualismo con el de la política? ¿Se inspiran en experiencias precisas, también en campo internacional, o buscan una síntesis italiana entre el ciclo comunista histórico, el de la nueva izquierda de los años ‘70, y la experiencia más reciente de los centros sociales
Vivimos en años en los que desde arriba vienen continuamente promovidos mecanismos de fragmentación y de destrucción de aquellos vínculos de solidaridad que hasta hoy viven en las clases populares. El objetivo es construir individuos aislados, posiblemente hostiles los unos a los otros. Apelar a las necesidades, siempre más urgentes, para desencadenar competencias y guerras entre pobres.
Nosotros, en cambio, tratamos de dar una respuesta diversa. A expresar –y no sólo a decir– que la salida, la satisfacción de las necesidades o es colectiva o no lo es. A demostrarlo con los hechos, con el trabajo gris cotidiano, con la construcción de estructuras físicas y políticas de mutuo socorro. Porque estamos cansados de las palabras cuando son desconectadas del actuar cotidiano. Entonces es aquí que la ayuda mutua inmediatamente se convierte en política en el sentido que, si el objetivo que se logra alcanzar es el inmediato mejoramiento concreto de las condiciones de vida, la satisfacción de una necesidad, es también verdad que en mediano plazo se construyen reflejos en el otro, mutuo reconocimiento, lazos de solidaridad: se construye, en fin, una comunidad, cuyo nexo no es solamente el posicionamiento de la sociedad, sino también un método de trabajo y un horizonte a construir juntos.
Además, lograr poner en pie estructuras de mutuo socorro, desde los consultorios populares a las cámaras populares del trabajo, pasando por las escuelas de italiano para migrantes, permite construir confianza en las propias capacidades colectivas. Allá donde el individuo no puede llegar solo, el colectivo puede. El mutualismo se vuelve un ejercicio para las masas populares, gracias a las que aprendemos a ejercitar el control sobre aquellas instituciones que nominalmente serían las encargadas de garantizar nuestros derechos, a construir pedazos de autogobierno, a organizar pedazos de sociedad. Y es –no por último- un instrumento de “activación” de las energías populares: en años caracterizados por la apatía, por la resignación y por el desinterés, se comienza juntos un proceso en que aquel que está involucrado desarrolla un deseo de participación, de comprensión y de transformación de lo existente. Es, en particular, una forma de democratizar, de democracia absoluta.
En estos años hemos tenido puntos de referencia importantes, hemos tratado de aprender de las experiencias en curso en otros lugares, desde la Grecia de las clínicas populares a las redes de solidaridad del Estado español, pasando por las experiencias comunitarias en curso en diversos países latinoamericanos. Sin olvidar que la historia de nuestro país es rica fuente de inspiración y reflexión. Justo en Nápoles, por ejemplo, hasta hoy está viva la memoria de los “Comedores de los niños proletarios”, activa por todos los años ‘70. Y luego hay un mundo, tradicionalmente también distante del nuestro, que hemos encontrado y aprendido a conocer. Hablamos de cristianos de base, asociaciones laicas, empeñadas cotidianamente en no dejar solos a los últimos, que sean mendigos o migrantes. Con ellos vamos más allá de la intervención asistencial, hemos construido una “red de solidaridad popular” y dado vida a momentos de lucha contra las intervenciones represivas del Estado.
En su movimiento la presencia de las mujeres es evidente. En Italia, el feminismo ha sido un componente determinante del ciclo de lucha de los años ‘70. Luego se ha transformado en una especie de cultura universitaria que no ha sabido contrastar la revancha del patriarcado implantada en las conciencias y en la vida cotidiana durante los años ‘80 y ‘90. ¿Cuál es su visión del feminismo? ¿Cómo se cruza en la lucha el pensamiento de género con el pensamiento de clase?
El pensamiento de género es ya un pensamiento de clase, aunque no termina en esto. El mecanismo del trabajo y de la explotación actual no ha “inventado” la sumisión de la mujer al hombre, pero ha sabido aprovechar bien la herencia de la sociedad que la ha precedido, pretendiendo del componente femenino trabajo en buen mercado y además extorsionando trabajo gratuito. Nos referimos al hecho de que las mujeres juegan un rol de primer nivel en el llamado ejército industrial de reserva, son absorbidas y expulsadas por el mercado sin solución de continuidad y, para más, son gravadas con el trabajo doméstico, que hasta hoy es considerado como un trabajo que debe recaer prácticamente sólo sobre las espaldas de las “amas de casa”, madre, esposa, hija, hermana, o lo que sea. Por estas razones pensamos que ninguna emancipación sea posible sin quitar en primera instancia los impedimentos materiales que la determinan, sin que sea garantizada a la mujer un digno salario, servicios sociales que permitan efectivamente de liberarse del trabajo de cuidados (hospitales, guarderías, etcétera), soluciones habitacionales alternativas y gratuitas, necesarias para evitar eventuales violencias y abusos que a menudo se perpetúan entre los muros domésticos, consultorios y ventanillas médico/legales en capacidad de sostener las decisiones en el campo de la reproducción, de la interrupción y de la prevención del embarazo, etcértera.
Obviamente, la explotación y la sumisión no terminan en el plano material. A las mujeres todavía les es negada la plena libertad en el control de su cuerpo y sobre su sexualidad, son objeto de representaciones de inferioridad y de violencia sicológica. Por esta razón, la batalla sobre este frente, sobre derechos, sobre el salario, sobre el acceso a los servicios sociales, va asociada una batalla sobre el plano cultural, que alimente la consciencia de la propia condición y haga que se puedan proyectar colectivamente las trayectorias eficaces para superarla.
En el ámbito de esta batalla uno de los instrumentos posibles a emplear es aquel de la representación igualitaria, en el espíritu y siguiendo el ejemplo de las compañeras kurdas, necesaria de hacerse visible al exterior, en el discurso público, nuestra realidad por aquella que es: hecha por los hombres y por mujeres que luchan juntos, sin jerarquías ni primados, sin necesidad de ser “relegados” en sectores de pertenencia.
Si es verdad que, muy a menudo, lamentablemente, en los últimos decenios, las “cuestiones de género” han sido relegadas al ámbito de la pura especulación del análisis del fenómeno en ámbitos restringidos, afrontados con un lenguaje frecuentemente inútil y complejo y que hablaba a pocos, es también verdad que, en los últimos años parece haberse difundido (no sólo entre las élites intelectuales, sino entre las “personas comunes”) la consciencia del hecho que la desigualdad entre los sexos no es y no puede ser solamente objeto de un análisis abstracto y que, sobre todo, no es un capítulo cerrado, historia pasada, sino un hecho que nos compete y que nos competerá todavía si no se arremangarán las mangas para hacer que las cosas cambien.
En estos últimos años, la izquierda ha escogido confiarse a los magistrados, estableciendo así la sumisión de lo político a lo jurídico, y asumir lógicas de seguridad que han tomado cuerpo en la represión de los años ‘70. ¿Están conscientes? ¿Cómo ven la cuestión? Justo en el Sur faltan los derechos básicos, pero abundan los uniformes, tribunales y “bomberos” del conflicto social que decantan la legalidad burguesa. ¿Es posible deshacerse de este lastre que impide todo contacto real con la masa de los excluidos?
Sobre todo aquí en el Sur de Italia un día sí y el otro también se escucha hablar de “emergencia de seguridad”: camorra, mafia, ndrangueta, son una realidad omnipresente y su control del territorio es un gran obstáculo para quien como nosotros está empeñado en la transformación del existente. La solución propuesta por los gobiernos que se suceden es una militarización de la sociedad. Ya desde hace algunos años tenemos a los militares que patrullan la ciudad; en las últimas políticas legislativas han sido incluidas medidas de seguridad más opresivas en lugares públicos. Como, por ejemplo, barreras, torniquetes y controles en las estaciones ferroviarias o hasta en los estadios.
Las medidas de “antiterrorismo” han sido la precipitación ulterior de este tipo de mecanismos. Se suceden las noticias de la expulsión de los mendigos o de los inmigrantes de los centros históricos. Ha sido elaborada una medida específica represiva, el DASPO urbano (que viene de la experimentación de la represión en las curvas de los estadios), que se ha dirigido ya en muchas veces contra los vendedores informales.
Sin embargo, cada vez más la reacción popular que se desarrolla va en dirección opuesta: donde está la criminalización por parte del Estado, se responde con una solidaridad con quien es considerado de la misma parte de la barricada. No es que la lógica de seguridad no deje de todas maneras huellas. Pero, de momento, aquí por fortuna no trasciende. También desde este punto de vista la criminalización no logra destruir los lazos de solidaridad que están afortunadamente más enraizados de lo que alguno podría pensar.
Cuando decimos que “poder popular” significa poder decidir el propio presente y futuro no pretendemos excluir la seguridad. No se trata de materia de delegar al gobierno, central o local que sea. También sobre estas cuestiones, por complicado que sea, es necesario ejercitar el control popular. No por casualidad, históricamente, allí donde los movimientos sociales y políticos han sido más fuertes, menos espacio encontraba la criminalidad organizada.
Se trata de procesos y no de eventos: los tiempos no serán ni inmediatos ni breves, sino prácticos como aquellos del control popular ejercitado en el curso de las últimas elecciones comunales en Nápoles, para contrarrestar palmo a palmo la presencia de camorristas, para tratar de romper el muro del miedo que bloquea a tantos y a darles confianza que a más del Estado y criminalidad organizada, existe algo más, son un buen viático para ponerse en camino.
Ustedes dicen que Poder al pueblo es el inicio de un camino que no se dejará desmotivar por una eventual falta de votos suficientes para entrar en el parlamento. Esto delinea un horizonte y una actitud “confederativos” que, en la izquierda anticapitalista italiana, no ha conseguido particular fortuna práctica. ¿Por qué la izquierda italiana (aquella verdadera) es tan incapaz de unir las propias fuerzas? ¿Hay necesidad de una ruptura generacional? ¿Hay necesidad de una ruptura lingǘistica? ¿Por qué todas las subjetividades que, en años precedentes, han cabalgado el tigre de la discontinuidad han terminado en la insignificancia política?
Las causas de una incapacidad de la izquierda para unirse son múltiples y merecerían otro espacio más amplio. Ciertamente, la ausencia de amplias movilizaciones políticas y sociales produce monstruos también desde este punto de vista, dando espacio a una litigiosidad de grupos siempre más pequeños y siempre menos ligados a aquellos sujetos que también –en palabras- todos dicen de querer representar.
Los proyectos que la izquierda ha puesto en campo en los últimos años han sido siempre percibidos como proyectos electorales y nada más. No el intento de construcción de un nuevo proyecto, sino la suma de organizaciones preexistentes que tenían como objetivo llegar al Parlamento. En esto es obvio que hay responsabilidad también por parte de quienes han promovido estas “confederaciones”.
Nosotros hemos tratado de partir desde cosas en apariencia banales, pero paradójicamente desaparecidas del horizonte de una cierta izquierda. Hemos regresado a las masas, para reconstruir aquella conexión sentimental que se había roto ya desde hace algún tiempo. Tratamos día tras día de ponernos a escuchar. A entender. No somos testigos de Jehová, con un verbo para llevar a las masas de infieles. “Caminar preguntando”, como dicen los zapatistas. Y haciendo así hemos aprendido muchísimo; hemos hecho autocrítica y hemos tratado de poner aquello que nos parecía de haber aprendido de las masas a disposición de todos.
Lo hacemos poniendo a un lado nuestra identidad, que no servía para nada, sino solamente a darnos una propia seguridad. No la olvidamos, ni menos aún la renegamos. Pero no la agitamos como un arma capaz de convencer por su solo sonido de palabras evocativas (de hecho siempre menos, sobre todo entre las jóvenes generaciones).
Al desempleado, al estudiante que no tiene una mínima prospectiva de futuro, a la trabajadora que ha sido despedida, al habitante del barrio que lucha contra la devastación ambiental, no le interesa que nos proclamemos de “izquierda”. También porque está viva en la memoria de todos lo que aquellos que se proclamaron de izquierda han producido en el país: empobrecimiento, precarización, emigración. A nosotros, que estamos en dificultad, nos importa poder encontrar soluciones a los problemas urgentes. Interesa mejorar las condiciones materiales de existencia, reencontrar una esperanza y un horizonte futuro.
Si hoy nos limitáramos a reunir aquellos que se reconocen en una cierta tradición y que se reconocen en una determinada etiqueta, nos limitaremos a construir un espacio absolutamente residual, marginal y destinado a una desaparición más o menos rápida. En cambio, estamos intentando construir un proyecto nuevo, fundado en el compartir de un mismo horizonte y de las prácticas más que de los símbolos. Lo que comporta una serie de rupturas respecto a nuestro mismo pasado.
Si, de hecho, queremos reconstruir una conexión sentimental con las masas populares, es necesario entonces, ser capaces de hablar una lengua que sea comprensible. Nos guste más o menos los lenguajes cambian, los instrumentos también y, si queremos dejar huella en la realidad, y no limitarnos a ser testimonios no podemos no tomar esto en consideración. “Nosotros no hemos nacido para resistir, hemos nacido para vencer”, dicen los camaradas vascos. Lo repetimos siempre a los compañeros.
En una de sus últimas asambleas ha sido escuchado y aplaudido con particular entusiasmo y respeto el discurso de un militante palestino. En su programa se habla de paz y desarme y se exige la ruptura de los vínculos de sumisión a la OTAN. Sabemos que pacifismo significa muchas cosas, y sabemos también que, justo en nombre de un cierto pacifismo occidental de salón, la lucha del pueblo palestino ha sido dejada siempre sola. Les pregunto: ¿qué es para ustedes el internacionalismo? Y, pensando en Palestina, pero también a Venezuela o Catalunya, ¿cómo se hace para sacudirse un acercamiento al mundo contemporáneo que ve a menudo los militantes europeos desconfiar de la lucha de clases real y de los puntos de contradicción efectiva en los que se descarga el enfrentamiento con el imperialismo?
Para nosotros un movimiento popular que quiera transformar lo existente y que estemos tratando de construir con “Poder al pueblo” o es internacionalista o no lo es. Quien piensa que podemos resolver nuestros problemas estando atentos sólo a lo que se mueve alrededor nuestro, no comprende cómo lo que se mueve a millones de kilómetros de distancia puede marcar en la vida material de millones de personas aquí donde nosotros. No es un hecho ideológico. Cuando aquí querían cerrar dos fábricas de la multinacional Indesit para trasladarla a Turquía, se han detenido sólo frente a las luchas en Turquía en esa época del Gezi Park (que eran también luchas por los derechos de las trabajadoras y de los trabajadores y no la mera defensa de “un arbolito”, como alguno lo ha querido pintar). Y así la tutela de los puestos de trabajo de los obreros en Italia ha dependido directamente del nivel del enfrentamiento que han logrado poner en campo los obreros en Turquía. Cuando llegan los inversionistas japoneses a la República Checa quieren saber de los funcionarios gobernativos no tanto los índices salariales –aquellos los encuentran sin problemas sin hacer millones de kilómetros para llegar a Praga- sino el nivel de conflictividad, los medios de lucha implementados por los sindicatos locales, el nivel de “descomposición” de la solidaridad entre los trabajadores.
Tratamos de entender y aprender de los procesos en curso alrededor del mundo. Experiencias geográficas cercanas y lejanas, sin tener la actitud de juez que debe decidir si dar o no el pulgar arriba. Y sin la búsqueda espasmódica de algún modelo de poder que trasladar directamente aquí. Creemos con Mariátegui que nuestro camino no será “ni calco ni copia”, sino “creación heroica”.
Deberemos lograr sacudirnos una doble actitud. De una parte, de hecho, tenemos quien se exalta apenas parece que en algún lugar del planeta se presenta una alternativa al orden existente, para luego quedar profundamente desilusionado, o víctima de la más pesada depresión, apenas hay una desaceleración o, peor, un retroceso; por otro lado quien mira a lo que sucede en el mundo siempre con un aurea de superioridad: los procesos en curso no son nunca suficientes, no son lo bastante “comunistas”. Es con esta doble actitud de fanáticos que debemos terminar.
En nuestro interior, tratamos de hacerlo buscando estudiar, entender, experimentar lo que vemos en acción en otros lados. Construyendo nuestra prospectiva de nuestra propia historia y de la historia de los movimientos de emancipación del mundo. Nadie ha cambiado el curso de la historia siguiendo lo que encontraba en los textos sagrados. Los bolcheviques, a decir de Gramsci, han hecho una “revolución contra el Capital” de Marx; Fidel ha puesto fin a la dictadura de Batista, caminando senderos diversos a aquellos leninistas; Unidad Popular ha tratado de construir el socialismo en Chile sobre bases muy distintas respecto a aquellas del “foquismo” guevarista; la resistencia palestina, a pesar del “De profundis” de tantos expertos nuestros, demuestra cada vez de poder resurgir de las propias cenizas; en fin, el socialismo bolivariano en Venezuela no coincide para nada con una serie de “preceptos” que cierta izquierda venía declamando.
Si logramos hacer comprender la recaída material y concreta de cuanto sucede en un “otro lugar” más o menos lejano, entonces tal vez no escucharemos más decir que “tenemos tantos problemas aquí, que no tenemos tiempo y cabeza para pensar a aquellos que están acosando a otros pueblos del mundo”. Nosotros pensamos en un internacionalismo que no sea el sólo gritar consignas, sino un trabajo cotidiano y meticuloso para construir los lazos, de mutuo aprendizaje. Sin olvidar la lección guevarista: lograr sentir en la propia piel el sufrimiento de cualquier ser humano en cualquier parte del mundo. Para nosotros permanece como la cualidad más bella de un revolucionario.
En Italia y en Europa el capitalismo se reestructura (como siempre) en la crisis. Pero la crisis que ha explotado en el 2008 ha emprobrecido grandísimos estratos populares. Han disminuido los aspectos de sustituciones sociales asumidos por el estado burgués europeo en el segundo post-guerra. El capitalismo abandona a las masas al destino de los mercados, amplificando la presión oligárquica de las instituciones supra-nacionales, y chantajeando a los pueblos con el espectro de la crisis de la vida civil. Aquí está el punto. ¿Qué quiere decir, hoy, tener otra idea del desarrollo civil? ¿Poder al pueblo significa eso? Y si significa eso, ¿cómo es posible re-elaborar la dimensión de la ruptura en un contexto en el que los elementos materiales de la existencia asociada nos son presentados, y aparecen efectivamente, como indisolublemente ligados al funcionamiento de la economía basada sobre la propiedad privada?
No hay duda que las condiciones materiales de existencia han decididamente empeorado. En Italia, el país con la más grande reserva de ahorro privado, tal vez se ha manifestado inicialmente con menos vehemencia, considerando que por algunos estratos de la población había pequeñas alcancías a las cuales recurrir. Pero luego, mes tras mes, cierra el hospital, la escuela funciona cada vez peor, el bus que nos lleva al trabajo es cancelado, las tarifas de agua, luz y gas aumentan... En resumen, los mordiscos de la crisis se hacen sentir. Y no está más el Estado de Bienestar de antes: la red estatal ha sido poco a poco desmantelada, aún resistiendo gracias a la determinación de trabajadores y usuarios. Avanza el mercado, el privado toma espacio y gana grandes beneficios. El abismo es presentado como prospectiva probable si no se siguen los dictámenes de las instituciones supra-nacionales y de los gobiernos. Grecia, el país en peores condiciones en Europa, es continuamente presentado como nuestro futuro si no se procederá al recorte de la deuda –que significa recorte de servicios, salarios y pensiones-, la adopción de reglas financieras rígidas, a privatizaciones y a una “modernización” del mercado del trabajo y del mundo de la instrucción. Para huir del abismo muchos aceptan, se confían. Electoralmente se intenta la fortuna con las últimas formaciones de partidos, pero tarde o temprano se entiende que no constituyen parte de la solución, sino del problema.
Nosotros creemos que también en Italia podremos asistir a una ruptura, a una “licuefacción de las tolerancias morales hacia los gobernantes”. Un momento que en otros países ha tenido lugar a partir de la propia misma dificultad; ha sido entonces que la gente ha comenzado a preocuparse del resto o de los otros. Y, en pequeña escala, con el trabajo mutualístico que llevamos adelante cotidianamente observamos este fenómeno. El desafío es llevarlo a un nivel de masa, organizarlo, darle una dirección y métodos de lucha. No podemos prever el momento de la “ruptura” de estas tolerancias, pero podemos trabajar para que no nos encuentre sin preparación.
En estos momentos cruciales cambia el “sentido común” de las personas. Lo que antes era considerado como la normalidad no es aceptado ya. Lo que antes ni siquiera se presentaba a la mente, se convierte en realidad. Aquellos que son los ejes de las viejas sociedades se derrumban. La propiedad privada, en cuanto producto de la Historia, a menos de considerarla un producto natural, no es la excepción. Pero, admitiendo que exista una clave de vuelta, todavía no la tenemos. Debemos –como decía Meszaros– buscar pacientemente alternativas, construirlas y reforzarlas. Existen ya hoy experimentos, direcciones de trabajo. El Estado comunal del que hablaba Chávez es una de estas. Entre ataques y dificultades internas, en Venezuela se prosigue en su construcción. Vencerá en el momento en que logrará demostrar que la lógica socialista de funcionamiento de la sociedad en su complejidad, una nueva dialéctica entre producción y consumo, entre planificación y espontaneidad es superior a la lógica del capital, de por sí destructiva del género humano.
Y siempre a Venezuela miramos –aunque otros ejemplos no faltarían- para desmentir cualquier visión “determinista” de la historia y de nuestro futuro. En Caracas el “final de la historia” proclamado tantas veces, en realidad ha significado el inicio de una oleada revolucionaria que por fortuna todavía no se ha detenido. Había existido una rebelión popular reprimida con la sangre -“el Caracazo”-, un intento de golpe de Estado frustrado, avanzaban privatizaciones y miseria. El mismo esquema de dominaciones y repartición del poder que iba adelante desde decenios.
Nadie pronosticaba allí una “ruptura” revolucionaria. Como no estaba en capacidad de pronosticarla Lenin a pocos meses de la revolución de febrero y como nadie la pronosticaría hoy en Italia. Ningún observador, de hecho, ha estado en capacidad de prever el aparecimiento en la escena de una lógica distinta, como aquella promovida por el Comandante Chávez y llevada adelante por masas de desheredados e “invisibles”, que han conquistado un puesto de protagonistas en aquella historia de la que habían sido hasta ahora excluidos, de la que habían sido al máximo objeto.
¿En qué modo aquella experiencia nos habla de una “ruptura”? Creemos que, así como sostiene también Álvaro García Linera, debemos sobre todo aprender a pensar a la revolución como a un proceso y no un acto. No existe el día de hacer las cuentas, sino la construcción de la hegemonía, que no es sólo práctica discursiva, como pretendería alguno, sino capacidad de construir las propias fuerzas, seguros de que el enemigo no tendrá contemplaciones en que, a según el contexto en el que se mueve, llevará el ataque, sin hacerse escrúpulos de algún tipo, llegando literalmente a quemar a los adversarios políticos o a llevar pueblos enteros a sufrir el hambre, a amenazar con todos los medios y con todos los lenguajes. Los momentos de enfrentamientos se suceden, se convierten en puntos de bifurcación y el éxito es debido también a cuanto se ha logrado construir hasta el momento. Y luego, de nuevo a trabajar para la construcción de una nueva hegemonía. Si entonces pensamos en la “ruptura” no como a un momento preciso, como a un acto, sino como al resultado de un proceso de transición, cuya duración no podemos determinar, pensamos que la nuestra pueda darse ya hoy como “política de la ruptura”.
(*) Traducción del italiano a cargo de Gabriela Pereira.