MAGA Returns
“Trump tiene una cualidad que es útil para nosotros: como hombre de negocios hasta la médula, odia mortalmente gastar dinero en varios parásitos [sic]: en aliados estúpidos, en malos proyectos caritativos y en organizaciones internacionales glotonas.
Toxic Bandera Ucrania [NdA: se refiere a la Ucrania desquiciada, nazi y rusófoba de Zelenski] es parte de esa categoría [que tanto odiaría Trump]. La pregunta es cuánto se verá obligado a ‘donar’ Trump a la guerra. Es terco, pero el sistema es más fuerte.
En cualquier caso, hoy la escoria verde de Kiev será enterrada hasta las orejas en polvo blanco.”
Dmitry Medvedev, ex presidente y ex vicepresidente ruso. Nº2 actual del Consejo para la Defensa de Rusia.
A contramano del mainstream global y su indisimulable sesgo en favor de Kamala, en las últimas semanas el peluquín de Trump se había convertido en un objeto de poder esotérico. Depositario y responsable último de una auténtica ‘misión imposible’: salvar al mundo de una escalada conflagratoria sin retorno. Parar el tren para poder bajarse, al menos, a estirar las piernas y así repensarlo un poquito mejor. Porque apenas si estamos a dos paradas de una guerra termonuclear global.
Semejante fenómeno tomó la forma de una gran ola de pensamiento mágico [en la peor de las acepciones de lo mágico], recorriendo y aunando contradicciones a lo largo y ancho del mundo: árabes, israelíes, rusos, japoneses, subsaharianos; altermundistas, soberanistas, dizque libertarios, antiglobalistas, conspiranoicos, conservadores, antiliberales... Todos ellos [nosotros] amontonados en un disparatado clúster de múltiples nichos, amplísima variedad y aún mayor contradicción interna. Algo así como una barra brava global de autoconvocados entusiastas, en favor del outsider Trump.
Tamaña bolsa de gatos sólo podía indicar una cosa: la conciencia generalizada de descontrol en la pretendida metrópoli imperial del mundo, gobernada por una panda de titiriteros y de títeres abocados a la piromanía. Literalmente [y en las antípodas de la exageración] en medio del mayor incendio geopolítico que se recuerde desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Veamos, entonces, qué es lo que planteaba la campaña del 'MAGA Returns', respecto a su eventual política exterior.
El análisis fundamental de Trump era meridianamente claro: ‘quiénes sean que manejen la Administración del senil y gagá de Biden, han abocado a EEUU a una Tercera Guerra Mundial, la cual ha degenerado de forma explícita en tensiones directas que plantan en el horizonte de lo posible un holocausto nuclear. El único que puede arreglar esto soy yo. Y así lo haré. Conmigo EEUU no va a iniciar más guerras y, de hecho, se va a retirar de todas en las que ahora se encuentra’. Fin del comunicado.
Valga aclarar que este delirantemente elevado riesgo de catástrofe bélico nuclear mundial, ha sido intencionalmente provocado entre bambalinas por la Anglosfera imperante. Y al mismo tiempo subestimado, cuando no ocultado, tanto por la política de bajo vuelo como por las usinas mediáticas, tradicionales e ‘híbridas’. Periodo en el que ha habido no una sino dos gravísimas crisis nucleares. Sin duda más graves, ambas, que la tan sobredimensionada ‘crisis de los misiles’ de la Guerra Fría.
Incluso después de estos dos gravísimos episodios, la espiral termonuclear intercontinental siguió su curso. Tan es así que las dos súper potencias al respecto, modificaron en los últimos meses sus respectivas doctrinas nucleares. [Para variar] EEUU lanzó la primera piedra sin luces ni taquígrafos mediáticos, cambiando su doctrina nuclear en pos de señalar hostilmente con sus cañones a Rusia, China, Corea del Norte e Irán.
A las pocas semanas de la gravísima bravata estadounidense, sobrevino la actualización de la doctrina nuclear rusa. La cual incluye la utilización de armamento estratégico también en caso de grave riesgo para la seguridad nacional de sus aliados y vecinos, no sólo de la Federación Rusa. Para aquellos irredentos en su capacidad para eludir la verdadera realidad del tablero geopolítico actual, basta con recordar que todo esto fue dicho por el Canciller ruso, Sergéi Lavrov, la semana pasada y a un medio occidental.
A lo cual se podría sumar que Rusia retiró a su Embajador en EEUU hace pocas semanas. Repetimos: retiró, que no ‘llamó a consultas’. Llevando las relaciones diplomáticas a la mínima expresión posible antes de, directamente, romper relaciones y abrir una indeseable caja de pandora mundial.
Es por todo esto que, tan variopinto y masivo apoyo global a Trump, no fuese realmente sorprendente, sino por demás esperable. Incluso deseable [con el diario del lunes de su aplastante victoria, ya devengada pero todavía no consumada]. Asimétricamente deseable, cuanto menos: según se mire el bosque, el árbol, la rama, las podas y todo lo demás.
No así para los miserables del 'real power' no electivo de la UE. Ni para el resto de sus aliados de la Anglosfera y la OTAN. A falta de comprobar cómo se relaciona, Trump, con algunos de los varios hijos políticos directos, indirectos y bastardos [esbirros todos, de un modo u otro] del modelo de neoderecha disruptiva 'designed by Steve Banon'. El histórico y polémico 'Durán Barba' de Donald Trump.
Paradigmático puede resultar el caso para con Javier Gerardo. Sin dudas uno de los tantos adscriptos a la escuela Banon. Sito, eso sí, entre los indirectos y los bastardos. Dicho esto, y sin pretensión comparativa alguna [pues las afinidades electivas de un caso y el otro juegan demasiado en contra de Milei]; valdría recordar que Trump perjudicó a su amigo Bolsonaro de forma pública y notoria: reduciéndole sensiblemente la cuota de exportaciones de carne, en virtud del 'America First'.
En resumen, podríamos afirmar que el mundo acaba, en cierto modo, de 'salvar la mayor' [riesgo nuclear desquiciado]. Aunque dicha desescalada, con suerte habrá logrado trasladarse del ‘muy alto’ al 'medio\alto'. En primer lugar porque las dinámicas centrípetas, como todas las dinámicas, acumulan de forma compuesta subyacentes inerciales de alta incertidumbre frente a un cambio drástico de dirección.
Además de esto, es insoslayable que Trump, aun siendo claramente preferible frente al globalismo belicista y descarado del teatrillo de títeres demócrata, tampoco es el Che Guevara. Y, en este sentido, las 'incógnitas secundarias' que plantea el personaje y su política efectiva tampoco son moco de pavo. A saber:
> ¿Continuarán por otros medios las actuales tensiones geopolíticas por la hegemonía del sistema mundo [aun deslocalizadas y desescaladas a lo indirecto ú ‘proxy’]; o realmente se abrirá paso un neo G3, entre EEUU y 'China\Rusia'?
> ¿Podrán China y Rusia pasar su gran prueba de fuego y convertirse en un auténtico ‘dúo dinámico’; capaz de asegurar ‘contra todo riesgo’ su mutua 'Alianza de Cooperación Estratégica ilimitada’ [suscrita hace menos de tres años], frente a las muy previsibles intentonas trumpistas de malmeter en dicha entente [como mínimo a través de la recurrencia incesante a interpelaciones bilaterales asimétricas]?
> ¿Veremos quizás a un Trump declamativamente bravucón y hostil en contra de China [incluso redoblando hostilidades de dumping y contradumping de todo tipo, variedad y color], pero que al mismo tiempo le suelta inequívocamente la mano a Taiwán, en modo silencioso y no declarado, con el acuerdo explícito o tácito de Xi Jinping?
> ¿Podría darse, entonces, una suerte de desescalada ma non troppo? Llevando la disputa por la hegemonía hacia un mundo irreversiblemente post imperialista; en un marco de disputa y transición cuyo pliego de condiciones, casuísticas y arbitrajes, resulten de algo así como un 'Mínimo Común Aceptable'?
> Y en definitiva, ¿Podrá Trump realmente encabezar una administración que reduzca la influencia de las élites tradicionales y la industria armamentística? ¿O su retórica se verá una vez más disuelta, en medio de una maraña de presiones y pactos espurios con el sistema político y el corporativo?
La realidad no invita, ciertamente, a un alocado optimismo. Sin menoscabo a que su victoria pueda festejarse legítimamente, al menos en clave geoestratégica y siempre atendiendo al mundo en su conjunto, en términos de contradicción geopolítica principal. Estando, como estamos, inmersos en una nueva guerra mundial. Por muy híbrida, sui generis, de nuevo cuño o por turnos que por el momento pueda ser.
Sin embargo, el hecho de salvar un 'match ball [bélico geopolítico]' nos vuelve a meter en el partido. Nos salva de un riesgo potencial de Game Over. Nos resuelve por ahora la contradicción geopolítica principal. Pero nos aboca, también, a la perentoriedad de atender una variedad de campos minados de contradicciones secundarias, acechando a nuestra brevedad.
Aún faltan unos larguísimos setenta días, para que su eventual segundo gobierno realmente comience a andar. Y habrá que ver, precisamente, cuál es la situación geopolítica global a mediados de enero de 2025, entre otros variopintos flecos.
Quién sabe qué sorpresillas del Deep State [del cloacal Estado Profundo], los lobbies adversarios o Silicon Valley podrían estar aguardando. O de sus propios socios y aliados noratlánticos. O de la piromanía psicopática de Netanyahu, de las Coreas o de vaya uno a saber quién, en medio de tamañas tempestades como las del mundo actual.
Lo que sí se le debe reconocer a Trump es que, al menos en su discurso de la victoria, dio la sensación de haber comprendido el mensaje. De hecho, la noche de su aplastante triunfo [incluido el voto popular, la mayoría de votos directos, por más de cinco millones], se pudo ver al Trump más ‘hippie’ de toda su carrera política.
Tanto en sus mensajes al exterior como, también, en sus mensajes al interior. ¿Será, quizás, que su pretendida radicalidad en algunos aspectos como el de la inmigración, respondía más a estrategias de consultora y a la consolidación de los nichos disponibles? Sin embargo este discurso de paz [agradeció a cada una de las minorías, incluida la árabe; sin mencionar muros, ni fronteras, habló de la migración como algo necesario pero necesitado de orden y legalidad] resulta más que comprensible, si se atiende a los mimbres que dieron forma a su retorno.
Fundamentalmente, su vuelta arrasadora se cimentó en el histórico vuelco electoral masivo de las minorías asiática, árabe, latina y negra [históricos caladeros socioelectorales demócratas] hacia su candidatura. Este histórico giro de las minorías abreva [más allá de los triunfalistas números económicos que manejaban los demócratas] en el descontento masivo por una inflación de bolsillo desbocada; así como también por la monumental y solapada crisis habitacional que azota al país.
Por otra parte, la orfandad asistencial que padecieron los afectados del huracán Helena generó otra ola más de indignación masiva. Sobre todo por lo indignante del contraste entre este abandono a los propios, y las ingentes cantidades de dinero que se enviaban a las lejanas guerras en Ucrania e Israel. Tornándose todo esto ya no sólo desgastante sino incluso activador, para el malestar y la protesta social del activismo juvenil progresista.
Finalmente, los últimos dos pilares que destacaremos como fundamentales son, por un lado, la poderosa presencia de Elon Musk. No sólo por el trascendental 'juguetito' de Twitter; sino también por su ascendiente entre la juventud estadounidense [según cuentan sociólogos y analistas por allí]. Por el otro, el inestimable apoyo de Robert Kennedy Junior, quien incluso renunció a su candidatura y se sumó a la de Trump.
En suma, lo más outsider de Silicon Valley y lo más outsider y disruptivo 'por izquierda' de todo el panorama político federal. Ambos dos con una carga simbólica enorme. Ambos dos confirmados como ministros. Con o sin cartera en el caso de Musk. Y con la cartera de Salud en el caso del heredero altermundista de los Kennedy. De locos.