Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Ariel Sharon y nunca se animó a preguntar

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Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Ariel Sharon y nunca se animó a preguntar

16 Enero 2014

Por Ezequiel Kopel

Mientras vivía exiliado en Israel, durante la última dictadura militar argentina, Jacobo Timmerman entrevistó al entonces ministro de Defensa israelí Ariel Sharon y luego del encuentro lo calificó como “el hombre que quiere convertir Israel en la Prusia de Medio Oriente”.

Aunque murió el pasado 11 de enero, la verdad es que su persona abandonó este mundo hace ya 8 años producto de un ataque cardíaco que lo dejó en coma desde ese momento. Mientras la DAIA (Delegación de  Asociaciones Israelitas Argentinas) lo despidió llamándolo “un hombre de paz”, su legado no puede estar más alejado de increíble afirmación: la mayor herencia de su vida militar y política fue su personal rediseño del conflicto palestino-israelí a fuerza de un fiero unilateralismo y cruenta violencia. En una zona -Medio Oriente- donde encontrar un hombre de paz al estilo de Gandhi o Luther King es tan difícil como toparse con una ballena en el desierto,  Sharon no fue la excepción a esa regla, como tampoco lo fueron Yasser Arafat ni Yitzhak Rabin, pero la diferencia con estos últimos radica en que Sharon -a pesar de los obituarios y las notas de recordación- nunca cambió, jamás dio vuelta el timón y siempre fue fiel a la máxima que rigió su vida hasta el último de sus días: negar al otro  e imponer sus propios deseos a base de la fuerza .

El fallecido exprimer ministro israelí nunca creyó en una realidad “negociada” con su enemigos, ya sean palestinos, libaneses o egipcios. Fue el mejor alumno del unilateralismo israelí que aprendió en sus días de soldado. Repasemos un poco de historia, no tan reciente, que define quién fue y cómo vivió realmente Ariel Sharon. Como comandante y creador del célebre comando militar “Unidad 101”  (encargados de operar detrás de las líneas enemigas y autores de numerosos crímenes de guerra tal como lo admitieron algunos de sus propios miembros), encabezó una operación de represalia en la ciudad palestina de Qibya, en ese momento ocupada por Jordania, luego de que una mujer israelí fuera asesinada junto a sus dos hijos presuntamente por infiltradores jordanos. La orden impuesta - y escrita-  por Sharon a sus subordinados fue atacar el poblado de Qibya y producir “la mayor cantidad de muertes y daños a la propiedad”. El resultado: 69 muertos, de los cuales dos tercios eran mujeres y niños, la mayoría  sepultados al ser dinamitadas sus casas con ellos dentro. La justificación pública de Sharon fue tanto disparatada como extremadamente cruda: los soldados no se habían dado cuenta que había gente adentro de las viviendas cuando volaron por los aires. Esta no sería ni la primera ni la  última de las mentiras de un militar a quien el periodista israelí Uzi Benzimam calificó como una máquina de dar “golpes de castigo”.

Tres años después, durante la Guerra del Sinai contra Egipto, Sharon guió una brigada de paracaidistas a una innecesaria batalla en el Paso de Mitla, en territorio egipcio. A pesar de que nunca recibió autorización para el ataque de parte de sus superiores, Sharon los convenció de la necesidad de mandar una patrulla de reconocimiento a la zona. Sin embargo, no sólo no cumplió con lo prometido sino que envió un batallón entero. El resultado: 38 paracaidistas muertos en vano en un choque sin ningún tipo de relevancia estratégica.

Previo a la Guerra de los Seis Días, en 1967, mientras los líderes políticos israelíes debatían -a contramano de los deseos del alto mando militar- si era conveniente entrar en guerra con Egipto luego de que este país cerrara el paso a los barcos israelíes en el Estrecho de Tiran, a Sharon se le ocurrió que la mejor forma de materializar el conflicto era llevar a cabo un golpe de estado militar en Israel  y se lo propuso al jefe del Ejército de aquel entonces, Yitzhak Rabin. La propuesta ni siquiera fue discutida por los jefes militares y el mismísimo Sharon no fue enjuiciado ni ejecutado por traición como lo exige la ley. En cambio, poco después, ascendió al puesto de jefe del Comando Sur, a cargo de la vigilancia del  borde con Egipto. En enero de 1972, ya en pleno ejercicio de esta función, Sharon expulsó a miles de beduinos del noreste de  la recientemente conquistada península del Sinai. Su objetivo era preparar ese territorio para el establecimiento de colonias judías en el territorio nuevamente adquirido. Una comisión israelí –secreta- de investigación reprimió a  Sharon por “exceso de autoridad”. Calificación que lo definiría por el resto de su vida.

En 1973 renunció al Ejército (al no ser elegido jefe del mismo) pero regresó, momentáneamente, a fines de ese mismo año a su antiguo puesto de General cuando Egipto, con la intención de recuperar los territorios perdidos en 1967, atacó a Israel, desatándose la Guerra de Yom Kippur. Críticos y aliados coinciden de que en dicho conflicto pudo verse el genio militar de Sharon quien cruzó el Canal de Suez para rodear al tercer cuerpo del ejército egipcio por detrás y  obligar a las líneas enemigas a suplicar por un cese al fuego. Esta acción no fue diferente a las anteriores y tampoco contó con el beneplácito de sus superiores, a quienes no les quedó más opción que guardar silencio al ver lo efectivo de la medida, sumándose a las voces periodísticas de alabanza del general israelí al que se calificó por ese tiempo como “Ariel Sharon, rey de Israel”.

Ya como civil, en 1974, Sharon participó de forma activa en el establecimiento de Elon Moreh, primer asentamiento religioso del movimiento fundamentalista Gush Emunim en la Cisjordania ocupada. Las colonias judías en Palestina tienen muchos padres fundadores pero Sharon fue el primero y el más influyente, envenenando la democracia israelí y condenando al sionismo a su actual rol de colonizador irreverente. Sin lugar a dudas no hay proceso que haya causado mayor daño a la imagen de Israel ante  los ojos del mundo que el desarrollo de los asentamientos israelíes en territorio conquistado.

En 1977, cuando el partido derechista Likud de la mano de Menachem Begin ascendió al poder remplazando al Laborismo, de tendencia socialista, el autodenominado de “rey de Israel” fue nombrado ministro de Agricultura. En su flamante cargo duplicó los asentamientos israelíes en Cisjordania y en la Franja de Gaza y fue el autor del controversial plan “un millón de judíos a Judea y Samaria (nombre con el cual  los israelíes denominan Cisjordania)”. Actualmente viven en esa zona 400 mil colonos, es decir casi la mitad de su plan. También, en su calidad de ministro, votó contra  la firma del tratado de paz con Egipto en 1979, que igual se llevó adelante, terminando así con un conflicto de treinta años.

En 1981 llegaría su hora como ministro de Defensa y Sharon se propuso terminar de una vez por todas con la Organización de Liberación Palestina (OLP) y su idea de un Estado palestino. Con la excusa de llevar seguridad al norte de Israel en 1982, Sharon convenció a Begin de la necesidad de atacar al liderazgo palestino y sus bases que se encontraba alojado en el Líbano. La promesa del Ministro de Defensa fue crear una zona de seguridad de cuarenta kilómetros desde el borde norte de Israel, no entrar a Beirut, no enfrentar a las tropas sirias que ocupaban ese país y replegarse a los pocos días. La realidad fue todo lo contrario: la invasión provocó el nacimiento del movimiento chiita contra la ocupación israelí, el Hezbollah, desestabilizando el norte de Israel hasta el día de hoy. Israel invadió Beirut, se enfrentó con los sirios y continuó en el Líbano por el transcurso de 18 años.

Ese mismo año llegaría la hora fatídica para el “rey de Israel” con la masacre producida en  los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila (de 1000 a 2000 muertos). Mientras a la opinión pública de Israel se intentó inculcar que la matanza fue obra de cristianos maronitas contra musulmanes palestinos -hecho técnicamente cierto- la realidad fue mucho más compleja como lo dictaminó una comisión de investigación israelí conformada para investigar el hecho: el ejército israelí ocupó la zona de Beirut Oeste donde ocurrió la masacre (en clara violación al cese al fuego acordado con Estados Unidos), autorizó el ingreso de los “falangistas” cristianos al campo de refugiados (que buscaban vengarse del asesinato de su líder Bashir Guemayel días antes) iluminando desde el cielo su entrada y falló en su compromiso de proteger a la población civil ocupada. La Comisión concluyó que Ariel Sharon era  indirectamente responsable de  la masacre al aprobar el ingreso de las milicias cristianas y debía renunciar a su puesto, quedando incapacitado para ocupar la cartera de defensa por el resto de su vida. En un principio el ministro de Defensa descalificó a la Comisión -el único en un gabinete de 17 personas- pero luego de una masiva marcha de protesta de 400 mil israelíes no tuvo alternativa y debió dejar su puesto. A pesar de todo, continuó en el gabinete como ministro sin cartera.

En 1984 fue nombrado ministro de Industria y Comercio, posición que ocupó hasta 1990. En septiembre de 1987, Jacobo Timmerman publicó una nota en el diario español El País donde relataba un discurso que Sharon pronunció ante empresarios israelíes, que lo ovacionaron de pie. El mismo decía: “Cien mil obreros palestinos ingresan todos los días a Israel desde los territorios ocupados, a los que deben retornar al concluir sus labores. Salarios bajos, cero de protección sindical, cero de servicios sociales. La venta de productos israelíes a los territorios ocupados deja un beneficio de 500 millones de dólares anuales, reduciendo en un 20% el déficit comercial de Israel. Si algún imaginativo pequeño industrial palestino, mediante una fórmula heredada de su abuelo, fabrica chocolate en forma artesanal y vende su producción en pocas y pequeñas poblaciones israelíes, la Oficina de Control de Calidad sabe cómo clausurar la operación. Sólo el monopolio Elite (israelí) podrá vender chocolate. Si otro palestino emprendedor comienza a producir lácteos en Ramallah para vender a sus vecinos, los tres grandes conglomerados (Tnuva, Stranss y Yotvata) saben que Ariel Sharon restablecerá el orden en el mercado”.

Con la entrada de la década de los 90, Ariel Sharon cambiaría de puesto  para asumir la cartera de Vivienda y Construcción. Desde allí concentraría toda la actividad del ministerio en enviar millones de shekels (moneda israelí) a existentes y nuevos asentamientos israelíes en territorios ocupados y crearía un conglomerado de rutas para unirlos con centros urbanos de población israelíes como Tel Aviv o Jerusalem. Además, pobló las colonias con nuevos inmigrantes de la reciente desmembrada Unión Soviética –que en su mayoría ignoraban que los asentamientos son considerados ilegales por la comunidad internacional-.

El reconocido periodista israelí Akiva Eldar relató por estos días una anécdota de 1992, meses previos a que se iniciara las conversaciones de paz con los palestinos y el Likud abandonara el gobierno, en  la cual Sharon lo había invitado a recorrer determinados colonias junto a él. Apuntando con su dedo los techos de numerosas viviendas y las rutas que los conectaban, Sharon le dijo: “Usted seguro se preguntará cuál es el motivo de crear pequeños asentamientos en la punta de cada cerro y no agruparlos todos juntos en uno solo. La dispersión de los mismos tienen como intención prevenir que cualquier gobierno israelí en el futuro esté impedido de volver a los antiguos bordes y evitar la formación de un Estado palestino.

Ya fuera del gobierno, se convirtió en un encarnizado opositor a los acuerdos de paz firmados entre israelíes y palestinos en 1993, encabezando la campaña de incitación y desprestigio a Yitzhak Rabin, al punto de acusar al asesinado primer ministro de “volverse loco”.  En 1999 se convertiría en líder de la oposición y desde ese lugar realizaría una provocativa visita, un año después, al Monte del Templo o Haram Al Sharif (lugar santo tanto para judíos como musulmanes) en un momento donde el por entonces primer ministro israelí Ehud Barak trataba de revivir las conversaciones por el establecimiento de un Estado palestino con Yasser Arafat. Al ascender al Monte del Templo (donde se encuentran el Domo de la Roca y la mezquita de Al Aqsa), y escoltado por cientos de policías armados, Sharon dijo: “El Monte del Temple está en nuestras manos y seguirá en nuestras manos. Es el mayor sitio sagrado para el judaísmo y es el derecho de cualquier judío visitarlo cuando desee”. Al día siguiente, una masiva ola de protesta palestina se desencadenó  tanto en Israel como en los territorios ocupados y la Segunda Intifada comenzaba, la misma “intifada” que el mismo Sharon suprimiría violentamente, dejando miles de muertos. El portavoz de Ariel Sharon, Ra’anan Gissin  admitiría la verdad de la controversial visita  en una entrevista al Jerusalem Post diez años más tarde: “Era un momento muy sensible al fin de Ramadán. Yo le dije que la situación en Cisjordania estaba muy tensa y que se estaba planeando algo en el Monte del Templo. Sharon sabía que su visita  serviría como excusa pero él quería demostrar, de forma inequívoca, que no iba a dar el brazo a torcer con la división de Jerusalem. La visita cambió su carrera política y fue una movida decisiva para posicionarlo como un gran líder y una jugada definitiva para ser primer ministro”.  Meses más tarde, el mismo hombre al que se le había prohibido volver al ministerio de Defensa de por vida, era elegido la autoridad máxima del Estado de Israel.

En 2002, mientras los movimientos de resistencia palestinos realizaban atentados suicidas a diario dentro de Israel, Sharon ordenó destruir casi en su totalidad a la Autoridad Palestina y reocupar sus ciudades, casi destruyendo para siempre los Acuerdos de Oslo firmados en 1993 (que establecían un tipo limitado de autonomía palestina a la cual el mismo Sharon se había opuesto de forma vehemente en su momento).

En 2004 el primer ministro Ariel Sharon realizaría lo que muchos aún hoy consideran un giro radical en su política al anunciarle, mediante una carta al presidente estadounidense  George W. Bush, su “plan de desconexión”,  que consistió en abandonar la Franja de Gaza y destruir las colonias y bases militares israelíes que se encontraban allí, aunque sin abandonar el control de las fronteras aéreas y marítimas, argumentando que “no existe un socio palestino con el cual avanzar pacíficamente hacia un acuerdo.

Muchos militantes y políticos de izquierda israelíes y del mundo quisieron ver con este plan a un nuevo Sharon pero el viejo Ariel siempre fue el mismo. La  pregunta es si los que cambiaron no fueron los otros al apoyar un plan que negaba a los palestinos como interlocutores válidos para decidir su propio destino. Si a alguien le queda alguna duda de las verdaderas intenciones de Sharon cabe escuchar las palabras de su más importante asesor político, Dov Weisglass, en una entrevista al diario Haaretz: “El significado del Plan de Desconexión es congelar el proceso de paz y cuando se congela el proceso de paz, se previene el establecimiento de un Estado palestino, la discusión sobre sus fronteras, los refugiados y Jerusalem”.

Lo único cierto es que la  meta del gobierno de Sharon fue la “guerra contra el terror”. No hubo negociaciones de paz con los palestinos, pues las mismas requerían algún tipo de compromiso y eso para el “rey de Israel” significaba algo peor que una enfermedad mortal. De esta manera, rechazó de plano cualquier acercamiento hacia la paz, ya sea la Iniciativa de paz Árabe de 2002 -que le ofrecía a Israel el reconocimiento y normalización con los 22 miembros de la Liga Árabe- o el Mapa de Ruta de 2003 –que, apoyado por las Naciones Unidas, la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia, proponían la creación de un Estado palestino si se terminaba la violencia de ambas partes- .

Ariel Sharon sólo creyó en la fuerza como motor de la historia, nunca estuvo convencido en la resolución del conflicto sino en la posibilidad de contenerlo. Y hasta el último de sus días fue el unilateralista por excelencia de todo Medio Oriente como bien lo plasmó con el más caro, grande e influyente proyecto de construcción de toda la historia de Israel: el Muro de Separación, que recorre 700 kilómetros dividiendo los grandes centros de población israelíes de los territorios ocupados palestinos anexando parte de ellos.