Al final, ¿sirve la violencia en el fútbol?
Por Juan Ciucci
Llegué tarde a la cancha ese primero de noviembre y para colmo tenía que pagar la cuota. Entre una cosa y otra (los controles policiales para partidos donde sólo puede acceder el público local siguen siendo demenciales), entro a los 12 minutos, cuando le cobran penal a Huracán y está por patear el Pity Martínez. Listo, partido liquidado, pienso.
Pero no, el Pity la tira a las nubes, y a los 7 minutos del segundo tiempo perdíamos 3 a 0. Obviamente, estalló el polvorín, con la sensación compartida por todo el estadio de que nos quedábamos un año más en la B, esta vez con el agravante de que ascendían 10 equipos.
Algunos se subieron al alambrado, se rompió algún alambrado, los bomberos tiraron agua, muchas puteadas para todos lados, una puerta se abre en la platea y se amaga a ingresar al campo de juego; por lo que el árbitro suspende el partido a los 24 minutos del segundo tiempo. Nada demasiado grave, más bien fue una tarde muy triste, de mucha desazón ante lo que parecía inevitable.
Pero un mes después, Huracán no sólo ascendía a Primera sino que lo hacía como Campeón de la Copa Argentina, logrando un título luego de muchísimos (demasiados) años.
Esa tarde contra Sportivo Belgrano la sensación de impotencia y bronca habilitaba casi cualquier expresión. En lo personal, creo que romper las instalaciones del club nunca tiene fundamento. El resultado, además, fue que debiera jugar a puertas cerradas varios partidos, por lo que recién pudimos volver a ver al Globo en la última fecha. Pero la reacción del equipo fue tan clara, que la necesidad de ese arranque violento de la hinchada pareció negar mis creencias. Igualmente, deberían entran otros factores en el análisis, como el cambio del técnico, por ejemplo.
Pero días atrás, en una nota con Olé, Patricio Toranzo daba su versión del “click” que los hizo cambiar tanto en tan corto tiempo. “¿Cuándo pensás que tocaron fondo?”, le consulta el periodista. “Con Sportivo Belgrano”, afirma el Pato. “Vimos la cara de decepción de la gente, el dolor. Ellos sentían que no estábamos respondiendo. No estoy de acuerdo con la violencia ni mucho menos, pero inconscientemente eso nos hizo un click. Nos hicimos más fuertes. Entendimos que teníamos que superarlo adentro de la cancha. Los jugadores con experiencia tratamos de sacarlo. Al final lo hicimos y disfrutamos con la gente, que hace rato que se lo merecía”.
Era una especie de secreto a voces, y la honestidad de Toranzo lo saca a la luz. La sensación fue compartida por todos, como cuando hace falta que un jugador referente pegue un par de puteadas para hacer reaccionar al equipo dentro de la cancha. La hinchada, a veces, también cumple ese papel. Así fue en este caso, algo que permitió además cerrar el 2014 como uno de los mejores de la historia del club. Paradojas de la violencia en el fútbol, o ciertas necesidades que la pasión futbolera impone. Esto no implica reivindicar la “violencia en el fútbol”, como una cuestión abstracta. Más bien intenta ser una reflexión sobre ciertos ataques de ira colectivos, que aunque parecen traer el desconcierto, permiten encontrar la salida.