Amargo debut de Argentina: un cúmulo de discrepancias
Por Branco Troiano
Todo sigue igual. La prometida “revolución futbolística” de Jorge Sampaoli empieza y termina en los tatuajes que le cubren los brazos. Nada cambió, el primer equipo argentino volvió a ser un amontonamiento de figuras incongruentes.
Los que saben, esos que saben mucho, dicen que el fútbol está hecho de sociedades. Y así, con ese aforismo, podríamos sentenciar el análisis de lo que nos dejó este primer encuentro. La Selección se mostró como un equipo sin roles definidos, lento y tímido.
De sociedades nace el juego, se gesta, y la albiceleste sufrió cortocircuitos en todas y cada una de las suyas. En defensa, el problema fue claro. Cuando Nicolás Otamendi achicaba, Marcos Rojo se plantaba, y viceversa. De esa manera, y sumando la falta de oficio de un Eduardo Salvio que tampoco pesó en ofensiva, el equipo rival logró llegar con facilidad en las pocas ocasiones en las que se lo propuso. Cada arrebato islandés dejaba en evidencia a una línea de cuatro que pareció nunca entrar en partido. Línea de cuatro que sufrió dos llegadas claras, y que en ambas no fue capaz de cubrir la zona de Wilfredo Caballero.
Los detalles, esos que brotan repentinamente para cambiar la ecuación, quedaron librados a la cabeza de Otamendi. Es que el central del Manchester City ganó todo lo que llegó por arriba y, de esa forma, resguardó las desatenciones de su par en la zaga, jugador que no percibía las diagonales de Gudmundsson, extremo rival.
Como se destacó anteriormente, la apuesta de Salvio en cancha no dio los frutos esperados. En un partido en el que el elenco contrario se replegó de esa forma, la posible sorpresa del lateral no fue más que un estorbo para los compañeros, una quita de espacios.
Por su parte, el mediocampo no brindó solución alguna. Con excepción de Javier Mascherano, quien entendió a la perfección a qué distancia había que estar en cada ataque de su equipo, para así llevar a cabo una prevención defensiva espléndida, los demás volantes no lograron romper líneas ni distraer.
Y Lionel Messi lo padeció. Lucas Biglia, que rápidamente dio cuenta que sobraba en defensa, intentó hacer un primer pivoteo y perdió más de lo que ganó. Sumado a eso, erró algunos pases que se veían sencillos. A Maximiliano Mezza le pesó. Alternó buenas y malas, pero por momentos se lo vio tomar malas decisiones, algo común en Ángel Di María, por ejemplo, con diferencia de que éste último suele salir bien parado por destreza física y técnica. No fue el caso del joven habilidoso que supo descollar en Independiente. Y Ángel Di María, el ejemplo más claro del famoso “juega bien a la pelota pero no al fútbol”. El Fideo volvió a demostrar que todo el potencial que tiene en sus piernas, lo contrapone con su cabeza. Encaró cuando no había que hacerlo, tiró malos centros y corrió al revés. En fin, nada fuera de lo común.
Las críticas, igualmente, no pueden esquivar al mejor del mundo. El diez argentino tuvo una participación intermitente y poco lúcida. Hoy, esas caminatas que tanto irritan a muchos y que tantos frutos le dan una vez que se hace de la pelota, no surgieron efecto. Rodeado siempre de dos o más islandeses, no encontró el resquicio para el remate ni para alguna de sus típicas pinceladas. Buscó constantemente a Nicolás Tagliafico, quizá esperando encontrar al gran Jordi Alba, pero el lateral del Ajax no pudo terminar con precisión ninguna de sus escaladas.
Por último, Sergio Agüero. Él pudo, hoy sí. Para alegría de todos, el Kun mostró parte de su repertorio: aguantó para darle respiro a sus compañeros, convirtió con una definición brillante y se movió con inteligencia. En el comienzo salía de su zona de confort para ser parte de un circuito que, ya deficiente, lo expulsaba. Afuera del área sobraba. Instantáneamente dio cuenta de ello y se apostó entre los centrales. Allí fue importante, y allí marcó el gol.
En medio de este panorama gris, desalentador, un Kun Agüero de estas dimensiones puede transformarse en un valor fundamental.
Fue un equipo lento. La movilidad y explosión que se le pide a los extremos nunca llegó, Salvio y Tagliafico no pudieron sorprender y los intentos de Messi contra uno, dos, tres islandeses fueron neutralizados. Todo muy predecible. La abismal diferencia en los pases de uno y otro equipo tuvo real efecto sólo en las pocas situaciones en las que Éver Banega (ingresado desde el banco) consiguió filtrar pases para encontrar a un Messi escurrido entre la línea de volantes rivales.
Fue un equipo tímido. En jugadas puntuales, como una que lo tuvo a Marcos Rojo como protagonista, el conjunto argentino pudo haber pateado al arco desde afuera del área y no lo hizo. Y esa indecisión terminaba en pases inofensivos.
En fin, Argentina no fue capaz de fusionar estilos, sino que los apiló. Y fue en esa incapacidad en que radicaron todos sus problemas.
Quedan dos partidos. Así, con este cúmulo de discrepancias, no quedará otra que armar las valijas mucho antes de lo previsto.