Apuntes de Academia: la dulce espera
Por Diego Kenis
Racing le ganó en la noche del sábado a un rival sumamente complicado y a la mitología de lo que pudo ser y no fue que lo vino persiguiendo en la mayor parte de sus últimas cuatro décadas. Le ganó a Quilmes, como visitante, y se dispuso a esperar dos estaciones de River: la del partido pendiente de los millonarios, finalmente igualado frente a Olimpo, y la que tiene a su Cilindro de Avellaneda como confluencia de épocas: Gerardo Bedoya y Nelson Cuevas volverán a correr tras la pelota del gol en un partido definitorio que remonta a la más reciente etapa feliz académica.
Diego Milito, el único superviviente de aquellos partidos que estará en cancha el domingo, ya había anticipado que, para habilitar el sueño, las credenciales deberían primero ser revalidadas ante Quilmes. Justamente, el rival más temido. Porque venía de capa caída, y el Destino ha sabido jugarle a Racing las malas cartas en la mano menos pensada.
El olfato de multicampeón del Príncipe no falló. Fue un partido de paradojas: el marcador, cerrado en cero, permaneció abierto durante todo su desarrollo y, sin que la pelota traspasara la línea más que una vez y sobre el cierre, ambos lo ganaron en algún momento. En el final del primer tiempo, Sebastián Saja atajó un penal ejecutado por su tocayo Martínez. Habría sido difícil superar ese eventual 0- 1 para un Racing que había exhibido voluntad pero poco oxígeno en la creación. Cuando el cronómetro se aprestaba a marcar el último cuarto de hora, la expulsión de Jonhatan Cabral –que se perderá el choque con River- reflotó la adrenalina. Pero pocos minutos más tarde llegó el zapatazo de Gustavo Bou para premiar un segundo tiempo donde Racing disolvió cerrojos propios y ajenos en terreno rival y creó varias situaciones nítidas.
Cuestión de identidad/es
Un punto interesante de este Racing de Diego Cocca es que logra una fisonomía de equipo flexible, que no sólo se basa en las identidades individuales sino que no las disuelve en sí. El conjunto se conforma a partir de la multiplicidad de elementos diversos que le ofrecen sus integrantes.
A las cualidades de Gastón Díaz como sorprendente lateral asistidor, expuestas desde el comienzo del certamen, se vienen sumando la mirada horizontal que a un juego vertical aportan Ricardo Centurión y Marcos Acuña, con necesidad de levantar la cabeza cada vez que sus perfiles cambiados reciben la pelota, y la distribución que desde su zurda regala Luciano Aued, con la cancha de frente, la mirada arriba y un tiempo más elástico para la decisión en el círculo central. También las buenas entregas de Luciano Lollo, con buena panorámica para el pase largo y bien dirigido en la salida.
Esos aportes personalísimos, muchos no tan comunes en el fútbol corriente, se suman a la solvencia de Saja y Cabral, un Ezequiel Videla que quita muchas y pierde ninguna, un Milito que conduce desde proa y sin egoísmos. Y Bou, otra vez Bou y su entrega, Bou y su racha.
Respetar la individualidad es un buen negocio. Racing cambia de piezas y logra diferentes versiones de un mismo rostro. Frente a Quilmes, la movilidad de Gabriel Hauche reemplazó la sabiduría de Milito y el ingreso de Iván Pillud privó al equipo de la zurda de Acuña, pero liberó a Centurión. Con menos responsabilidades de marca, sus diagonales comenzaron a jaquear a la defensa quilmeña. En una, sólo con la inteligencia del movimiento logró quedar mano a mano con el arquero Walter Benítez, que en su excelente tardenoche le salió al encuentro y lo obligó a rematar con la pelota en pique y sin la suficiente dirección. Potente, pero al medio. Minutos después, desde una mayor distancia y otra vez en vertiginosa diagonal, trataría de remediarlo buscando el esquinero. Pero otra vez surgió Benítez para ahogar el grito. Su soberbia actuación sólo sería vencida en el cruce con la eléctrica racha de Bou.
Una cuestión de costumbre
Entre muchos otros factores fundamentales que lo crean, como el mérito de su autor o del equipo que lo abastece, el gol es una cuestión de costumbre.
Excepto un golpe de suerte en sentido contrario, no hay quien abra un arco cerrado y no hay quien cierre el camino al goleador en eléctrico envión. Un arquero puede tener una tarde excepcional, cuando la última pelota del partido se le cuela fatalmente en el ángulo. Y el gol parece un injerto visual de otro partido, de otro campeonato, de otro planeta.
A veces, ese fenómeno dura toda la vida del goleador. Otras, un torneo. En ocasiones -no pocas, ejemplos sobran- se agota tras un partido. Merecemos, al menos, un partido memorable. Si todos tuviéramos la reserva de un recuerdo así, posiblemente el mundo sería un lugar más generoso.
El fútbol es de los pocos terrenos donde, por intenso, se aprecia con nitidez ese fenómeno de la racha, que -no niego- cae en el determinismo. Parcialmente, podrán explicarlo desde los preparadores físicos hasta Lacan o Schopenhauer. Simplemente ocurre.
Elogio del correr inteligente
Algún día, la historia del fútbol hará justicia con varios de sus exponentes más fieles. Que no fueron figuras destacadas, pero domingo a domingo entregaron lo mejor de sí en beneficio de un conjunto sobre el que no se destacaban particularmente con un aura especial. Sebastián Romero,
Chirola, es uno de ellos.
Chirola fue, junto a Nicolás Cabrera y un Brian Sarmiento que promete y ya empieza a cumplir, uno de los tres ex Racing que se alinearon en Quilmes el sábado. Su paso por la Academia se remonta a una década atrás, en los buenos equipos que armaron Ubaldo Fillol, Ángel Cappa y, en particular, Osvaldo Ardiles. Un primer dato es que Romero casi siempre comenzó relegado del grupo titular, y en cada certamen acabó siendo parte de los once.
No posee la elegancia de otros de su puesto, pero ese es un factor que sólo juega cuando suma al colectivo. Y Chirola, desde un despliegue esforzado e inteligente, sumó y suma. Aunque su cabeza parece siempre gacha y su andar aparente desprolijo, tiene por costumbre entregar la pelota a un compañero. Sin moño, pero ahí. La esconde, la cuida escondida. Arriesga en la apuesta hacia adelante.
Esta página no es ni mínimo parámetro para una historia general, pero sí puede permitirse la justicia.