Chau Bianchi: El rol de los relatores

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Chau Bianchi: El rol de los relatores

29 Agosto 2014

Por Diego Kenis

“Pone un ladrillo el albañil Fulano, arrancó mal, ¿eh?, hay clima de que la pared se cae de un momento a otro, sobrevuela la derrota inminente. Impresentable la clase del profesor Mengano, es para reírsele en la cara mientras se le lleva la renuncia al escritorio. Al periodista Mongo le quedó mal conjugada la oración, evidencia amplísima falta de criterio, nula capacidad, mediocridad mental”.

¿Imagina esas palabras referidas a su trabajo, si a alguien se le ocurriera relatarlo? Complicado sería asimilarlas. Frases como esas me sorprendieron el miércoles por la noche, en una radio que supo ser la principal seguidora de la campaña de Boca. Se jugaba el que andando las horas sabríamos último partido como entrenador xeneize del otrora multielogiado Carlos Bianchi.

En el anonimato, barriendo la escalera, levantando una pared, asentando estados contables en una oficina, todos convivimos con el error. Competimos contra nosotros mismos y, a veces, contra los demás. A veces: muchas más de las que buscamos o encontramos complementos posibles. Difícil sería que ocurriera lo contrario, siendo el mundo como el mundo es. En el fútbol, la competencia lo constituye.

Gran parte de la agresividad de esas expresiones radiales radica en que se quedan en las superficies, son impiadosas sin arriesgar nada en el juicio ni considerar al error como riesgo universal que no merece la pena capital. He reformado a última hora párrafos que, tras la reescritura, han quedado mal.

Con un “en” de menos o un “que” de más. U oraciones saltarinas que terminan desbordando el singular hacia el plural sin previo aviso. Y me he dado cuenta tarde, cuando ya la pelota estaba dentro del arco. Casi no hay vez que no me pase, probablemente este mismo texto incluya alguno de esos tachones y enmiendas mal disimulados. Hay que aprender a convivir con los errores, aunque una extraña severidad haga  que no pueda olvidármelos nunca. Pero distinto es que se establezca a partir del error una evaluación general, que desdeñe considerar el contenido de lo dicho y anticipe una incapacidad futura para mejorar, el determinismo de un fracaso estrepitoso. De la comparación de lo personal con el relato comentado se adivinan las sensaciones que lo que domingo a domingo escuchamos en algunos segmentos del dial pueden generar. Desde la bronca a la angustia, seguramente.

En el fútbol, el léxico fatalista se comprende en el hincha. Porque late con el partido, sueña felicidades y arrastra frustraciones. Pero, legitimado por un micrófono que narra lo que pasa en la cancha, ese discurso genera histeria en el circuito y, hacia abajo, violencia. Sobre todo tomando en cuenta lo disímil de los presupuestos de hincha y jugador o entrenador. Se gestan en los parlantes rebeliones inútiles para hechos que no las requieren, como cambiar un entrenador. Histeria mediante, todo volverá a comenzar, ante esos micrófonos, con el primer gol en contra del próximo entrenador. No se trata de quitarle épica a un fútbol que la tiene por naturaleza, sino de no caer en la agresividad barroca y gratuita desde un lugar de responsabilidad pública, como la del relator o el comentarista. No siempre la renovación es necesaria ni se justifica por sí misma, aunque enunciarla como fin último resulte publicitariamente rentable. Lo sabemos en la Argentina, que ya tiene un Frente Renovador. Y una Corriente Renovadora dentro del Frente Renovador. Ninguno ha explicado demasiado qué renovaría ni por qué.

En esta transmisión que comentaba, escuché todas las expresiones que abren esta nota y quizá puedan servir para escribir una tragedia en tres actos pero no para difundir información, más aún cuando la radio hace ojos de las palabras. Salvo que ambos equipos jugaban con un arquero, no se pudo saber otra cosa del partido. Nunca se les ocurrió dar una descripción un poquito más elaborada del juego que la de “es impresentable”, apertura para el largo poema trágico que venía después. Y la duda flotando acerca de si los jugadores corren todo lo que pueden, si juegan todo lo que saben, si sienten todo lo que cobran. Se ejercen ante un micrófono, irresponsablemente, poderes de denuncia y vehementes rebeliones que mejor cuadrarían en otras ocasiones.