El penal de Sarmiento: ¿vale picarla en el fútbol?
Por Martín Massad
Algunas veces el arquero queda desairado mirando como la pelota lenta lo mira mientras se le mete en el arco casi pidiendo permiso antes de convertirse en gol. Otras tantas, sin entrar en estadísticas, el pateador pierde la ilusión de convertir lo que hubiera sido una hazaña con picardía incluida. Lo que pasó antes del penal ya no tendrá ni un poco de asidero. Ahora todo se centrará en saber cuál fue el destino o mejor dicho el final de esa proeza que el ejecutante en cuestión intentó desde los once pasos.
La gloria o devoto, la ovación o el insulto, el amor o la furia, una sinfonía disonante de sentimientos encontrados como casi siempre que en un partido de fútbol hay un penal con final triste o feliz depende de quien lo mire. Pero cuando el jugador se toma la licencia de picar la pelota desde el punto penal, la cuestión toma otros ribetes. Si la pelota va adentro todo será de fiesta para el héroe de la jornada. En la tribuna los de siempre van a comentar la hazaña con sonrisas cómplices y al instante van a declarar que hubiera pasado si la pelota iba afuera o era del arquero. ¿Y si sucede una de estas dos posibilidades? Bueno ahí la cuestión cambia, lo que hubiera sido mágico ahora es mundano, insulso, agraviante. Insultos al aire y en silencio pondrán la duda agónica de lo que hubiera pasado, que no paso.
La historia de nuestro fútbol data de muchas ocasiones por el estilo. Desde Messi hasta el loco Abreu pasando por los internacionales, Ibraimovich y Andrea Pirlo. Nuestros conocidos Juan Román Riquelme y Roberto Trotta también causaron estragos picando el balón en situaciones culmines. Ante la pregunta de ¿picarla o no? Ellos dieron el si y salieron airosos pero otros fallaron en el intento.
El último sábado Brian Sarmiento, el mediocampista ofensivo del Club Atlético Banfield sufrió la tentación de ser más osado de lo que demandaba el partido que su equipo le ganaba con marcador ajustado a Tigre. A los 20 minutos de segundo tiempo el Taladro, que ganaba 1 a 0, contó con la oportunidad de aumentar el marcador y así afianzar el resultado. Tremendo penal por mano en el área de tigre. Y ahí fue el desinhibido Brian, el que baila y se divierte en las redes sociales. El que se agarró con Centurión, el pibe de Boca, por esas cosas del fútbol.
Fue Sarmiento con su desfachatez, con su estilo tan particular, con la confianza necesaria y la locura subjetiva para atreverse a picarla y lo hizo. Quiso convertirse en héroe del club del sur. Intentó quedarse con la vacante que dejó Erviti. Tomó poca carrera, amagó y con el arquero en el piso, no dudó, lo hizo, no se lo cuestionó.
La pelota, caprichosa para los deseos del ex Racing y Quilmes, pegó en el travesaño y de rebote le quedó en la cabeza. Y Sarmiento cometió el segundo pecado de la noche. El primero fue de atrevido, el segundo de ingenuo, de atolondrado o de no saber. Entonces para subsanar su error, cabeceó el cuero que fue adentro del arco. Al instante Brian se dio cuenta que todo había sido en vano. Nunca debió haber tocado por segunda vez esa pelota.
Banfield ganó el duelo en Victoria y se llevó los tres puntos de visitante. Atrás quedó el malogrado penal y la injusticia que no dejó a la calidad de ejecución lugar para el disfrute. El fastidio de propios (Falcioni y Matheu) y ajenos (Javi García) dejará al pecado de insolencia en una mera anécdota de una cuestión que merece coraje: ¿picarla o no?