El tricampeón del fútbol suizo, símbolo del antirracismo y la multiculturalidad
Por Sergio Ferrari, desde Berna, Suiza
Con la victoria de 3 a 1 la noche del lunes 3 contra el segundo en la tabla, el Young Boys de Berna coronó su tercer título consecutivo en la Superliga nacional. La diversidad de pieles y de culturas en el plantel sigue siendo una marca distintiva. La lucha activa del club y su hinchada contra el racismo no es nueva ni de moda, se remonta a cinco lustros atrás.
Concluyó así el campeonato más complejo y extendido en la historia del fútbol suizo debido al COVID-19, luego de la pausa obligada de cuatro meses entre el 23 de febrero y el 19 de junio.
Para el festejo, la camiseta especial de este décimo cuarto título en sus 122 años de historia, sintetiza una temporada atípica, propia de crisis, pandemia e incertidumbre. Incorpora el diseño de un pequeño fantasma en la manga. Los ganadores se autodenominan “campeones fantasmas” (“Geister-Meister”), en referencia a los doce partidos jugados en las últimas seis semanas, al inicio absolutamente sin público y, en las últimas jornadas, con un máximo de mil espectadores.
Es que el gran estadio capitalino de Wankdorf tuvo en el último mes y medio mucho de antro fantasmagórico. Con capacidad para 31 mil espectadores cómodamente instalados, albergó en julio y agosto apenas un puñadito de hinchas por partido elegidos por sorteo, un número reducido de periodistas debidamente acreditados, así como jugadores y cuerpos técnicos de los dos contrincantes. Todos, sin excepción, obligados a rellenar un formulario de declaración jurada entregado en el acceso.
La enorme masa de cemento, una de las sedes de los europeos del 2008, se convertía así, a causa de la pandemia, en un ínfimo espacio de sabor pueblerino, solo amplificado por las transmisiones en directo para la televisión.
Plantel multicultural
Con 32 goles en la temporada, Jean-Pierre Nsame, atacante central de Young Boys (YB), logró el récord de mejor goleador de la liga de todos los tiempos. El camerunés de 27 años y con un futuro casi certero en una de las grandes ligas europeas, es la expresión misma de la multiculturalidad del plantel campeón en su conjunto.
De los 18 jugadores inscriptos en la hoja oficial del match del primer lunes de agosto contra St. Gallen -subcampeón, con ocho puntos menos que YB-, ocho son de tez negra o cobriza, africanos, o con doble nacionalidad.
YB contó en esta temporada con una decena de los jugadores de su plantel base de origen extranjero y de piel oscura. Entre ellos el francés -originario de La Reunión- Guillame Hoarau, estrella internacional, cantante popular y antiguo jugador del Paris Saint Germain; el atacante congoleño Elias Meschack; el defensor guineano Mohamed Ali Camara; Nicolas Moumi Ngamaleu, habilidoso mediocampista de Camerún; y el marfileño Roger Assalé, potente atacante prestado en los últimos meses al Leganés español, club que acaba de descender a segunda división.
También de piel oscura pero con doble nacionalidad, integran el equipo campeón el defensor Ulises García (Suiza-Cabo Verde) así como su compañero en la zaga Jordan Lotomba (Suiza- República Democrática del Congo), que acaba de ser transferido a Francia. Así como el defensor derecho Saidy Janko (Suiza-Gambia) y el mediocampista Marvin Spielman (Suiza- RD Congo). Y, con pasaporte exclusivamente europeo, aunque de piel oscura, el luxemburgués Christopher Martins Pereira y el talentoso atacante Felix Mambimbi, de apenas 19 años, suizo de origen africano.
Otros cuatro jugadores del primer equipo son europeos: Jordan Lefort (francés); Frederik Sörensen (danés); Gian Luca Gaudino (alemán-italiano) y Miralem Sulejmani (serbio).
Por su parte el entrenador Gerardo Seoane, que conquista con éste su segundo título profesional, es suizo de doble nacionalidad y segunda generación –“segundo”, como se los denomina en la nación helvética-, de origen español y pasaportes suizo-ibérico.
La diversidad, cuna de antirracismo
En este concierto de nombres y apellidos diversos, orígenes tan exóticos como lejanos, pasaportes tan variados como múltiples, los jugadores del plantel de YB que cuentan solo con la nacionalidad suiza, constituyen una minoría.
No sorprende que Young Boys, con actores deportivos tan diversos de más de doce nacionalidades, refleje, en lo deportivo, un país de fuerte presencia extranjera que cuenta actualmente con 30% de población inmigrante.
Y explica, en cierta forma, el discurso antirracista que desde años pregona y promueve tanto el mismo club como asociaciones de la hinchada específicamente organizadas para combatir ese flagelo social. La agrupación Gemeinsam gegen Rassismus (Juntos contra el racismo) de la hinchada de YB, impulsa desde 1996 un trabajo de sensibilización activa sobre el tema.
A inicios de junio, como parte de las amplias movilizaciones internacionales contra el racismo luego del asesinato de George Floyd en Estados Unidos, los jugadores de YB manifestaron su solidaridad arrodillándose en su cancha antes de comenzar uno de los entrenamientos. La foto fue ampliamente difundida por diversos medios sociales.
Steve von Bergen, capitán de YB hasta su retiro el año pasado, apadrinó en marzo 2019 la “Semana contra el racismo” en el Cantón de Neuchâtel. En la que participaron activamente, entre otras personalidades deportivas, Guillaume Hoarau, atacante vedette de YB.
Alegría popular en pandemia
Si bien la hinchada de Young Boys comenzó a festejar en la capital suiza el viernes 31 de julio, luego de la victoria precedente contra Sion (y una vez el campeonato asegurado), la siempre vigente crisis sanitaria no autoriza la “explosión” desmesurada de júbilo. Como sucedió en 2018 -después que YB ganara el primer título después de 32 años de sequía- y en 2019, con su segunda corona reciente. En ambas oportunidades se había movilizado toda una ciudad y un cantón en fiestas populares multitudinarias y prolongadas.
Los nuevos festejos en esta etapa especial son más limitados, menos masivos, con los jugadores con barbijos y distantes de los hinchas, y con redes sociales desbordantes de celebraciones virtuales.
Así como la pandemia impone una nueva forma de comunicación interpersonal, exige distancia, no admite abrazos ni efusividad corporal, también modela una nueva fórmula de festejos que siguen siendo populares, pero de “baja intensidad”.
La euforia contenida, la participación popular mediatizada, no hacen más que acrecentar las grandes preguntas que en el mundo entero se formulan los actores deportivos -igual que el sector cultural- sobre su viabilidad futura.
COVID 19 vs. deporte
El reciente estudio oficial Deporte y Economía afirma que este sector generaba en Suiza en 2017 una facturación total de cerca de 22 mil 200 millones de francos (casi equivalente al dólar estadounidense), representando el 1,7% del Producto Interno Bruto (PIB) helvético. Generaba casi 98 mil puestos de trabajo, es decir el 2,4% del mercado laboral. Lo que implica un impacto mayor que las ramas de producción de máquinas o de productos metálicos y con un valor agregado más de dos veces superior al del sector agrícola.
En ese marco, el fútbol ocupa un lugar importante. Y si bien la Superliga suiza, con solo diez equipos y un valor total de jugadores estimado por Transfermarkt en 260 millones de euros, se encuentra entre las menores de Europa, el conjunto de la actividad futbolística helvética -incluyendo las ligas no profesionales y regionales- es referencia en el deporte nacional. En un país con solo 8,5 millones de habitantes, existen 1.400 clubes y 268 mil jugadores, con un 8% de mujeres. Las sedes principales tanto de la FIFA como de la UEFA se encuentran en este país, en las ciudades de Zúrich y Nyon, respectivamente.
Los estadios vacíos, resultado de las limitaciones oficiales impuestas por la pandemia, amenazan seriamente el futuro del balompié nacional. Y si bien los clubes recibirán una buena parte de los derechos de televisión negociados para 2020-2021, que representan unos 35 millones de francos anuales para las dos ligas profesionales, el aporte dominical de los espectadores -que superan los 25 mil en el caso del campeón Young Boys como local- constituye un ingreso esencial.
La participación del campeón en una ronda clasificatoria de la próxima Liga de Campeones y del subcampeón, del tercero y del cuarto en rondas similares de la Copa de Europa puede aportarles una bocanada de oxígeno a estos equipos helvéticos. Sin embargo, los gastos son altos, las entradas insuficientes y, salvo excepciones como el mismo Young Boys, muchos de los clubes atraviesan fases de cifras rojas. Lo que los lleva a apostar a la “venta milagrosa” de alguno de los mejores jugadores de sus planteles a ligas de mayor categoría con la esperanza de equilibrar las cuentas.
El fútbol, como todas las actividades humanas, no escapa a las garras de la nueva situación planetaria que explotó, imprevistamente, a fines del 2019. Falta reinventar la sobrevivencia de los estadios y nuevas formas de presencia y festejo popular. Por el momento, ni aun los campeones han logrado realmente meterle el gol de la victoria al coronavirus.