La gente está loca
Por Ulises Castaño
Desde la ventana abierta de mi habitación -un primer piso- aprovechando la cálida e inesperada mañana de casi invierno, llegan los ruidos de la ciudad. Esto es el imperio del coche: frenadas, bocinazos, alarmas, toda la gama del infierno sonoro automotriz sucediendo a su bola con total impunidad. Insoportable. Cada tanto algún ladrido, unos trinos, pero cada vez más cohibidos. Y de humano, apenas una voces difíciles de ubicar, frases entrecortadas en el mejor de los casos, rumor más que nada, rumor mezclándose con el ruido y sucumbiendo a sus dictados.
En los momentos en que el ruido afloja -básicamente hasta que el semáforo da onda verde a las nuevas manadas-, lo que más suelo escuchar son las conversaciones en la verdulería de abajo, aunque de estas conversaciones, salvo que uno esté especialmente atento a ellas, es más lo que intuye que otra cosa, las completa digamos, las inserta siempre en el universo de las frutas y verduras primero, del comercio después, tal vez alguna ráfaga con cartel en forma de pizarrón pintado con tiza mojada para que agarre mejor y dure, y no mucho más. Pocas veces un diálogo claro, audible en sus detalles, en sus minuciocidades, en sus matices; sea religioso: es el once; político: es argentina, es Buenos Aires; futbolistico, es lo que somos, sobre todo ahora, durante un mundial.
Por esto debe ser que me llamó tanto la atención lo que escuché esta mañana. Un silbido, nada estridente por cierto, pero si lo suficientemente familiar como para distinguirlo. No es la intención hacer una trasposición literaria, metafórica de un hecho tan trivial, así que lo diré pronto: “Brasil decime que se siente...”pero silbado. Entonces lo supe: la gente está loca. Total y definitivamente loca.