La primavera bilardista
Por Enrique de la Calle
El hombre, a los 73 años, vuelve a disputar la final de la Copa del Mundo. La tercera en 30 años. Esta vez, lo hará de otra manera, como “Coordinador de las Selecciones Nacionales”. Reconocido profesionalmente y querido por los hinchas, Carlos Salvador Bilardo es hoy un “león herbívoro”, sin las pasiones de antaño. Sólo le falta el abrazo con César Menotti (“este viejo adversario saluda a un amigo”, podrían decir).
“El tiempo me dio la razón”, afirmó en una entrevista reciente y sólo le faltó el guiño cómplice. De no habérsela dado, no se entendería ahora cómo tantos hinchas, periodistas, entrenadores y jugadores pueden celebrar “el orden defensivo” que el equipo de Alejandro Sabella privilegió para jugar el Mundial de Brasil. O que la Selección se posicione en función de cómo anular las posibilidades de su ocasional rival. Y mucho menos, esos videos que los canales reproducen una y otra vez con “análisis” de Bélgica, Holanda o Alemania. Vaya si se entendió aquello de “hay que estudiar a los rivales”.
La Selección del 90, hoy recordada con nostalgia, fue vilipendiada hasta el exceso por su juego basado en la defensa, casi como única arma. ¿Jugó tan diferente la Argentina actual los partidos definitorios? ¿Alguien cree que cambiará su esquema de cara a la poderosa Alemania? Sea porque Bilardo ganó la “batalla cultural” o porque los argentinos vivimos un tiempo de vacas flacas (lo que nos dio un baño de humildad), todo parece indicar que ahora el público nacional ha cambiado su modo de comprender nuestro deporte preferido. ¡Bienvenido sea! A tal punto, las tapas de los diarios optan por estas horas por la foto de Mascherano sobre la de Messi. El 5 sobre el 10. Todo un dato.
Posiblemente, la primavera bilardista no dure eternamente. Cambiantes, los argentinos volverán a exigir pronto un juego más ofensivo, basado en el toque corto, la gambeta y los riesgos. Ojalá que lo hagan con una nueva copa del Mundo bajo el brazo.
Caso contrario, cuando se necesiten nuevas victorias, siempre tendrán a mano a un bilardista cercano ("no es que los bilardistas seamos mejores, pasa que los otros son peores", se dirá en esa ocasión). Que diseñe en la pizarra, con obsesión, el dibujo táctico que nos devuelva la gloria perdida. Todo escrito mientras esperamos que Garay anule los movimientos de Muller y soñamos con ese centro de Lavezzi que, por única vez, encuentra la cabeza goleadora de Higuaín y pone el definitivo 1 a 0.