Messi y las Malvinas
Por Pedro Rosemblat
Ocurrió en un momento impreciso, nadie puede decir exactamente cuándo. Al finalizar la temporada, una de esas en las que todas las competiciones europeas fueron conquistadas por sus goles, Lionel Messi anunció a través de sus redes sociales que convocaba a una conferencia de prensa para dar una importante noticia vinculada a su carrera profesional.
Por esos días, un poderoso grupo accionista ruso había ofrecido 5 mil millones de euros por los servicios de nuestro mejor jugador, propuesta que recibió el rechazo indiferente de los dirigentes catalanes. El tanque financiero JP Morgan había publicado recientemente un estudio que cotizaba a Messi por encima de los 16 mil millones de euros, cifra que alcanzó luego de ganar cuatro Copas de Europa de manera consecutiva y convertir 300 goles en un año, batiéndose un récord a sí mismo.
Messi estaba en el punto más alto de su carrera y no existía periodista en el mundo capaz de anticipar lo que anunciaría la Pulga.
Todo tipo de conjeturas se esgrimieron en los diarios y programas deportivos. Todas ellas, como siempre, basadas en la pobre capacidad intuitiva de los cronistas. Por supuesto que ninguno acertó.
El salón donde fue convocada la conferencia se llenó casi seis horas antes del horario estimado. Medios de todo el planeta asistieron a cubrir el evento que superó en audiencia a la final de la Copa del Mundo.
Messi apareció, tal como estaba programado, a las 6 de la tarde. Lo hizo en compañía de su mujer Antonella, del Presidente de la FIFA Gianni Infantino y de la Reina de Inglaterra, Isabel II. El desconcierto adquiría dimensiones radicales.
Se sentaron los cuatro en una mesa larga y olvidable de paño azul marino. Messi tomó el único micrófono que había, sacó de su bolsillo un papel que desdobló cuidadosamente y con su tono característico de niño desconfiado comenzó a leer:
“Muchas cosas se dijeron sobre mí desde que empecé a jugar al fútbol. Recibí cientos de premios y gané muchísimos campeonatos, pero también fui víctima de las peores críticas. Se ha llegado a decir que yo no sentía la camiseta de la selección, que sólo me interesaba jugar en Barcelona y que mi país me daba lo mismo.
Quiero decirle al mundo que para mi no existe nada más importante que la alegría del pueblo argentino, y que si no he podido hacerlos felices a través del fútbol, intentaré hacerlo recorriendo otro camino.
Después de discutirlo mucho con mi familia y de haberlo conversado con la Reina Isabel, hemos llegado a un acuerdo que cuenta con la aprobación del Sr. Infantino.
A partir del año próximo vestiré la camiseta de Inglaterra y representaré a la selección de ese país en todas las competencias internacionales. Además, seré transferido a la Premier League, alternando durante cinco temporadas entre los equipos más importantes del torneo. Quiere decir que a partir del año próximo soy futbolísticamente inglés y no jugaré nunca más para la selección argentina.
En contraprestación, el Reino Unido de Gran Bretaña renunciará absolutamente y para siempre a todo ejercicio de soberanía sobre las Islas Malvinas, que volverán a ser 100% argentinas a partir de enero.
Espero que todos entiendan que para mí no hay nada más importante que la grandeza de nuestra hermosa nación y que si tomé esta decisión fue para concretar un gran sueño, una gran lucha del pueblo argentino.
Muchas gracias a todos. Viva la Patria.”
Los cuatro se pararon, Messi besó a su mujer y saludó a la Reina para luego retirarse del salón. Infantino lo miraba de reojo y sonreía extasiado. Otra rosca que cerraba con éxito.
Los periodistas, para no perder la costumbre, no entendían nada.
Nunca se conocerán las vicisitudes de la negociación, el origen de la idea, los manejes necesarios para comprar a los dirigentes de la FIFA ni la relación financiera real entre el pase del jugador y el valor de las Islas.
Lo cierto es que así fue como Lionel Messi, el prócer impensado, recuperó las Malvinas.
Pero la Copa todavía nos la debe, el muy hijo de puta.