Néstor Apuzzo: “Si no la peleas, no vas a conseguir nada”
Por: Ivanna Pol - ETER
Mientras habla no deja de moverse, como balanceándose de un lado a otro. Vestido con una remera roja y pantalones negros, Néstor Apuzzo, quien se describe como un tipo “de barrio al que no lo sobró nada, pero tampoco le faltó”, cuenta que tuvo su primera oportunidad de debutar en la Primera de Huracán gracias a una huelga de jugadores, cuando tenía 18 años. Pero entonces llegó la guerra. Número 7099 y a la colimba.
A pesar de no haber estado en combate, asegura que en ningún momento dejó de sentir la guerra. “No podía pensar en otra cosa. Con 18 años sentí que el fútbol y la vida se habían terminado”, confiesa mientras miraba de costado a sus entrenados. El actual entrenador de la Reserva del “Globo” fue enviado al sur del país por un posible conflicto con Chile y recuerda que los sargentos volvieron de las islas alterados: “Nadie vuelve siendo el mismo de ahí. Ni yo. Imaginate los que sí estuvieron en combate, no estaban en sus cabales. A mí me pegaron un palazo en los riñones”. Achinando sus ojos, con expresión de disgusto, aclara que no le gusta recordar aquella época de su vida. “Siempre que hablo del tema agradezco que no haya más colimba. Me imagino a alguno de mis hijos en esa situación y me pongo loco”, finaliza mientras pasa la mano por su mentón.
Tras 18 meses de servicio militar, y los ya entonces superados problemas renales, la suerte volvió a golpearlo por la espalda. A los 21 años sufrió una hepatitis que casi le cuesta la vida y, como frutilla del postre, Huracán lo dejó libre. Convaleciente y dolorido, sus allegados intentaron convencerlo para iniciar un juicio contra el club, pero él se rehusó: “Yo no le puedo hacer mal a Huracán, y en aquel momento sabía que iba a volver”, confiesa.
Tras años lejos de las canchas, parecía convencido de que sería su fin definitivo en el deporte. Manejó un taxi para solventar su situación económica hasta que el fútbol volvió a él: primero jugó en Barracas y después pasó al fútbol de salón en Huracán. “No dudé ante la posibilidad de volver a ponerme la camiseta de Huracán”, asegura. Jugó siete años y volvieron los problemas de salud, pero su carrera continuaría como entrenador de aquel equipo, con el apoyo de sus compañeros y su familia. “Jamás se me había cruzado por la cabeza ser entrenador”, admitió entre risas.
Años después pasó a dirigir las inferiores del club, y a partir de aquel momento siempre agarró la Primera en los momentos difíciles, de manera interina. El 2 de abril del 2005, en esa fecha tan amarga para él, llegó la primera posibilidad de dirigir la máxima categoría: fueron cuatro partidos de los cuales ganó tres y perdió uno; en los que hizo debutar a Daniel Osvaldo. “Fue un día muy emocionante”, recuerda mientras mira el cielo teñido de gris. Pero el club volvería a fallarle en el 2006 cuando, tras la asunción de Carlos Babington como presidente del club, Carlos Amodeo fue designado para la coordinación de inferiores. A pesar de tener contrato hasta el 2008, decidió dejar el club. No le pagaron más y por segunda vez decidió no iniciar acciones legales.
La semana siguiente de aquel 2007 recibió un llamado tan sorpresivo como increíble. “Me dijeron que era del Barcelona y corté”, recuerda. Se trataba de una filial del club catalán en el país, llamada “Barcelona Juniors Luján”. Trabajó ahí hasta el 2011, hasta que volvieron a necesitarlo en Parque Patricios como DT interino. Pero el éxito de Apuzzo llegaría para marcar historia grande en el club. Tras una seguidilla de malos resultados, a tres años del descenso, Frank Darío Kudelka dejó libre el banco de Primera y allí estuvo, como siempre, el “Gordo” Apuzzo. En noviembre de 2014 tomó el timón de aquel barco a punto de naufragar, consiguió el soñado ascenso y se coronó campeón de la Copa Argentina, tras 41 años de sequía para los quemeros. El último de sus triunfos fue en abril del 2015, tras ganar frente a River la Supercopa Argentina 2014; en agosto decidió dar un paso al costado y volver a las inferiores. “Siempre voy a volver cuando me necesiten, nunca va a ser suficiente lo que le dé a Huracán. Este club me dio todo, me salvó después de la guerra y las enfermedades. Por eso me fui, ya no le estaba haciendo bien al club”, asevera mirando al piso.
Sus hijos, Ariel y Marcos, lo describen como su héroe e ídolo en las redes sociales; lo defienden y se enojan con quienes critican su paso por la máxima división. Él se emociona: “Trato que mis hijos vean que en la vida la tenés que luchar, sino no vas a conseguir nada. Quiero que nunca dejen de ser ellos mismos”.