¿Quién diría, tanta fiesta en una primera ronda?
Por Juan Pablo Gavazza (*)
La esquizofrenia desesperada y el anarcoamiguismo messiánico habían juntado en la cancha a Agüero, el Pipa, Pavón y Lío. Entre todos, tienen 1.747 goles. Pero el gol que necesitaba Argentina lo hizo Marcos Rojo (foto). Para colmo, con la de palo. Otro capítulo de la hermosa mentira del fútbol.
A esa altura, la peor Nigeria –un equipo sin luces, sin defensa, sin arquero, sin carácter– estaba viva porque el peor Mascherano –impreciso, lento, desubicado– había regalado un penal en el momento menos oportuno.
Antes sí que pasó lo que más o menos es dinámica de lo pensado: Banega metió un pase de esos que pone desde que jugaba en Boca y Messi definió como el súper crack que es y al que no le importa si le queda para la zurda o para la derecha. Messi no jugó un gran partido, pero al menos en una dosis hizo lo que la Selección necesita que haga: goles.
El último había sido, justamente, frente a Nigeria, también en una primera fase mundialista. Lío tiene la chance de pagar las cuentas pendientes de los mundiales anteriores, cuando desapareció futbolísticamente en los momentos decisivos. Ahora, frente a Francia –que a partir de todo lo ocurrido luce como la favorita del choque– se le abre la puerta de una impensada revancha.
Banega fue el patrón del juego argentino, pero se lo nota fundido físicamente: es el jugador más pensante, el que entiende geografías, momentos y características de sus compañeros. Pero se cansa pronto y tiene que lidiar con esta versión china de Masche, que se necesita demasiado protagonista en una época en que sería mejor que tenga bajo perfil, es decir toque corto y posición conservadora (además de un agradecimiento enorme por ser titular).
También tuvo su atajada cumbre Armani, por supuesto exagerada por el periodismo que lo pidió a gritos en ese lugar. Hasta el momento en que tapó un mano a mano, había visto pasar el penal y, casi que como Caballero, le había entregado todas las pelotas a los rivales, con el invalorable mérito de que en este caso fue lejos de la propia área.
El ánimo argentino fue y vino. Esta vez tuvo un poco de suerte y algo más de entusiasmo. En el final, y después del apagón que sufrió tras el empate, Messi hasta se tiró a los pies para sacar una pelota al lateral.
Igual, la única verdad es la realidad: contagia más el relato del Pollo Vignolo que la idea de juego del equipo.
En la calle suenan bocinas y vuvuzelas, flamean banderines y hay griterío (¿quién diría, tanta fiesta en una primera ronda?). Seguro no es porque el equipo emocione. Tal vez sea porque hay que aprovechar para celebrar un poco el que ha sido el único triunfo en el Mundial. O quizá es la única excusa para una sonrisa, en esta época en que no se pueden andar festejando los despidos, la inflación, ni el Fondo Monetario.
(*) Juan Pablo Gavazza es periodista. Integra el colectivo de Radio Kermés, de Santa Rosa, La Pampa.