Río era una fiesta: postales en la final del Mundial

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Río era una fiesta: postales en la final del Mundial

17 Julio 2014

Pablo Russo Desde Río de Janeiro

Todos mezclados. Domingo 13 de julio por la tarde, 24 grados de temperatura. Decenas de miles de personas vivieron el último encuentro del campeonato mundial de fútbol desde Copacabana, ya sea dentro del colmado Fifa fun fest, con los pies en la arena al costado del mar o sobre la avenida Atlántica de la ciudad de Río de Janeiro. La mayoría de esos miles eran argentinos llegados en masa desde los días previos al partido hasta pocas horas antes. Lo secundaban en cantidad los brasileros, en menor medida hinchas alemanes presentes, y gente de todas las nacionalidades cuyos seleccionados habían sido eliminados en las instancias previas. Los bares de la zona estuvieron colmados hasta las veredas. El clima en el litoral marítimo era de celebración, con banderas, bombos y cantos de aliento de los argentinos. Desde el escenario, un conductor brasilero animaba a la multitud. Se armaron pogos y bailes al ritmo de Jijiji de Patricio Rey y sus redonditos de ricota, y el clásico de Rodrigo dedicado a Diego Maradona, que sonaron en los parlantes de toda la playa. Entre la multitud pasaban los vendedores de cervezas y caipirinhas. La confianza en el equipo de Alejandro Sabella era absoluta, la localía argentina se hizo sentir durante la previa y todo el desarrollo del juego. En el inicio, el momento de los himnos nacionales reveló la magnitud de nuestra parcialidad, al igual que el grito interminable del gol en orsai durante el primer tiempo. Las letras principalmente de los cantitos estaban dirigidos a los brasileros, que también entonaban las suyas recordando a los visitantes que ellos son los pentacampeones. El gol alemán en el segundo tiempo del complementario, a pocos minutos del final, dejó helados a los argentinos: a los que estaban dentro del campo de juego con la camiseta puesta, a los que miraban desde las tribunas del Maracaná, y a los miles que fueron a alentar al borde del océano. Río era una fiesta. Los argentinos pusieron el color y el cotillón, y los alemanes se llevaron la alegría del triunfo. Eso, claro, incomodó a unos pocos que nunca quieren terminar de entender que se trata de un juego. Volaron algunas sillas, botellas, piñas e insultos entre argentinos y alemanes, pero también entre argentinos y brasileros que festejaban la derrota de sus vecinos. La mayoría, sin embargo, decidió la retirada de la zona, con el dolor de la derrota, aunque celebrando haber llegado a esa instancia, inflando el pecho de orgullo, haciendo sonar bocinas y vuvuzelas dentro de los túneles bajo los morros de la ciudad.

CAMPAMENTOS RICOTEROS

Falta mucho para el próximo carnaval, no obstante el sambódromo fue el primer lugar en llenarse de autos, camionetas, colectivos y casas rodantes llegadas desde los rincones más remotos de la argentina, en un acantonamiento muy parecido al que se organizan en los recitales del indio Solari, con despliegue de carpas, toldos y banderas. “Estamos haciendo una campamento argentino-romaní” decían los chicos paranenses de Mundial Andando, que habían estacionado hacía varios días el colectivo en ese lugar. Estaban quienes elegían comida local en los bares cercanos, quienes improvisaban un fueguito para el asado, los que vendían fernet para pagarse el viaje, hasta un mendocino que se había llevado un metegol en su ómnibus y cobraba 1 real (5 pesos) la ficha. Entre todos ellos, deambulaban los periodistas de todos los rincones del planeta, registrando semejante acontecimiento. A los que llegaban en auto, a partir del sábado, los policías los reacomodaban escoltándolos en caravana (cual hinchada hacia un estadio) a un estacionamiento más alejado, en el Centro Municipal Luiz Gonzaga de Tradiciones Nordestinas, una gran feria de comida y baile en el que se mezclaron los concurrentes habituales con las camisetas de nuestra selección nacional. Otro campamento se armó en la Ciudad Universitaria, a donde la policía derivaba principalmente los micros de larga distancia. Más allá de estos puntos de concentración, en la zona de Copacabana y alrededores la mayoría de autos presentaban patente argentina.

Brasileros a favor y en contra. El sábado, la selección brasilera perdía el tercer puesto con una nueva goleada, esta vez frente a los holandeses. En los bares de Río se veía el partido con creciente indignación con el equipo verde amarelo. Los goles de Holanda ya no sorprendían a nadie. Los locutores en las radios no dejaban de analizar la situación, buscando explicaciones, repartiendo culpas, hablando a los gritos o todos a la vez. Evidentemente, habrá un antes y un después de este mundial en ese país. Algunos periodistas declaraban su simpatía por Alemania para la final: “cualquier cosa menos Argentina campeón”, decía uno de ellos. Los titulares de los diarios pedían la renuncia del técnico Felipao, o señalaban el tiempo faltante para jugar las próximas Olimpíadas. “Brasil de nuevo humillado”, titulaba O Globo el domingo, señalando que Argentina y Alemania definían nuevamente una copa. Pero entre el común de la gente, la parcialidad estaba dividida. Muchos brasileros alentaban por la Argentina, algunos incluso llevaban camisetas con el 10 y el nombre de Messi en la espalda. “Ustedes representan ahora a Latinoamérica”, dice Rafa, un carioca, en la larga cola para visitar el Corcovado la mañana antes del partido. Los que elegían a Alemania a pesar de la vergonzosa derrota, posiblemente se hayan cansado de tantos argentinos cantándoles en la cara durante los últimos días el famoso “decime que se siente…”. La rivalidad, en este caso, es únicamente futbolística, y los hermanos brasileros se la toman con mucho humor y hospitalidad. Desde el periodismo alentaron a Alemania, pero entre el pueblo las cosas no estaban tan definidas como las presentan los medios.

ÉXODO

En la larga ruta hacía Río de Janeiro, la ida y la vuelta representaron fielmente los estados de ánimo, antes y después del partido. Todavía en Entre Ríos, pasando Federal, unos obreros reparan la ruta. Uno de ellos advierte que el camión que pasa desde el norte viene de Brasil, se acerca para que lo vea el chofer en su cabina y alzando las dos manos le muestra siete dedos, representando los siete goles que los alemanes les hicieron pocos días atrás. Varios autos viajan con la celeste y blanca flameando en las ventanillas. Los (numerosísimos) peajes del camino son los instantes de bocinazos y cantos cuando se acumulan los viajeros argentinos. Los paradores del camino, los momentos de encuentro, esperanzas y alegrías. Muchos llevan camisetas de sus equipos de fútbol de los torneos nacionales y locales, pero hay convivencia y respeto. El agua caliente es gratis en las estaciones de servicio, y los termos hacen fila en las cocinas de los buffet para renovar las rondas de mate en cada vehículo. El regreso es más incómodo, abundan las caras de cansancio y decepción. No flamean tantas banderas en los autos ni suenan las bocinas. Los encuentros y reconocimientos son más bien con la mirada y algún gesto de aliento. Algunos trabajadores que arreglan trechos de asfalto en las autopistas saludan a los argentinos que pasan con el pulgar hacia abajo o con la seña del llanto vengando, inconscientemente, al camionero que pasaba por Entre Ríos después del 7 a 1.

Fuente: El Diario