Riquelme: el último jugador de fútbol

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Riquelme: el último jugador de fútbol

06 Octubre 2014

Por Jorge Hardmeier

No bate récords, no luce peinados modernos, no tiene novias botineras. No es un jugador de última tecnología: es lento, no tiene potencia ni velocidad. Juega, claro, a otra cosa: transforma la cancha de fútbol en una mesa de billar. Es la representación última de la visión estética del fútbol por sobre la mercadotecnia de este deporte.

No le importa, o eso se intuye, dónde se desarrolla el partido: puede ser La Bombonera, el Camp Nou o un potrero de Don Torcuato, en un picadito entre amigos. Como el fútbol, en definitiva, es un juego, él lo practica, y con gran pasión, en cualquier cancha.

No fue, jamás, un jugador absolutamente dependiente de la cuestión económica. En un fútbol, el argentino, en el cual la mayoría de los jugadores se desesperan, seis meses después del debut – y luego de comprarse el correspondiente auto de alta gama y noviar con la modelo de turno -  por ir a jugar a los Emiratos Árabes, Turquía u otros destinos similares, se negaba a ser fichado por el Barcelona. El pedido de los dirigentes de su club, con el objetivo de mejorar las finanzas, lo hicieron cambiar de parecer.

No jugó en muchos clubes: de hecho, en la Argentina, solamente en dos: en el club en el cual hizo las inferiores – su actual club y participando en el Nacional B - y en el que debutó profesionalmente y del cual es hincha confeso. Esto en un contexto en el cual, gran parte de los jugadores, dicen defender la camiseta para luego cambiar de club y de discurso o emigrar al exterior en un evidente signo de que lo que aman es el dinero. Él ama a la camiseta.

No solamente es un jugador, es un estratega. Lo que se suele decir: tiene la cancha en la cabeza. El último anterior a él, de esta raza fue, tal vez, Ricardo Bochini. Pero no sólo es un estratega dentro de la cancha. Es, también,  un estratega en lo discursivo. Sus frases, aunque aparentemente casuales, son pensadas y certeras.

No transforma el fútbol en algo dramático, aunque durante el juego su rostro parezca demostrar lo contrario. Su familia, por ejemplo, es más importante. Renunció a la selección de su país, de hecho y como ejemplo, porque las críticas a su juego afectaban a su madre.

No sostiene una convivencia armónica con el poder, en varios aspectos. Tiene altercados con los dirigentes de los clubes, meros empresarios. Se ha enfrentado a la barra brava de su club por no querer colaborar económicamente con ellos: cuando todos se llenan la boca denunciando a estos grupos, él saca a relucir sus convicciones: no hay dinero para ustedes. Por eso, cuando toda la cancha corea su nombre, este grupo trata de impedirlo. Tiene una relación conflictiva con los directores técnicos: es comprensible, él es el entrenador dentro de la cancha. Y cuando puede cumplir tal función los equipos de los cuales forma parte prosperan y altamente.

No le importa lo que Maradona opine de él.

No convirtió el penal que pudiera haber transformado en finalista de la Champions League al Villarreal – un equipo menor de España, hasta que él llego a sus filas. Haber instalado a tal club en esa instancia es, a modo de  ejemplo, como lograr que Defensa y Justicia sea semifinalista de la Copa Libertadores.

No es polifuncional, no puede jugar de otra cosa que no sea de él mismo. Es enganche.

No es un mero jugador de fútbol. Es el último: Juan Román Riquelme.