Un dilema llamado Messi
Por Ulises Castaño
Frente a Irán, Messi no solo volvió a enseñar tal vez el único camino posible para las aspiraciones del equipo de Sabella, que es confiar en la repentina iluminación de La pulga; ahora, además, se vistió de Michael Jordan para definir sobre la bocina un partido paradójico y extrañísimo.
Paradójico porque mientras la selección argentina asegura con este agónico triunfo la primera posición (y la clasificación) en el grupo F, la preocupación por la precariedad del juego en una de las zonas más accesibles también crece.
Y extrañísimo porque si bien contó con varias opciones de gol comparado con el partido frente a Bosnia, exceptuando una de Agüero, los protagonistas de estas fueron Marcos Rojo, Federico Fernández y Ezequiel Garay, todos defensores.
Si frente a Bosnia la selección Argentina había jugado dos partidos claramente diferentes, conforme al esquema defensivo elegido por Sabella para el primer tiempo, y los cambios con que afrontó el segundo, esta vez esa dicotomía la tuvo Irán.
Durante el primer periodo, Irán respetó ¿demasiado? a Argentina, dejándole el control de la pelota, y allí fue cuando esta tuvo las mejores y más claras ocasiones de gol. Ya en el segundo tiempo, cuando Irán se decidió a atacar, el equipo y sobre todo la defensa argentina la pasó feo, y lo hubiese pagado muy caro si Romero no los salva en dos/tres ocasiones claras.
Por lo demás, toda esa imprecisión que había mostrado Messi en el primer tiempo con Bosnia, frente a Irán trasmutó en intrascendencia, pero esta vez el pozo duró hasta el primer minuto adicional.
Fuera de esto, lo dicho, ¿lo previsible tal vez? ¿lo normal? Creer o reventar. La jugada de siempre, ¿obvia?, tan repetitiva como infalible, siquiera una sorpresa: la marca de fábrica de un genio.
Por la misma razón que lo hemos puteado hasta hoy, seguramente lo seguiremos haciendo: Messi pone en jaque el modelo de liderazgo futbolístico que nos constituye y la consecuente expectativa que genera. Por su parte, con los mismos argumentos que nos mantiene aún cautivos de su próxima invención, ahora nos da la clasificación a octavos: su infalibilidad.
Messi nos crea problemas nuevos, insospechados interrogantes en la hora que solo se deberían tener certezas (por pocas que fueran) pero también nos moviliza esas pasiones de novela que nos fundan.
Si hacemos cuentas, la ecuación del juego no nos da. La del resultado, en cambio, es perfecta. A todo esto, si el fútbol no es cuestión de merecimientos y el mundial es el pináculo del fútbol, huelga decir el final que ¿todos por igual? esperamos para esta historia.