APU en Curitiba: la TV no te lo va a mostrar
Por Santiago Gómez
Desde Curitiba
Duele saber que a ciento cincuenta metros de donde estamos tienen detenido a Lula, pero las mujeres y hombres que componen el campamento montado alrededor de la sede policial hacen más llevadera la cosa y tener también momentos de alegría. No sé si la alegría será brasilera pero que los brasileros son alegres, son. Hay un samba que creo que marca claramente la diferencia entre nosotros y ellos, la canción dice así “Eu sei, que a vida devia ser bem melhor e será, mas isso não impede que eu repita, é bonita, é bonita e é bonita”. Hasta el “debía ser mejor y será”, tenemos un tango. Pero los brasileros, por su ascendencia africana, continúan con que la vida es bonita.
La verdad, es que rodeados de compañeros, viendo la gente bailar al ritmo del forró, el samba y comiendo las delicias que salen de las ollas gigantes del MST no se puede decir que la vida no es linda, porque lo es y entre compañeros mucho más. Donde uno quiere hay un grupo dispuesto a sumarnos a la ronda, una guitarra que pide una voz más para cantar, un mate circulando, alguien extendiéndote un vaso con café.
El campamento está desplegado en cuatro manzanas. Sobre dos cuadras de una misma calle están desplegados las distintas barracas de las fuerzas políticas, una carpa para que los periodistas podamos sentarnos a una mesa a trabajar, un puesto de salud montado por el MST, donde hay enfermería permanente para controlar la presión y signos vitales, que se alteran bajo el sol que ninguna nube se animó a tapar en los últimos tres días. Sobre las veredas con pasto se montaron carpas donde pasan la noche los que permanecen, la mayoría duerme en alojamientos solidarios, hoteles sindicales y los que puede pagan donde dormir, se puede conseguir alojamiento a partir de R$35 reales, unos $210.
En la bocacalle que da directo al edificio de la policía donde retienen a Lula y donde todas las mañanas se le envía el buenos días, se montan todos los días actos, rondas alrededor de quien canta, habla o donde dan sus discursos los diversos dirigentes, personalidades públicas, que se acercan hasta aquí a brindar apoyo. En una de las esquinas está la carpa donde llegan las donaciones. Son cientos de kilos de alimentos, paquetes y más paquetes de papel higiénico, hay jabón, desodorante y otros elementos de higiene para quienes permanece acá.
Una compañera del PT de Florianópolis, que ya pasó los sesenta años, se acercó para decirme “la consciencia militante de los compañeros del MST es admirable. Pusieron dos compañeros para que permanezcan frente a los baños químicos. Cuando fui uno me dijo ‘compañera entre tranquila que nosotros estamos aquí para que nadie pueda incomodarla, le voy a asegurar la puerta’ y el hombre se paró delante para que nadie la abriera”.
El almuerzo es también el MST el que lo garantiza, aunque también hay carros donde se pueden comprar espetinhos, brochets de carne, o un sánguche típico de Curitiba, hecho de pernil de cerdo en hebras. Unas cuatro compañeras del MST, de entre treinta y cincuenta años, o quizá menos, pero con la cara curtida de trabajar la tierra, se encargan de alimentar a cientos que estamos acá. La calidad de la verdura, la carne y las frutas que ofrecen generosamente no se consigue en verdulerías ni supermercados, no tienen agrotóxicos y el pollo es criado a la vieja usanza.
El primer bocado del guiso me lleva a los mediodías en la escuela pública en la que hice la doble escolaridad, a los mejores guisos que comí en mi vida, siempre del otro lado de la General Paz, así que me ocupó de preguntar quién cocinó para felicitarla. Es una delicia, compañera, le digo. “Es que está hecho con mucho amor, no hay otro secreto”, me responde una mujer a la que le sobra paz y armonía en la mirada.
Con Marcelo Coltro, que fue uno de los que pensó el Programa Mais Médicos, nos sentamos en el pasto, frente a las cocinas que el MST montó en la vereda, a almorzar. Los compañeros trabajadores rurales se preocupan porque no se nos ensucie la ropa, no somos los únicos que estamos de camisa, pero somos los únicos dos que no la tienen gastada, ni tenemos la cara y las manos curtidas por el trabajo. Marcelo les pregunto por la reacción de los vecinos. Una de las mujeres que cocinó y descansa sentada en la baulera del micro nos dice que se acercaron algunas de las vecinas a felicitarlas por el orden y la limpieza. Fueron varias las casas que se abrieron solidariamente en apoyo al acampe.
Lejos de lo que los medios acostumbran mostrar, acá se ve todo el tiempo un compañero o una compañera con una escoba en la mano barriendo la calle o la vereda, en la que no se ve ni plástico, ni papeles tirados. Cada organización tiene un responsable por la limpieza, el alojamiento, garantizar las “caronas”, como le dicen aquí cuando alguien nos lleva en auto. De Florianópolis van y vienen todo el día militantes.
Informaron que había trece micros saliendo de San Pablo para acá, pero tuvieron que frenar a siete porque no había cómo garantizar lugar en el acampe, el acuerdo con la policía sobre el espacio delimitado no es muy extenso. La dirigente de la CUT que informó la noticia, ante el reclamo de la militancia, fue clara “no queremos una matanza durante la noche”. Pero la orden es permanecer donde estamos.
La mayoría de quienes están en el campamento están del otro lado de los cuarenta, hay muy poca juventud. La militancia de la juventud de Florianópolis que conozco prácticamente no está, la mayoría me dijo que es porque empezaron las clases y la mayoría no trabaja. Entre las setecientas, mil personas que hay aquí, hay muchas jubiladas, otras tantas son del MST, personas trabajadoras no asalariadas; dirigentes sindicales, por lo que tienen licencia para permanecer y personas que trabajan en el partido o con algún diputado.
Pienso en los que no tienen la capacidad de disfrutar de estos momentos, en quienes para disfrutar de estar entre miles de personas tienen que ir a un recital, una fiesta electrónica y que no pueden sentirse seguros entre quienes los medios de comunicación señalan como peligrosos. Después de ver y escuchar el sábado, en medio de las doscientas personas que celebraban al ver que el helicóptero con Lula detenido se acercaba, el gozo y el odio que tenían en sus caras, recordé a aquella mujer aymara que participó del documental que registró el intento de golpe a Evo.
Unos blancos fascistas de Santa Cruz de la Sierra apalearon al esposo de la mujer al grito de indio de mierda y casi lo matan, lo lastimaron feo. Al ser entrevistada la mujer sobre el hecho respondió “sinceramente yo siento pena por esas personas. Nadie viene al mundo para vivir lleno de odio”.
Al estar en este campamento siento felicidad por nosotros, los que militamos, porque la alegría nos pertenece, porque la solidaridad nos sostiene y pienso que si alguna de las tantísimas personas que repiten lo que los medios dicen que nosotros somos participaran de un campamento como este o de algunos de los tantísimos actos que realizamos, sería mucho más fácil su acercamiento a la política. Personas cantando, cuidándose entre ellas, organizadas para garantizar el alimento y la higiene, contradice por completo la imagen que tienen de nosotros. Cuando estoy por terminar esta crónica bajo la sombra de un árbol en la vereda vuelva a sonar el ¡Lula libre! que sale a cada rato de dentro de los compañeros y la gente repite. Un compañero del MST grita ¡Venceremos!