Daniel Ezcurra: pensamiento nacional y peronismo revolucionario
Testimonio de una generación militante, la trayectoria de Daniel Ezcurra condensa, como pocas, los avatares del pensamiento nacional y del peronismo revolucionario en estos más de 40 años de democracia. Historiador, autodidacta, militante y formador de centenares de compañeros y compañeras a lo largo y a lo ancho del país. En sus textos y clases, retumbaban los ecos de todas las resistencias y conquistas que nuestro pueblo ha parido desde los confines de la Patria. Lector juicioso del siglo XIX, solía bromear con el abolengo de su apellido el cual, supuestamente, se remontaba y rozaba a Doña Encarnación Ezcurra. “Los Ezcurra sin tierra”, se apuraba en aclarar.
Ajeno a cualquier tipo de ortodoxia y fatalismo, cultivó una mirada histórica celosa tanto de los factores estructurales como de las causas y los azares. “Aprendiz de brujo” era su metáfora favorita para significar cómo la obstinación, los planes y pronósticos de los sujetos y clases sociales podían alterarse o revertirse, de forma insospechada, por obra de un genio maldito o de la providencia. Allí estaban, para el diálogo, desde Walter Benjamin hasta John William Cooke. Las citas, para Daniel, fueron un motivo de alegría, la oportunidad de compartir un conocimiento, remoto en tiempo y espacio, para medirlo con el drama nacional. Nada más lejos, en su temperamento, que el recurso de autoridad o la pedantería libresca.
Sus temas fueron los temas del pensamiento nacional. Soberanía, desarrollo económico, justicia social, participación y autoestima popular. Nadando contra la corriente, mantuvo viva la llama de las obras y las personalidades insignes de esta matriz teórico-política. Muchos accedimos a la lectura de Hernández Arregui, Pepe Rosa y Roberto Carri, entre otros, gracias a su biblioteca y a su infinita generosidad.
Como digno legatario del nacionalismo popular revolucionario, depositó su confianza en el concurso organizado del pueblo argentino oponiéndose, por el vértice, al nacionalismo oligárquico quienes siempre sostuvieron que la historia es producto exclusivo de la acción de líderes y élites. Empero, también valoraba la naturaleza de la conducción unipersonal de los movimientos nacionales en América Latina. Valoraba, sin duda, el talento y la audacia de Perón, de Néstor y Cristina Kirchner. En el último tiempo, siguió con entusiasmo militante y especial atención el fulgor de la estrella ascendente del gobernador Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires.
No le corrió el cuerpo a la militancia dura, al activismo callejero, durante la totalidad de la década del 90 cuando el justicialismo “realmente existente” hincaba la rodilla en el patíbulo del Consenso de Washington, la entrega nacional y los acuerdos de Madrid. Allí estaba Ezcurra, junto a sus pares, honrando la memoria de un peronismo que no se domesticaba ni en los barrios, ni en los sindicatos, ni en la universidad. Como cicatriz de esa etapa, arrastraba un neumotórax fruto de la salvaje y cobarde represión, del gobierno de la Alianza, en las jornadas de diciembre de 2001.
Desde las ruinas en las que nos dejó el neoliberalismo, participó de la reconstrucción propiciada por el kirchnerismo. Fue un gran servidor público, consecuente y dedicado, y no se dejó capturar por las comodidades de los escritorios oficiales. Bajo su liderazgo, se militaba la gestión. Fue artífice principalísimo de diferentes redes de formación y sociabilidad políticas en todo el territorio nacional. Participó, con honestidad intelectual y compromiso, de los debates de la época. Trabajó y militó 24x7 en el Proyecto Nacional dejando jirones de su salud en el camino.
Amén de su capacidad intelectual, muchos compañeros lo recuerdan por su don de gente. Permitámonos cometer la herejía demoliberal de afirmar que algo del irredentismo setentista palpitaba en su persona pese a que una generación lo separaba de la generación diezmada.
Voluntad, desprendimiento y conmiseración. Daniel escuchaba y estaba pendiente de las penas y alegrías personales de sus compañeros y compañeras.
Otro de sus sellos distintivos fue su pedagogía amable y ocurrente. Profesor, después de todo, siempre tenía a mano una metáfora, una ilustración, un ejemplo para sus alumnos y ciudadanos de a pie. Un poco larguero, quizás, en sus intervenciones. “Mi capacidad de síntesis se fue con la placenta de mi madre” decía y se reía de sí mismo.
No dejó una obra escrita sistematizada. Sus aportes se encuentran dispersos en infinidad de artículos, prólogos, posteos, colaboraciones en libros de terceros y cuadernillos de formación. Nos toca la tarea de reunir y editar sus reflexiones en favor del acervo del peronismo y del pensamiento nacional.
Esposo, hijo y padre amoroso. De Monte Chingolo e hincha de Lanús. Guitarrista y admirador del caudillo catamarqueño Felipe Varela. “Un cuadrazo” se dijo por estos días. “Orbitamos alrededor de su cabeza” se escuchó también.
Concédanme, por último, la primera persona del singular. Si llegaste hasta acá en la lectura, y lo conociste, sabes que no estoy exagerando y que éstas no son palabras de ocasión. Que Dani me haya honrado con su amistad es uno de los máximos orgullos de mi vida. Tuve la oportunidad de decirle cuánto lo apreciaba. Lo voy a extrañar siempre.