Perdidos en la ocupación
Por Ezequiel Kopel
¿Qué une a una estrella de Hollywood con una compañía israelí que produce máquinas para gasificar agua y una organización inglesa que combate la pobreza? No es el amor, tampoco el espanto sino la ocupación de los territorios palestinos, algunas preguntas sobre los beneficios económicos de la colonización y el dilema moral que ello implica.
La semana pasada la actriz hollywodense Scarlett Johansson fue noticia en diversos diarios de todo el mundo luego de que una publicidad que había realizado para la firma israelí Soda Stream (que produce máquinas para gasificar agua corriente y luego saborizarlas) sufriera presiones para no ser transmitida durante el entretiempo del Super Bowl norteamericano por parte de Coca-Cola y Pepsi -los dos mayores anunciantes de dicho evento- pues eran nombrados al final del comercial. La noticia, hasta aquí, se trataba del levantamiento del comercial durante uno de los eventos televisivos con mayor cantidad de público en el planeta luego de las quejas de los gigantes económicos del mercado de gaseosas. Pero la verdadera noticia no estaba en ese hecho sino en la particularidad de que Johansson, que hasta ese momento era embajadora “global” de la organización humanitaria británica Oxfam -que lucha contra el hambre en el mundo entre otras causas “nobles”- se prestara a ser la cara de una empresa que tiene su planta de manufactura en una colonia israelí en territorio palestino, más precisamente en el asentamiento de Maaleh Adumim, uno de los mayores enclaves israelíes en Palestina, considerado ilegal por la comunidad internacional.
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La respuesta de Oxfam, al enterarse que Johansson era la cara comercial de Soda Stream, no tardó en llegar: “Oxfam respeta la independencia de nuestros embajadores. Sin embargo, Oxfam cree que las empresas que operan en los asentamientos profundizan la pobreza y niegan los derechos de las comunidades palestinas que con nuestro trabajo apoyamos. Oxfam se opone a cualquier tipo de comercio con los asentamientos israelíes, los cuales son considerados ilegales bajo la ley internacional”.
La actriz de Perdidos en Tokio tardó unos días en asimilar el golpe y luego emitió su respuesta: “Yo apoyo los productos de Soda Stream y estoy orgullosa de mi trabajo de ocho años como embajadora de Oxfam. Continúo siendo una ardiente defensora de la cooperación económica y la interacción social entre un Israel democrático y Palestina.
Soda Stream es una compañía que apoya a sus vecinos, trabajando juntos, codo a codo, recibiendo igual salario, iguales beneficios e iguales derechos. Soda Stream está construyendo un puente hacia la paz entre Israel y Palestina”. No obstante, Scarlett no quedó conforme con la crítica de Oxfam y su publicista emitió un nuevo comunicado: “Scarlett Johansson ha decidido, de manera respetuosa, finalizar su rol como embajadora de Oxfam luego de ocho años de trabajo y esfuerzo”.
Pero volvamos a la primera declaración de la actriz estadounidense. Sus conceptos vertidos sobre “cooperación económica e interacción social” son, cuando menos, controvertidos: la fábrica principal de Soda Stream (tiene otras dos más pequeñas dentro del Estado de Israel) se encuentra en el Área C de Cisjordania -es decir, bajo control militar y civil israelí-, y, por tal motivo, recibe numerosas exenciones impositivas y apoyo económico del gobierno de Israel, que promueve el desarrollo de complejos industriales dentro de los territorios conquistados. Uno debería preguntar a la agraciada actriz: ¿Cómo va haber “interacción social” si los trabajadores palestinos no pueden visitar los modernos hospitales israelíes al accidentarse en cualquier planta israelí dentro de los territorios ocupados? ¿Cómo puede haber cooperación económica si las cadenas de supermercados israelíes boicotean comercialmente cualquier producto producido en Palestina, por palestinos?
El CEO de Soda Stream, Daniel Birnbaum, defendió la locación de su empresa en el complejo industrial de Maaleh Adumin argumentando que allí se les da trabajo a 500 palestinos que ganan, aproximadamente, 1200 dólares, el doble o el triple que cualquier salario en Palestina. Birnbaum declaró, incluso, que su compañía “está contra la ocupación”, que “todos los trabajadores son iguales en esta fábrica” y “estamos haciendo historia para Israel y Palestina”.
Ahora bien, alguien debería señalarle al señor Birnbaum que todavía no se ha podido crear ningún Estado llamado Palestina debido a que 130 asentamientos israelíes impiden la libre circulación y la continuidad del mismo: Maaleh Adumin, como muchas otras colonias, está construido en tierras originalmente expropiadas a poblados palestinos. Y, según un reporte de la organización de derechos humanos B’Tselem, fechada en febrero del 2009, la apropiación de estas tierras limitan la habilidad de esos poblados para expandirse y crecer. Es imposible pensar que un trabajador palestino es igual a un trabajador israelí en una planta israelí en territorio palestino: el trabajador palestino no tiene ninguna posibilidad de tener una representación sindical o política y, ante cualquier conflicto legal, debe recurrir a una corte militar. ¿Tiene la posibilidad de viajar libremente por los territorios palestinos? No. ¿Tiene la posibilidad de ir a Jerusalén y abrir una cuenta para depositar el dinero generado trabajando para una compañía israelí? No, definitivamente no. Asimismo, la ocupación de Palestina le reporta a Israel diversos y variados beneficios económicos, desde el empleo de mano de obra barata para la construcción (y otras actividades que requieren mucho de la fuerza y poco del dinero y derechos laborales), el aprovechamiento de sus recursos naturales hasta el monopolio del consumo en los territorios colonizados lleno de productos manufacturados en el Estado de Israel. Todo esto sin contar el espacio físico que ocupan las colonias israelíes.
Claramente, cuando un diario como el Financial Times, representante de la derecha inglesa y de los negocios de Londres, titula en un editorial del 31 de enero que “la defensa esgrimida por Scarlett Johansson de que Soda Stream está construyendo un puente hacia la paz entre Israel y Palestina es, por lo menos, ingenua”, nadie medianamente serio puede pensar que la igualdad existe cuando una parte es completamente dependiente de las decisiones y las buenas intenciones de otra parte más fuerte en cuestión.
Eso no es democracia, eso no es cooperación, eso no es interacción: eso se llama ocupación.