Callejeros en libertad: la música no mata
Por Rodrigo Lugones
Estela, la misma que encontró a Guido (contra lo que el mal radical, es decir, los verdugos, intentaron), supo sellar con sus labios estas palabras que echaron luz en la oscuridad de esta causa, aquella que fue distorsionada y mentida mil veces para trocar lo falaz en verosímil.
¿Cómo explicar lo obvio cuando no alcanza ni la más estricta y científica enumeración de argumentos incontrastables? ¿Cómo revertir el efecto mediático de la repetición y la retroalimentación, si la verdad, es decir, las pruebas materiales, se disuelven en el vértigo de la confusión de tendenciosos editoriales que impactan en los inocentes oídos de aquellos que no cuentan con la información necesaria para poder ser justos en sus valoraciones? Si incluso aquellos compañeros que se creen sensibles a las causas populares y las injusticias han caído en las redes invisibles del relato dominante que propusieron los medios hegemónicos.
Muchos nos creen defensores ciegos, otros (valiosos y notables), no encuentran verdad en nuestras palabras y, sencillamente, no nos queda otro remedio que valorarlos “a pesar de…”.
Tal vez uno de los aprendizajes que nos haya entregado este camino es que toda defensa, toda toma de posición implica, necesariamente, definirse por oposición a algo o alguien, es decir, que toda identidad implica la diferencia.
Fue entonces que esta lucha tuvo que estructurarse en otro sentido, optar por una diferencia fundamental, partiendo de cierta soledad, aquella que requiere que los esfuerzos sean dobles, la que demanda que los sacrificios sean mayores, que la impotencia sea fatal frente a la imposibilidad de refutar, en dimensiones proporcionales que puedan considerarse realmente justas, a todos los falseadores que, hábilmente y con la impunidad de la voz acústica que posibilitan los medios, nos dicen lo que “se dice” sin contarnos que lo que “se dice” siempre lo dice alguien que está, aunque no lo quiera, involucrado y no es neutral en absoluto.
Hoy, a casi diez años de esa eterna noche, la noche en la que los funcionarios habilitaron un local que jamás debió haber estado habilitado, la noche en la que el SAME no funcionó y los bomberos no quisieron actuar, la misma en que Chaban huyó, luego de haber coimeado a la policía y de haber cerrado con candado una puerta para que “nadie se cole”, exactamente la misma en la que los músicos que jamás incentivaron la pirotecnia -hecho probado en la causa, no censurar una conducta no es incentivarla- rescataron, junto con los jóvenes del público, a muchísimos seres humanos, salvándoles la vida - la misma en la que los sobrevivientes y los músicos se convirtieron en héroes-; esa noche en la que los músicos no co-organizaron el show, ni entraron pirotecnia, esa en la que hubo 2.800 personas según la causa, en suma, a casi diez años, podemos decir que los músicos encontraron su libertad.
A lo largo de estos diez años, todos los que nos vinculamos, en mayor o menor medida en esta causa, hemos alcanzado un desarrollo a partir de un recorrido común donde una experiencia personal (interiorización de la exterioridad histórica) nos ayuda a comprender y entender el mundo a escala global, la forma en la que la vida y la muerte se relacionan y la manera en que la trama de la injusticia teje, a favor del poder, lo siniestro. Entendimos, por lo tanto, que la historia nos proponía, ni más ni menos, que una causa por la cual luchar. Desde aquella noche, sin que lo supiéramos, nos llamaron la justicia y la verdad a que nos convirtiéramos en sus militantes. Entonces conocimos y entendimos más el mundo, la vida y la muerte, lo justo y lo injusto, la política y la realidad, a partir de lo que nos tocó vivir, directa o indirectamente.
Pese a quién le pese, y mucho menos en este contexto, no podemos dejar de asociar nuestra experiencia personal con un desarrollo histórico de características más generales, es decir, entender cómo nuestra época, y los cambios políticos, económicos y sociales que ella contiene, nos afectan a tal punto que determinan (sin olvidar, por supuesto, la contingencia) el devenir de los acontecimientos. Es insoslayable no remarcar que fue la Corte Suprema, aquella que llegó con Néstor Kirchner, la que, a partir de la revisión del fallo de Casación, posibilitó la libertad concreta de casi todo Callejeros, es decir que fue la encargada de dar justicia, al fin, ante tanto atropello arbitrario de jueces designados por dictadores.
En este orden tampoco podemos aislar la gran noticia de que Guido hoy está entre nosotros como Guido, y que trajo, con su nuevo nacimiento, la justicia bajo el brazo. Fue Estela quien buscó a Guido durante largos 37 años, aquella que se puso esta causa, también, al hombro, y nos dijo que: “La música no mata”, diciéndonos, a la vez, que estando con Callejeros estábamos de "este lado" de la verdad. Dejándonos tranquilos con su claridad y ayudándonos a que pudiéramos extraer más conclusiones de cara a nuestra propia época, que pudiéramos transformar a la muerte en la vida porque, también fue ella quien lo dijo: “del infierno se sale y después, lo que queda, es el paraíso”, su certeza inquebrantable nos dio agua en un desierto que parecía extenderse interminable, su sabiduría, madurada al calor de un dolor ardiente y una serenidad angelical, nos dio la paz que necesitábamos, la paz de los que saben que están del lado correcto.
Siguiendo el ejemplo de Estela, hoy nos encontramos con que la verdad siempre llega, aún "en sufrimiento", derriba barreras impuestas y supera cualquier elemento, tal vez no es inmediata, tal vez atraviese un poroso camino de sinuosidades, pero logra resolverse, en un sentido netamente positivo.
La luz de Estela iluminó la noche eterna y, al fin, un haz se filtró en la historia de Patricio y los suyos, en la historia de casi (no nos olvidemos de Diego Argañaráz) todo Callejeros que hoy, ya se puede decirlo, pueden estar en libertad.
Una vez más lo gritamos, como ella lo dijo: "La música no mata, Callejeros inocentes, ahora y siempre".