¿En qué consiste el ataque estadounidense al Estado Islámico?
Por Ezequiel Kopel
Luego de tres años de rehusarse a inmiscuirse militarmente en la guerra civil en Siria, el presidente los Estados Unidos, Barack Obama, anunció que su país va a extender los bombardeos contra el Estado Islámico en ese país. Obama especificó que el foco de los ataques estará destinado contra los radicales islámicos y no contra las fuerzas del presidente Basher Al-Assad. Sin embargo, el anunciado bombardeo provocó un profundo malestar en el gobierno sirio, ya que el mes pasado le había ofrecido ayuda a Estados Unidos en la lucha contra el Estado Islámico, EI, (ISIS en sus siglas en inglés) y consideraban al ataque estadounidense como una oportunidad de acercamiento con esa potencia.
Pero Assad resulta ser el peor socio posible en la lucha contra el EI, pues los beneficios de esta cooperación táctica son superados masivamente por sus desventajas estratégicas y costos políticos: su ejército está compuesto casi exclusivamente por la minoría alawita que representa sólo el 10 % de la población total de Siria y las poblaciones locales en estas áreas de mayoría sunita, cruciales para el éxito de cualquier esfuerzo de lucha contra la insurgencia, es poco probable que cooperen con su reciente opresor. La reacción de Rusia tampoco tardó en llegar: advirtió que los ataques serán "ilegales" si no son realizados bajo el amparo de una resolución conjunta del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas -paradójicamente, Rusia viene desconociendo diversas resoluciones de la ONU como la que la condenó por el referéndum en Crimea y la previa ocupación militar de la península ucraniana-.
Hasta ese momento, Estados Unidos había lanzado más de 150 ataques aéreos contra posiciones del EI en Irak y entregado armas a las fuerzas iraquíes chiítas y kurdas que combaten al grupo extremista. Tanto el gobierno de Turquía como el de Arabia Saudita -aliados de Estados Unidos- temen que si el conflicto se estabiliza, esas mismas fuerzas migren con entrenamiento y armas americanas hacia sus costas: Turquía tiene un largo conflicto territorial con la minoría kurda y Arabia Saudita considera a cualquier grupo chiíta como potencial enemigo del régimen saudí.
Los actores principales del conflicto político-estratégico desatado por el avance masivo del EI tienen más de un dilema que sortear: Rusia sospecha que su alianza con Irán va terminar siendo más contraproducente que beneficiosa en materia económica (Rusia basa parte de su economía en que el precio del petróleo esté por las nubes); El Líbano se prepara para el retorno de la violencia sectaria entre chiítas y sunitas mientras Hezbollah pelea a favor de Assad en Siria; Turquía se encuentra "preso" del Estado Islámico que amenaza con ejecutar a 49 de sus ciudadanos secuestrados en la toma de la embajada turca en Mosul si cierra sus pasos fronterizos con Irak y Siria; Egipto sabe que los islamistas de su población esperan su oportunidad para hacerse escuchar luego de que los militares los hayan corrido violentamente del centro de la escena que legítimamente ellos mismos conducían después de que la "Hermandad musulmana" ganara democráticamente las elecciones; y Jordania reza para que la avanzada radical fundamentalista no se extienda por sus latitudes. Mientras tanto, Arabia Saudita observa todo con extrema preocupación, al mismo tiempo que construye una barrera de separación de mas de 900 kilómetros en su frontera norte con Irak para evitar infiltraciones, modifica su ley anti-terrorista para penar a cualquier saudí que pertenezca a una organización transnacional islámica (en clara referencia al EI) y ofrece su territorio para que Estados Unidos entrene a fuerzas rebeldes sirias. Saben bien que el objetivo máximo del Estado Islámico no es Irak ni Siria, sino el control de las ciudades santas de La Meca y Medina y la legitimidad que le otorgaría el mundo musulmán como los nuevos emires de Arabia.
La monarquía saudita y su incontable número de príncipes tienen una larga historia de apoyo a organizaciones radicales extranjeras que exportan la extrema versión del Islam que se practica en el reino, el wahabismo (que lleva el nombre de su creador, en el siglo XVIII, Mohammed Abdul Wahhab). Las acciones atroces del EI que tanto han escandalizado al mundo occidental en el último mes, son prácticas cotidianas ejercidas por el mayor aliado y socio de Estados Unidos en Medio Oriente: sólo en 18 días de agosto, 22 personas fueron decapitadas por las autoridades sauditas. El aumento en las decapitaciones realizadas, a razón de una por día, responde a que las autoridades no desean ser considerados como "menos wahabistas" y promotores de la "sharia" (ley islámica) que sus rivales del EI. Las excentricidades y los lujos con los cuales vive la monarquía reinante también juegan a favor en una posible coalición entre sunitas desencantados con el reino y las nuevas fuerzas radicales islamitas. No es casualidad que el líder del Estado Islámico, Abu Bakr al-Baghdadi, ya en 2006, formulara los principios de lo que sería su soñado estado: "diseminar el monoteísmo (sunita), que es el verdadero propósito por el cual el hombre ha sido creado y por el mismo propósito por el cual ha sido llamado al Islam". Exactamente el mismo lenguaje que Mohammed Abdul Wahad usaba hace más de tres siglos para explicar su extrema versión del Islam.
La explicación del devenir del actual conflicto de Medio Oriente tiene que mucho que ver con la opresión de los sunitas en Irak por parte de las políticas sectarias del antiguo primer ministro chiíta, Nouri al-Maliki, y la actuación violenta de Bahser Al Assad al principio de la revuelta siria; pero también con el posterior orden regional impuesto por los Estados Unidos luego de la invasión a Irak en 2003. El gobierno estadounidense se rehusó a reconocer lo que realmente estaba pasando porque contradecía su propia narrativa de que había dejado en Irak a un gobierno inclusivo y republicano que funcionaba de forma aceptable. Cuando en 2012 la violencia interreligiosa en el país crecía sin parar, según las estadísticas de la ONU, y a fines del 2013 el Estado Islámico tomó la ciudad iraquí de Fallujah, los norteamericanos se rehusaron a reconocer lo que era más que aparente hasta la caída de Mosul en junio de ese año: Irak se estaba desintegrando.
Obama, que accedió a la presidencia de su país en gran parte por el hecho de que fue uno de los pocos legisladores que se opuso a la invasión de Irak desde el principio y que, además, cumplió con su promesa de campaña de retirar las tropas estadounidenses del territorio iraquí, ahora se ve obligado a bombardear Siria, donde se encuentra la real base de poder del EI, para garantizar la estabilidad del reino saudita y mantener la mutua cooperación comercial entre ambos estados. Cualquier interrupción del flujo petrolero desde Arabia Saudita hacia el mundo y en particular hacia Estados Unidos destruiría de forma inimaginable la economía americana y la de la Comunidad Europea por los elevados precios del petróleo y, por consiguiente, las finanzas mundiales tal como las conocemos hasta el día de hoy.
No obstante, bombardear desde el aire no alcanza para destruir al islamismo radical, es imposible atacar al extremismo desde la distancia. Cuando las bombas terminen, ¿quién se va a hacer cargo de la población? El fundamentalismo islámico se alimenta de cuatro factores: ignorancia, desesperación, división y el mayor caos posible. Y, actualmente, esa zona del planeta posee esos cuatro ingredientes listos para ser una combinación explosiva y desestabilizante. Sólo con estabilidad económica, desarrollo, educación, libertad religiosa, e igualdad junto con una fuerza nacional responsable que gobierne para todos sus ciudadanos y el fin del apoyo extranjero a dictadores autóctonos, las raíces del terrorismo islamita pueden ser erradicadas. Por lo tanto, vencer al Estado Islámico no parece ser una tarea nada sencilla ni inmediata.