El Estado Islámico está golpeado pero sigue vivo
Por Ezequiel Kopel
Libia
Ayer, fundamentalistas asociados al Estado Islámico decapitaron a ocho guardias y tomaron de rehenes a nueve extranjeros en un ataque al pozo petrolero de Al Ghani. El hecho es uno más de una serie de ataques contra inmigrantes, que se iniciaron el mes pasado, cuando extremistas asesinaron a veintiún cristianos egipcios que estaban en el país mediterráneo en busca de trabajo. Más tarde, el ejército de Egipto respondió militarmente atacando por aire, por primera vez en 24 años, a una nación extranjera. Si bien ciudades libias, como Derna, han sido en el pasado incubadoras de radicalismo islámico, las mismas estuvieron controladas por la férrea dictadura de Muammar Gaddafi que detenía y posteriormente desaparecía a esos militantes. Con la caída de Gaddafi, más la experiencia personal adquirida en Irak durante la revuelta contra las fuerzas estadounidenses, los militantes libios se convirtieron en milicianos; cuando el momento propicio se presentó -el desmembramiento en dos del gobierno central libio- asumieron la representación de EI en Libia y juraron lealtad a Abu Bakr Al Bagdadhi.
Por el momento, los fundamentalistas no controlan una gran extensión de territorio ni cuentan con numerosos miembros (son alrededor de ochocientas y mil personas) como sus "aliados" de Irak y Siria, pero la inestabilidad política, junto a la falta de apoyo de la comunidad internacional para reconstruir "algo" parecido a un estado (Estados Unidos y Francia desaparecieron luego de que con su apoyo militar, los rebeldes libios destruyeran en 2011 al estado cuasi monárquico de Gaddafi) junto a luchas fraticidas para controlar el comercio del petróleo, auguran un futuro incierto pero nada alentador.
Siria
Mientras el presidente Basher Al Assad continúe bombardeando a su población civil, el apoyo sunita al Estado Islámico no va a mermar, más bien todo lo contrario. Assad ya no embiste el frente militar enemigo o las líneas de combate, sino que ha decidido, para proteger a su golpeado ejército, que lo más acertado es atacar donde se agrupan y/o se guardan las fuerzas de sus oponentes: la población civil. Sus ataques se concentran en las zonas dominadas por el Ejército Libre Sirio, el Frente Islámico y el grupo fundamentalista Jabat Al-Nusra. Nadie puede negar que los ataques contra el Estado Islámico son esporádicos y de más baja intensidad que contra sus otros rivales. El motivo es que los yihadistas del EI combaten a sus competidores con igual o mayor fuerza que la empleada contra Assad, y que su destrucción está en las prioridades del régimen sirio. De esta manera puede explicarse por qué Assad liberó a cientos de fundamentalistas islámicos al principio de la revuelta. También esta claro hoy, tres años después de iniciado el conflicto sirio, que el ejército leal a Assad empezó a combatir a un grupo fundamentalista como Al Nusra sólo cuando empezaron a lograr pactos de no-agresión con los denominados grupos "moderados". Para el gobierno sirio, sus mayores enemigos no son los "sanguinarios extremistas islámicos" sino las organizaciones que tienen alguna chance de suplantarlo en el poder con el beneplácito de los otros países musulmanes y de la comunidad internacional.
Assad ha dejado entrever que los Estados Unidos ya no lo miran como el mayor de los problemas en la región, sino como parte de la solución: si existían dudas de que la coalición internacional coordinaba con las autoridades sirias sus ataques contra el EI, una entrevista del presidente sirio a la BBC publicada el mes pasado - donde admite las comunicaciones entre ambos países- confirma lo que ya estaba claro de antemano.
Irak
El ejército iraquí, junto al apoyo de milicias paramilitares chiítas, inició la semana pasada una avanzada militar contra Tikrit, lugar de nacimiento del Saddam Hussein y ciudad controlada hasta el momento por el Estado Islámico. Varias agencias de noticias iraníes, incluida Fars News, destacaron la presencia en el terreno del famoso general iraní Qassem Suleimani, comandante en jefe de la división extraterritorial de la Guardia Revolucionaria iraní, llamada Fuerza Quds. A pesar de que el jueves pasado, en una entrevista a la CNN, el canciller de Irán Javad Zarif dijo que su país "no tiene fuerzas militares en Irak", la presencia de Suleimani -así como la comprobada muerte en Samarra de otro comandante de la Guardia Revolucionaria iraní, Reza Hossein Moghdem- repite la máxima de los Estados Unidos de negar la presencia de tropas militares mientras el ciberespacio se inunda con fotos de asesores militares iraníes comandando a los soldados y milicianos iraquíes. Suleimani no sólo es admirado por los chiítas del mundo, sino que también es revindicado hasta por sus acérrimos enemigos como un gran estratega militar. El año pasado, al tomar Tikrit, el Estado Islámico aniquiló a más de 1700 soldados chiítas del ejército regular, acción que, se sospecha, sólo pudo ser cometida con el activo apoyo de los clanes tribales sunitas presentes en la zona. Por lo tanto, los habitantes de Tikrit y sus alrededores (de mayoría sunita) ven con suma desconfianza la movida militar del gobierno central iraquí que tarde o temprano favorecerá a la población de confesión chiíta, deseosa de venganza. El aparato mediático de la República Islámica de Irán ha dejado correr dos mitos que contradicen la información vertida por testigos presenciales en la zona: que el ataque es un esfuerzo nacional (falso, es una acción militar sectaria chiíta) y que la mayoría de los civiles han abandonado la ciudad (también falso; miles de personas todavía están atrapadas en ella).
La destrucción de Tikrit como resultado inevitable de la conquista, más la posterior polarización de la población sunita cuando los chiítas vuelvan a controlar la ciudad (la Brigada Badr, milicia chiíta entrenada por Irán y conocida por sus atrocidades contra la población sunita en Irak encabeza la ofensiva) provocará un efecto dominó ya repetido con anterioridad: la resistencia sunita en otras ciudades de Irak será mas firme y, por lo tanto, difícil de vencer. Para complicar aún más el asunto con cuestiones religiosas y sectarias, el nombre dado por el ejército iraquí a la operación es "Labbayka ya Rasoul Allah": Respondemos tu llamado, Profeta de Dios.
Arabia Saudita
El reino saudí está asustado y le exige a Estados Unidos que haga algo más que bombardear por aire posiciones del Estado Islámico mientras acuerda con sus rivales de Irán. Los sauditas desean que los estadounidenses invadan Irak e impidan que los chiítas tomen el control del país. Así de simple. "El reino hace hincapié en la necesidad de proporcionar los medios militares necesarios para hacer frente a este desafío en el terreno", le dijo al Secretario de Estado norteamericano el canciller de Arabia Saudita Saud al-Faisal, quien ocupa su cargo ininterrumpidamente desde 1975. Pero como las sugerencias de los custodios de La Meca no convencen a Obama por el momento, la mira está puesta en Egipto y Turquía para formar una alianza sunita contra Irán. Egipto no parece tener ningún problema: la relación ha vuelto a ser más que cordial desde que el gobierno militar egipcio derrocara a la Hermandad Musulmana (Arabia Saudita se opone al islamismo político) y el reino saliera al rescate de la economía egipcia con miles de millones de dólares. En el caso de Turquía, el deseo colisiona con la enemistad que mantiene con el país de los faraones desde 2013: en agosto de ese año, Turquía le pidió a la ONU que impusiera sanciones contra Egipto por interrumpir el gobierno electo de la Hermandad Musulmana, a lo que Egipto respondió al año siguiente presionando a los demás países musulmanes para que bloquearan la intención de los turcos de ocupar un asiento en el Comité de Seguridad del organismo internacional. A su vez, Turquía sólo ve la posibilidad de colaborar con los sauditas si, y sólo si, Basher Al Assad abandona el poder como parte de la solución al conflicto sirio. Pero mientras Ryadh no convenza a Washington de apoyar esa variable, los turcos tienen más de una excusa para no colisionar contra Irán, un país con el que comparte un borde de 560 kilómetros no alterado en casi 400 años.
Lo que parecen no entender Arabia Saudita, Turquía ni Egipto respecto de Irak, es lo que comprendieron muy bien Saddam Hussein o Bin Laden en el pasado: el mayor riesgo contra la estabilidad en Irak no es el yihadismo o el extremismo, sino el sunismo en búsqueda de revancha. Por lo pronto Arabia Saudita, y su protector Estados Unidos, pueden seguir haciendo lo que mejor hacen desde hace tiempo en la región: ser parte del problema y no su solución.