Un país incómodo
Por Pablo Ferreyra*
En la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner demostró nuevamente la vigencia de su enorme capacidad política. Con casi cuatro horas frente al micrófono, expuso un balance de estos doce años de gobiernos kirchneristas caracterizados por avances para los sectores populares. Sobre el cierre de su intervención, la presidenta dejó una frase contundente: “No dejo un país cómodo para los dirigentes, dejo un país cómodo para la gente”. Cristina volvió a dar en la tecla: no son los discursos o las banderas lo que irritan a quienes le disputan el poder, sino la materialización evidente de que perdieron parte de ese poder a manos del pueblo argentino.
Tal como lo expresó la economista Jimena Valdez en un artículo publicado en el número de abril de 2014 de la revista Turba, “desde 1983 se han sucedido gobiernos elegidos por los ciudadanos en las urnas. Desde entonces y hasta 2007, cada presidente entregó, en términos de indicadores laborales y sociales generales, un país peor del que recibió”. El kirchnerismo rompió con esta serie de gobiernos que, en distinta medida y con algunos matices, erosionaron la calidad de nuestra democracia y hasta llevaron a nuestro país a la quiebra mediante el endeudamiento externo y la valorización financiera.
Pero así como no se pueden pasar por alto los invaluables logros que se consiguieron en este tiempo, también el campo popular debe asumir las responsabilidades que exige la nueva etapa histórica. Defender lo obtenido para continuar el avance y alcanzar transformaciones de fondo no puede ser sólo una consigna. Es indispensable que reflexionemos sobre nuestro rol desde los distintos lugares que nos corresponde ocupar.
En la Ciudad de Buenos Aires, las reiteradas derrotas frente al neoliberalismo sufridas en el pasado por los sectores populares representan un déficit que debemos abordar de manera crítica para construir una fuerza que contenga a todos los actores que luchamos por una ciudad igualitaria entre los habitantes del norte y el sur de la Capital. Tampoco debemos evadir la autocrítica y aceptar que, cuando algún sector del denominado “progresismo” o de la centro izquierda tuvo la oportunidad de gestionar el distrito, lo hizo con, al menos, serias deficiencias.
Para las PASO del próximo 26 de abril, los precandidatos a jefe de Gobierno y a legisladores porteños que apoyamos los logros de la última década, confluiremos en una gran interna que muestra nuestras coincidencias sobre la política nacional: respaldamos medidas que le devolvieron la dignidad y la soberanía a nuestro pueblo, como la recuperación de YPF y los fondos jubilatorios; celebramos la amplia y contundente política de derechos humanos, y construimos cotidianamente para alcanzar un país inclusivo, sin desigualdades y con mejor calidad de vida para todos y todas.
Sin embargo, pese a que compartimos una visión sobre el país, la interna oficial del Frente para la Victoria se encuentra hegemonizada por actores pertenecientes al Partido Justicialista porteño y exponentes cuya política ya fracasó en la Ciudad de Buenos Aires. Este panorama, da cuenta de la necesidad de rediscutir las características de los sectores populares en la Ciudad. No podemos seguir dejando de lado a actores sociales y políticos que son representativos de los porteños por no compartir una tradición o una lógica partidaria. Construir una alternativa real al macrismo requiere dejar de lado esta actitud fragmentaria.
*Candidato a jefe de Gobierno porteño por Alternativa Buenos Aires (ALBA) y legislador de Seamos Libres.