Operativos de seguridad: separar, dividir y mortificar
Por Juan Ciucci
APU: ¿Por qué afirman que los "operativos de seguridad" en el fútbol argentino intervienen en la construcción y reproducción de escenarios de violencia?
Matías Godio: Los operativos de seguridad en eventos masivos como el fútbol son metáforas de un sistema cultural más amplio. Es decir, en ellos se condensan sensibilidades culturales, jurídicas y normativas que proyectan una visión de lo social y de lo humano, de las formas ideales que una sociedad tiene de cómo debe ser la razón y la pasión en contextos colectivos. Lo que argumentamos en nuestro artículo es que desde hace varias décadas los operativos parten de la negatividad del conflicto, pero sobre todo, parten de una supuesta imposibilidad del encuentro con la otredad, con su radicalidad más extrema. En nombre de la "no violencia" se instala una rigidez estructural con premisas culturales que se alojan en los actores sociales del campo futbolístico, dejando afuera por ejemplo la posibilidad de prácticas jocosas de la rivalidad o la polifonía que lo han creado como tal, inclusive como espectáculo de masas en donde las tribunas son parte del espectáculo. Hablamos de dispositivo cultural de los operativos porque en éste se proyectan sobre los actores coordenadas de una especie de condición humana de la violencia. El dispositivo reproduce la violencia en la medida en que la supone como condición de existencia para sí misma y la representa en detalles con estrategias de separación y mortificación. La proyecta por todos lados sin buscar comprenderla. No nos referimos a las barras únicamente, sino al espectador común que es incluido en esa visión del ser humano liberado a las pasiones, un ser humano que es casi como un niño, incapaz de tener un encendedor sin transformarse en un peligro y una amenaza para el orden social puesto en escena en el espectáculo.
APU: ¿Cuáles son las consecuencias de asimilar las causas de la violencia en el fútbol con las del delito urbano?
MG: Esto tiene que ver con la pregunta anterior. Quizás no debamos hablar de consecuencias y sí de objetivos que se persiguen con esa simplificación. Es obvio que la pobreza, la desazón, la marginalidad son factores que conviven en estos dos universos y fenómenos. Sería casi estúpido negar ese hecho. Pero si analizamos los dispositivos vemos los objetivos culturales de esa simplificación y podremos ver también que detrás de esa verdad de perogrullo hay un modelo de control social en proceso de experimentación y afirmación global. Es obvio que los suicidas islámicos reclutan entre los pobres y marginales, pero no alcanza con decir eso para explicar el fenómeno de la crueldad. Hay 3 mil millones de pobres en el mundo, ¿cuántos de ellos son terroristas o criminales? Una ínfima minoría, estadísticamente es pequeña. Fundamentando el problema en términos de "causas" de delito urbano se justifica el ciclo de la exclusión, ahora en un estadio convertido en metáfora de la sociedad. ¿Qué hacer entonces bajo esa perspectiva?.. más cárceles por supuesto. De todas formas, insisto, no se trata únicamente de los barras, ellos nos son tontos, ¿qué quieren que hagan? Finalmente, tratan de ganarse la vida con lo que tienen a su alcance, el aguante y la violencia son herramientas. ¿O no? Pero de lo que se trata es del resto de los espectadores a los cuales se les obliga a abandonar su condición de ciudadano, apagar su voz, una vez que se entra en un estadio.
APU: ¿Cómo repercute en la violencia en le fútbol las disposiciones, estado y accesos a los estadios de fútbol y por qué hablan de una "mortificación constante de los cuerpos y mentes de los hinchas"?
MG: Hay en los operativos mecanismos de mortificación de los cuerpos y las mentes tan antiguos como aquéllos que se practican en las instituciones totales con los presos o los locos. Se ejercen sobre cualquiera que entre a un estadio de fútbol. Excepto, claro, a la barra. ¿No es un poco extraño? En realidad me parece que con la barra se ejerce de otra forma, cosificándola bajo la forma de "banda" o "manada", por ejemplo a través de los micros que las llevan y traen con custodias policiales, lo que en la jerga policial se llama "hinchadas envasadas". Pero para los espectadores comunes están los embudos, los cacheos, la detección y confiscación de objetos peligrosos como los encendedores, paraguas, botellas, etc. Estas son formas sistemáticas de des-subjetivación y construcción de cuerpos humanos en rebaños al que se los conduce sin saber a dónde. Cuando el sujeto entra finalmente al estadio se le ha retirado derechos mínimos, pero más importante todavía es que se le ha retirado responsabilidades en todo lo que ocurre allí dentro. Entonces si ya no tiene responsabilidades… Mientras tanto las barras son construidas como una banda de salvajes, como los lobos de esta historia. Aun hoy, sin hinchadas visitantes en los estadios sigue habiendo dualidades y dicotomías, formas de la amenaza permanente. El control se ejerce así en nombre de la imposibilidad hobsiana de lo social, de una suerte de maldad intrínseca que está naturalizada. Ciertamente, al eliminar al otro, el dispositivo tiene ahora más eficacia en cuanto al flujo de público y al tratamiento de los espectadores.
APU: ¿Qué consecuencias tiene la visión expulsiva de los hinchas como modalidad de solución al conflicto?
MG: En efecto, las cosas han cambiado desde que escribimos el ultimo texto sobre los dispositivos. Nosotros decíamos que los llamados pulmones de seguridad que se distribuían en las tribunas de los estadios eran la expresión espacial de una visión cultural sobre la violencia que se corporiza en los estadios de fútbol. De alguna forma, los pulmones ponían en escena la única solución que esa perspectiva veía para resolver el problema criminal: la del vacío, la ausencia de seres humanos. Era interesante, porque de alguna manera decía: "ven, no pueden estar juntos, tenemos que separarlos.. ven, no pueden llevar encendedores, tenemos que sacárselos". Por eso proponíamos hacer "pulmones de convivencia", para invertir esa lógica sirviéndonos de la trayectoria del dispositivo, no negándolo. Ahora se ha radicalizado esa visón, pero al punto de ocultarse completamente de la mirada colectiva a través de la disposición que prohíbe el publico visitante en los estadios. Es decir, directamente el otro se retira del estadio. Esto, creo, además de haber generado un desplazamiento de los crímenes fuera del estadio –temporal y espacialmente- o bien intra-hinchadas, desinstala la posibilidad de pensar los estadios de fútbol como espacios pedagógicos, formativos y festivos, espacios en los que la violencia puede ser escenificada sin que necesariamente se realice, es decir la violencia en su condición ritual. El modelo parece buscar una mutación del espectáculo a la medida del dispositivo televisivo y probablemente lo consiga.