La piel del poema: poéticamente habita el hombre
Por Agustín Romero
El mito es “lo que tiene Ser por medio de su pronunciación”, es decir, se revela en el instante en que se enuncia. De la misma manera, el desarrollo de La piel del poema se vuelve posible cuando este mito se pronuncia. El mito es lo que da origen.
La obra comienza con la aparición de un fantasma, un gaucho maricón, que deambula solitario en busca de aquello que le falta: el amor de aquel hombre a quien no puede, no quiere olvidar. Pero, ¿acaso no estamos nosotros también buscando siempre aquello que nos falta, aquello que se nos sustrae todo el tiempo y que nunca vamos a poder hallar? Es así que el conflicto principal de la obra se desata cuando el gaucho errante confunde a una mujer con quien fue el objeto de su amor y la secuestra. Se trata siempre, para aliviar la angustia, de poner la falta en cualquier objeto al que se cree que alguna vez podrá alcanzarse, pero, como decía aquel filósofo alemán, la esencia del hombre es ser uno que señala la sustracción.
Situada en el litoral correntino, la obra propone una acertada alianza entre el costumbrismo, el pop y una exagerada artificialidad reforzada por la escenografía, la música incidental en vivo, la desmesura y el despliegue de algunas actuaciones, como la del gaucho homosexual, encarnado por Marcos Ferrante, y los textos extraordinarios de Nacho Bartolone, quien también dirige la obra.
En La piel del poema, el texto es puro cuerpo, es un actor más, el principal. Uno puede oírlo, observarlo y tocar su piel. Es un artefacto trabajado con excepcional precisión, en el que el lenguaje popular asume su potencia y su ardor poéticos, y uno se deja llevar por el fluir de esas palabras, como aquel río por donde navega en busca de la cautiva el policía de mayor rango, la marimacha del pueblo y el poeta policía.
¿Es posible ser poeta y policía? ¿No es casi un oxímoron? Como decía Roberto Bolaño, el poeta es también un detective, un policía que busca los rastros, las huellas, es aquel que puede leer los signos perdidos del mundo y escribirlos. Interpretado por Luciano Ricio, el poeta policía es un personaje entrañable, que inspira una gran ternura, de una gran ingenuidad y, al mismo tiempo, representa lo justo, la razón. Así como el director logra construir un gran artefacto textual, él cree, de modo inocente, que aprendiendo su funcionamiento a partir de un audio español, va a poder producir poesía, pero de ese modo no logra ir más allá de las fronteras de su piel, y quizás no lo logre nunca porque, “se necesitan malos poetas. Buenas personas, pero poetas malos. Dos, cien, mil malos poetas se necesitan más para que estallen las diez mil flores del poema”.