Es la ocupación de Palestina, estúpido
Por Ezequiel Kopel
Los violentos eventos de las últimas dos semanas, en los cuales más de treinta personas murieron, junto al pánico generalizado en la población de Israel por los constantes ataques espontáneos de jóvenes palestinos armados con cuchillos contra civiles israelíes, han sido catalogados por muchos referentes políticos y sociales como el inicio de una "tercera Intifada”. Si bien los primeros actos de resistencia popular palestina se produjeron a sólo un mes de finalizada la Guerra de los Seis Días (1967), las Intifadas (levantamientos) se caracterizan por ser insurrecciones masivas donde casi la totalidad de la sociedad palestina y sus organizaciones participan activamente. Hasta ahora, y sólo por el momento, el 80 por ciento de los atacantes palestinos provienen de Jerusalén Este.
Con esta situación en ciernes, el presidente de Palestina, Mahmmoud Abbas, ha ordenado a sus fuerzas de seguridad de que traten de detener cualquier ataque violento. Asimismo, los organismos de seguridad palestinos afirman categóricamente que la violencia puede ser contenida pero, para lograr un resultado exitoso, Israel debe demostrar moderación en sus reacciones. Estas evaluaciones optimistas se basan en el hecho de que los asaltantes, excepto la célula que asesinó a la familia Henkins, cerca del asentamiento israelí de Itamar, a principios de mes, no poseen recursos externos ni son coordinados por ninguno de los diferentes liderazgos palestinos. Por otra parte, el servicio secreto de seguridad interna israelí, Shin Bet, le informó al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que Abbas ejerce un rol pacificador que intenta frenar la violencia palestina. No obstante, líderes israelíes -de todo el espectro político- parecen hacer caso omiso a estas recomendaciones: el otrora candidato de centro-izquierda, Issac Herzog, pidió que los barrios palestinos de Jerusalén "sean sellados"; de la misma forma, el líder derechista Avigdor Liberman exigió un gobierno militar para los habitantes árabes de la ciudad. A pesar de que Israel anexó "de facto" Jerusalén Este hace más de cuatro décadas, los palestinos de esta ciudad mantienen la condición de "residente permanente" del Estado de Israel -el mismo estatuto concedido a los ciudadanos extranjeros que libremente han elegido vivir en Israel- y no como ciudadanos. Incluso Netanyahu desestimó los informes profesionales de su servicio secreto al afirmar a viva voz que "Abbas debe dejar de mentir e incitar a su gente en contra de Israel".
Prever el comienzo de una Intifada es tan difícil como confirmar el advenimiento de un tsunami: hay signos e indicios pero hasta que la ola incontenible no hace su irrupción devastadora es imposible afirmar que lo que acontece no se trata de otro fenómeno. Respecto de los levantamientos palestinos, el razonamiento sigue la misma lógica: durante el inicio de la Primera Intifada (1987) el ministro de Defensa israelí -responsable máximo de la seguridad en los territorios palestinos-, Yitzhak Rabin, desestimó la insurrección y decidió no cancelar un viaje previsto a Estados Unidos del que regresó once días después, cuando la insurrección palestina estaba en pleno desarrollo. En cuanto a la Segunda intifada (2000), su implosión sorprendió al mismísimo grupo extremista religioso Hamás, que tenía a la mayoría de sus jefes políticos y militares presos en cárceles palestinas, luego de la gran ola de terrorismo suicida desatada por la organización entre 1996 y 1997. Durante seis meses, Hamás observó el levantamiento pensando que sólo se trataba de un enfrentamiento político entre los, por entonces, primer ministro Ehud Barak y el presidente de la Organización de Liberación de Palestina, Yasser Arafat y que, tarde o temprano, terminaría en una conferencia de paz. Sólo al comprobar que la situación se había deteriorado lo suficiente, producto de un cambio en las reglas del juego, junto a un uso desproporcionado de la fuerza (Israel comenzó a bombardear ciudades y objetivos de la Autoridad Palestina), Hamás restableció su ala militar "Las Brigadas Izz al-Din al-Qassam" y tomó la iniciativa. De esta manera, la mayoría de las bajas civiles israelíes durante este periodo fueron producto de los ataques suicidas librados por esa organización. Tiempo después (cuando, en enero de 2002, Israel asesinó al líder de las "Brigadas de Al Aqsa", Raed Karni, durante un declarado cese al fuego entre Israel y la Autoridad Palestina) fueron secundados en ese tipo de ataques suicidas por las organizaciones mayoritarias de la Organización de Liberación Palestina (OLP), desatando una violencia sin control que terminó con la invasión de las ciudades palestinas durante la operación "Escudo Defensivo". Por lo tanto, afirmar o negar que haya comenzado una tercera Intifada es, cuando menos, improbable. Tal vez, lo más conveniente sea seguir el consejo del avezado periodista Shlomi Eldar cuando dice que "cuando parezca un pato y camine como un pato, será la hora de llamarlo así".
La lucha por la independencia de Palestina es feroz e indiscriminada (los repudiables ataques a civiles, mujeres y niños, por ejemplo) pero responde a una violenta y agobiante ocupación de casi medio siglo de los territorios palestinos. Luego de suprimir la segunda Intifada (2000-2005), los israelíes creyeron que se podía mantener una "vida normal" mientras continuaban ocupando y bloqueando a millones de personas. Ningún pueblo permanece impávido frente a la confiscación y colonización de sus tierras y recursos naturales, al control a su libre movimiento y a la limitación de sus ya reducidos derechos civiles, junto a la constante represión y las incontables muertes de sus compatriotas. La ocupación de los territorios palestinos no es sólo una lucha en contra de la ocupación; es, a la vez, una disputa por el respeto a los derechos humanos de un pueblo, vapuleados por el pueblo que los ocupa.
Sin lugar a dudas, la Guerra de Independencia palestina es sangrienta así como lo ha sido la Guerra de Independencia de Israel (1948), que incluyó la expulsión de más de 700 mil palestinos de sus viviendas y poblados junto a numerosas matanzas. La opinión pública israelí gusta repetir el mantra de anhelar la paz mientras que los palestinos sólo apoyan la violencia. Pero la situación es opuesta: entre 1993 y 2000, durante las conversaciones de paz de Oslo, el número de colonos judíos en Cisjordania (sin incluir Jerusalén Este), aumentó casi el doble: de 110.900 a 190.206, según la asociación israelí para los derechos humanos en los territorios ocupados B'Tselem y la separación entre Gaza y Cisjordania -a pesar de que bajo los términos de los Acuerdos de Oslo eran una "única unidad territorial"-se profundizó. En ese tiempo, como en la actualidad, los palestinos continúan como prisioneros en su propia tierra, no pueden moverse libremente en su territorio, o entrar ni salir sin el beneplácito de la ocupación israelí. Además, no gozan de derechos políticos ni de independencia financiera mientras que los israelíes gozan de prosperidad económica y periodos de tranquilidad.
Durante el verano de 1967, el escritor israelí Yeshayahu Leibowitz había vaticinado que la ocupación corrompería a Israel y lo transformaría en un estado policial. Luego de la reacción de la primera Intifada (1987-1993), los mismos israelíes obtuvieron una muestra cabal de que no existe algo parecido a una "ocupación buena" ni que una nación puede dominar a otra durante décadas sin comportarse cruelmente contra el ocupado, sin asesinar personas sin juicio ni destruir las vidas de miles de personas. Sin embargo, el Estado de Israel decidió profundizar la política de las colonias y el control sobre los palestinos Por todo esto, es posible decir que, desde hace 48 años, son los palestinos -y no los israelíes- las principales víctimas de una ocupación violenta, constante y cotidiana. Una colonización que no cesa pero que pide tranquilidad y paz a cambio.