“Las narrativas sionistas harán que la sociedad israelí se encuentre frente a un espejo en el que no se querrá reconocer”

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    Federico Donner
ENTREVISTA

“Las narrativas sionistas harán que la sociedad israelí se encuentre frente a un espejo en el que no se querrá reconocer”

13 Octubre 2024

Federico Donner, profesor de Historia de la Filosofía Contemporánea, conversó con AGENCIA PACO URONDO sobre Palestina. Anatomía de un genocidio, libro publicado por Tinta y Limón en Argentina, donde ocho intelectuales de origen judío y ocho de origen palestino donde reflejan su mirada sobre lo que está aconteciendo en el territorio que comparten Israel y Palestina.

Agencia Paco Urondo: ¿Cuándo y cómo surgió la idea de convocar distintos autores para este libro?

Federico Donner: Ha resultado de la colaboración conjunta de investigadores chilenos y argentinos. La iniciativa nació en Chile gracias al periodista Faride Zerán, el editor Paulo Slachevsky y al filósofo Rodrigo Karmy Bolton. Ellos tres decidieron convocar a ocho intelectuales de origen judío y a ocho de origen palestino, inmediatamente después de la ofensiva israelí que se desató desde el 8 de octubre del año pasado.

Dos meses después que ellos habían cursado las invitaciones a los distintos autores, se encontraron con que Francesca Albanese, Relatora Especial de Naciones Unidas para la situación de los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados Palestinos, tituló a su informe del mismo modo que este libro: Anatomía de un genocidio.

La editorial Lom se asoció con Tinta Limón para la coedición del libro en nuestro país. Previamente, hubo una publicación en Chile bajo el sello Lom y otra en el País Vasco por la editorial Txalaparta.

APU: El mal que aqueja al Estado de Israel es que estaríamos hablando de un desierto que no es tal y de una extensión compartida. ¿Cómo ves el tema del espacio entre Israel y Palestina?

F.D.: Debemos considerar qué tipos de espacialidades, de territorialidades que se dan en Israel-Palestina. El régimen de segregación de los palestinos que lleva desplegando Israel produce varios espacios diferenciados, lo que implica que los palestinos de los diferentes territorios tienen que tener también estrategias diferenciadas.

No es lo mismo hablar de los palestinos expulsados en 1947-1948 (durante la Nakba) que portan las llaves de sus casas a las que no pudieron retornar, que aquellos que quedaron dentro de las fronteras israelíes. Y digo “fronteras” por llamarlas de algún modo, ya que Israel no las tiene delimitadas, no se sabe cuáles son y configuran un dispositivo de control colonial, de captura de la vida de los palestinos. Los habitantes de Gaza están controlados militarmente por Israel aunque en teoría no lo están “administrativamente”, ya que Hamas ganó las elecciones hace casi 20 años, pero el resultado no fue reconocido por Israel.

Luego están los palestinos de Cisjordania, allí también son sujetos colonizados por una potencia ocupante que despliega sus colonias y su sistema de apartheid articulado con el muro de la vergüenza. Si bien es cierto que existe una Autoridad Palestina, esta ha sido funcional a la ocupación. Finalmente, hay muchos palestinos que viven dentro de las fronteras israelíes y tienen dicha ciudadanía y que, en teoría, gozan de los mismos derechos que los israelíes judíos. Esto no se plasma en la realidad, ya que el sistema educativo los invisibiliza y los discrimina, los municipios les retacean los permisos para construcción de viviendas, el estado israelí les dificulta el acceso al agua para consumo y para la agricultura, así en cada aspecto de la vida cotidiana.

APU: ¿Cómo es esto de que detrás de una estrategia militar hay un uso inesperado del posestructuralismo?

F.D.: Shimon Naveh es un conocido militar israelí que además es arquitecto y doctor en filosofía. Naveh se ha basado en las teorías postestructuralistas de la filosofía para desarrollar tácticas contrainsurgentes. Fundamentalmente, toma de Jacques Derrida el concepto de deconstrucción y de Gilles Deleuze los conceptos de rizoma y de desterritorialización, aplicándolos para combatir a las guerrillas urbanas, es decir, a la resistencia palestina.

Esas tácticas son aplicadas por el ejército israelí en los Territorios Ocupados cuando toman una casa por sorpresa, mantienen a la familia de rehén y usan la casa como punto estratégico para los francotiradores. Se trata de concebir al territorio urbano ya no desde la perspectiva moderna, con sus vectores geométricos, sino de pensar al territorio desde todas las perspectivas posibles. Los ingresos posibles a una vivienda ya no son las ventanas o las puertas, sino que pueden ser accedidas o transitadas de otras maneras. Las casas se convierten en trincheras. Esto lo muestra muy bien el documental de Yotam Feldman, The Lab (El laboratorio): allí Gaza no es solamente un territorio en disputa, sino que es un espacio de ensayo, de testeo bélico. Esta cuestión la desarrolla muy bien Eyal Weizman en su libro A través de los muros. De cómo el ejército israelí se apoderó de la teoría crítica posmoderna y reinventó la guerra urbana.

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Tapa de palestina, anatomía de un genocidio

APU: Dado que israelíes y palestinos habitan el mismo espacio y pertenecen al mismo árbol semítico, ¿qué lleva a buena parte de Israel a creer que su mentalidad no pertenece también al Oriente Medio? Dicho de otro modo, ¿son tan distintos?

F.D.: Se trata del mismo espacio sólo si lo pensamos desde una perspectiva geográfica objetivista, pero es un espacio intervenido, un campo de disputa producido por la geografía imaginaria estatal sionista. Ese espacio es diferenciado y dividido por un complejo sistema que incluye el dispositivo del apartheid, pero que lo rebasa y lo integra. Algunos sociólogos israelíes de la nueva generación utilizan el término Bantustina (una fusión de Palestina y los bantustanes sudafricanos).

Todo esto está profundamente vinculado con la paradoja que planteás, respecto a la historia común de árabes y judíos bajo la figura de lo semita y el hecho de que gran parte de la sociedad israelí se piensa como ajena a Oriente Medio. Resulta clave señalar que el sionismo es una ideología profundamente orientalista. Podríamos decir, provocativamente, que es un discurso político antisemita. ¿En qué sentido? En que primero tendríamos que deconstruir este término “semítico” que, como toda categoría dada, es una categoría construida.

Edward Said, en su libro Orientalismo, la describe perfectamente. El orientalismo es la es la producción imaginaria a través de distintos saberes, discursos, escritos, instituciones que Occidente produce sobre Oriente. El orientalismo se enraiza en un dominio colonial y material que produce en el siglo XIX una figura privilegiada, que según Said, se encarna en el orientalista, por lo general un funcionario colonial francés o británico, que a su vez es un erudito, el único capaz de comprender la exótica naturaleza del oriental. Este discurso orientalista es de exterioridad: los occidentales son quienes pueden realmente conocer y describir al oriental, que es incapaz de conocer su propia esencia, porque carece de un pensamiento abstracto y lógico. El oriental precisa ser gobernado, desea ser gobernado, porque no está en su naturaleza el mando sino la obediencia. Este racismo, cultural y en etapas posteriores biológico, se encuentra a su vez atravesado por el saber de la filología naciente.

Cuando Occidente descubre que la edad de las lenguas es otra, que las lenguas de la Biblia no son más antiguas, aparece, como apunta Said, el laboratorio filológico orientalista. Allí nace, como hipótesis primera, la idea de que existe una esencia lingüística de lo semita y otra de lo ario (indoeuropeo). Cuando se descubre/ inventa la esencia de las lenguas semíticas, se produce al mismo tiempo su diferenciación con las lenguas arias. Por lo tanto, el término semita es utilizado por la Europa colonial para estigmatizar, subalternizar al otro-árabe, al otro-judío, al otro-musulmán. Durante siglos, los árabes y los musulmanes fueron catalogados de semitas (al igual que los judíos) de manera peyorativa. Por ello mismo ahora resulta ridículo que Israel acuse a los palestinos de ser antisemitas. ¿Los palestinos entonces serían arios? Esto no resiste el menor análisis.

Cuando los judíos sionistas acusan a los palestinos de ser antisemitas, olvidan que el sionismo, en sus orígenes, se postula como “el muro de contención de la barbarie oriental”. Es en ese sentido que afirmaba antes que el sionismo es orientalista y antisemita ya que reproduce los estereotipos coloniales de los siglos XIX y XX.

Esa dimensión orientalista del sionismo alimenta el relato de que Israel es la única democracia del Medio Oriente, soslayando su régimen militar sobre los palestinos. También alimenta otra increíble falacia, reproducida aún hoy, que sostiene que el ejército israelí es el más moral del mundo, ya que sería respetuoso de los derechos humanos como ningún otro. Basta ver los inagotables testimonios de sus propios soldados que evidencian lo contrario, que pueden ser consultados en el portal de Breaking the Silence, una ONG israelí formada por veteranos del ejército objetores de conciencia.

“La nazificación del otro habilita a que se transforme en un ser exterminable”.

APU: Hablame un poco más de esta ilusión de la desconexión y sus dispositivos.

F.D.: El despliegue de los dispositivos israelíes de diferenciación y segmentación de la población palestina viene de la mano de esta ilusión de la desconexión que pretende una separación absoluta entre los dos estados. Israel presenta todo el tiempo a las acciones armadas de la resistencia palestina como una intrusión a su territorio, cuando los palestinos no son dueños de sus fronteras; lo mismo sucede en Cisjordania, aunque de modo diferente. Allí, la desconexión –o la ilusión de la desconexión- se da a través de una gran cantidad de checkpoints, de controles y también de dispositivos que buscan dificultar o impedir el movimiento de los palestinos en todo sentido (como el muro de la vergüenza), al mismo tiempo que los colonos sionistas de Cisjordania tienen acceso a carreteras de circunvalación exclusivas para judíos.

Hasta hace pocas décadas, los palestinos aún eran visibles para los israelíes. El despliegue de dispositivos biopolíticos -en el sentido de Agamben y de Foucault- es la producción de dos vidas: la vida que merece ser vivida, la vida en comunidad, políticamente calificada y la mera vida desnuda. El régimen israelí es un régimen biopolítico que expulsa o extermina a aquellos que considera subhumanos; así es como piensa el general Yoav Gallant, el ministro de Defensa de Israel.

Esta pretensión de desconexión es, en realidad, ontológica, en el sentido de que hay una escisión entre el ciudadano israelí, completo, miembro de la polis y, por otra parte, la vida de los palestinos, una mera vida biológica. Es por todo esto que algunos sociólogos israelíes como Oren Yiftachel hablan de etnocracia.

El intento de separación lo vinculo también con un concepto que utiliza Zygmunt Bauman, en Modernidad y Holocausto, que es el término de adiaforización: es una suerte de anestesiamiento social, ya que la responsabilidad moral y jurídico-política de un acto se pierde en las complejas tramas de estructuras administrativas burocráticas. En la medida en que los palestinos concretos desaparecen de la vida cotidiana, para el israelí laico, occidentalizado de Tel Aviv, no hay prácticamente palestinos. A lo sumo ven trabajadores que van siendo reemplazados por mano de obra barata que viene de Rumania o de Tailandia o de países africanos.

Cuando ocurren acontecimientos como el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, se rompe ese simulacro de desconexión y aparece una red que la sociedad israelí no puede ver y no soporta. De ahí que se escuche, en los medios masivos y en casi todo el arco político las mismas palabras: “son todos terroristas, hay que matarlos, hay que expulsarlos”. Estas expresiones que, históricamente, pertenecían a partidos de ultraderecha israelí y que incluso provocaban la burla del resto de la gente, hoy en día ocupan el centro.

La desconexión territorial, la adiaforización de los palestinos ha contribuido a que se los vea como seres inferiores, cuya vida no vale la pena ser respetada, no importa. La idea que tienen del 7 de octubre es que se trata de un mero problema técnico de seguridad y no de un problema político. No pueden ver al elefante en la habitación. Esta política de invisibilización del otro palestino no es exclusiva de la derecha o la centroderecha, sino que se trata de una política de estado.

APU: ¿Son los palestinos los judíos de ayer? Entonces, ¿quiénes serían los nazis?

F.D.: Creo que actualmente el uso del término nazi es más una proyección de quien lo instrumentaliza que de quien es etiquetado. Recuerdo que en la primera mitad de la década de 1990, en las manifestaciones que precedieron al asesinato de Rabin, los simpatizantes del Likud y del Mafdal iban con pancartas de Rabin y Arafat con uniformes nazis. Rabin pagó con su propia vida la hutzpá (osadía) de considerar a los palestinos como pares, como interlocutores, no la cesión de territorios estratégicos o sagrados, o la posibilidad de la construcción de un estado palestino.

Cuando en el discurso político israelí se afirma que alguien es nazi, se refiere a alguien que debe ser expulsado de la comunidad política. Tiene que ver con esta visión biopolítica de una vida que es descartable. La nazificación del otro habilita a que se transforme en un ser exterminable. Se trata de la figura del homo sacer (hombre sagrado) que elabora Agamben: aquel que es matable y cuya muerte no constituye un crimen. Es un término biopolítico comparable a las figuras del narco o del terrorista, o a la del subversivo en la década de 1970.

Esta nazificación oculta lo evidente: que Israel es una potencia colonial con la particularidad de que se muestra como víctima de esa población ocupada. Al intentar describir al ataque de Hamas como el peor atentado contra judíos después del nazismo apunta a ocultar quién es la potencia colonial ocupante y a producir una mera vida desnuda que es matable sin ningún tipo de consecuencias. Durante los primeros meses del genocidio, todos los medios de comunicación de Occidente afirmaron sin sonrojarse que es legítimo que Israel extermine a Hamas, ignorando la legalidad internacional de la resistencia armada frente a una potencia ocupante.

APU: Para llegar a un estado plurinacional debieran existir condiciones políticas y socioculturales para dicho cambio. ¿Puede haber Estado de Israel sin sionismo en el gobierno?

F.D.: Israel recibe una impresionante ayuda de Estados Unidos, lo que responde a un factor geopolítico evidente. Por otra parte, el imaginario sionista repite muchos aspectos del romanticismo alemán, en el sentido de que el judío israelí -a diferencia del judío europeo- se parece mucho al judío descrito por los antisemitas: el judío débil, amedrentado. En cambio, el judío sionista empuña el arado y el fusil, defiende su tierra y ha convertido el desierto en un vergel.

Es tan profunda la invisibilización de los palestinos en el proyecto sionista que deben ser pocos en el mundo occidental que no asocien el boom del cultivo de naranjas con la supuesta superioridad israelí en materia tecnológica y productiva, ignorando que Palestina exportaba naranjas desde la época del Imperio Otomano y los palestinos, por su hospitalidad, les enseñaban a los migrantes judíos a cultivarlas y cosecharlas.

Para pensar en la posibilidad de un estado plurinacional, los israelíes deberían desandar el larguísimo camino transitado por el sionismo, particularmente por el sionismo laico y socialista, en el que jamás reconocieron la existencia de un pueblo palestino ni la dignidad de su cultura y su política.

APU: ¿No vislumbrás la posibilidad de que la narrativa sionista pueda ser sustituida por otra narrativa estatal de signo contrario?

F.D.:Se trata de algo más siniestro y más inquietante todavía. Pareciera que para la cultura israelí la única forma de no ser una víctima es convertirse en victimario. En mi texto yo trabajo algo que va todavía más profundamente en esa dirección y que tiene que ver con cómo se expresa eso en algunos géneros estéticos muy marginales como los Stalags -unos cómics pornográficos de finales la década del ’50 que tuvieron mucho éxito entre los jóvenes israelíes. Se trata de una relación mimética, en la que la única forma de dejar de ser víctima parece ser que es asumir el rol del victimario. Desde esa perspectiva, podemos analizar también los videos de Tik Tok, de Instagram, y de las redes sociales israelíes, en la línea estética de lo que Sayak Valencia llama capitalismo gore y capitalismo snuff. Allí los perpetradores del genocidio actual se muestran obscenamente en tiempo real en el escenario de la muerte, mofándose de sus víctimas como si se tratara de un gag, haciendo gala de un impúdico exhibicionismo de su violencia y su desprecio.

Las narrativas sionistas que articulan el régimen de visibilidad de la limpieza étnica de los palestinos y ahora de su genocidio harán, más temprano que tarde, que la sociedad israelí se encuentre frente a un espejo en el que no se querrá reconocer, y quizás allí se abra el espacio político para reconocer al otro como un semejante por el que se es responsable, tal como enseña buena parte de la tradición ética del judaísmo.