Manguel y este servidor, por Horacio González
Por Horacio González
¿Cómo recibí la noticia del nombramiento de Alberto Manguel como director de la Biblioteca Nacional? Es un autor que había leído con gusto, exquisito buceador en perlas del relato que engarzan con metáforas que se repiten a lo largo de la historia y permiten estudiar la posición del lector y del libro en las diferentes manifestaciones de las herencias literarias más antiguas (y hasta el comic), por lo tanto me pareció que era el más indicado de los tantos nombres que en la semana previa, al circular los probables candidatos para la Biblioteca Nacional, me habían sobresaltado.
Sabía de su fervor borgeano y de su convivencia como contertulio de las clases que Borges daba en la vieja Biblioteca Nacional, todo lo cual me es familiar, y su lectura de Borges hace muy fácil concordar con él, aunque de esa relación personal yo puedo argüir tan solo haberle interrumpido a Borges alguna clase, en tiempos de las grandes movilizaciones de los años 60. No me arrepiento; Borges salió a enfrentarnos como preparándose a uno de sus grandes duelos, tan bien relatados en muchos de sus cuentos, por lo que pude ver a Juan Muraña en acción.
Espero conversar con Manguel cuando venga a Buenos Aires. He visto que su nombramiento desencadenó una inagotable y merecida colección de elogios, y en cuanto a su obra, los comparto plenamente, pues lo he leído con placer, dado que su tema principal –la historia de la conciencia lectora- me interesa sobremanera. Obligación de quienes trabajamos con y en bibliotecas. Con el tiempo, será cuestión de discutir sus textos en relación a los de Hans Blumemberg, Piglia, Aby Warburg, Lezama Lima y Roger Chartier. Manguel no es un académico, y eso me gusta. Pero quizás hace predominar demasiado una primera persona hedónica al escribir, lo que indudablemente lo acerca al lector que goza con los refinados ademanes con los que un autor exhibe sus preferencias. Me gustará discutirlo con él cuando venga a Buenos Aires.
Y ésta palabra, o esta localización toponímica es precisamente la cuestión. Me parece un tanto inadecuado nombrar un destacado investigador y bibliófilo para director de la Biblioteca Nacional y que venga a ésta ciudad para hacerse cargo del nombramiento recién seis meses después. Mientras tanto la Biblioteca Nacional quedará con una dirección administrativa sesgada. Entiendo los dilemas de Manguel y sus compromisos, pero me parece evidente que debería tomar su cargo de inmediato, atendiendo a sus declaraciones de que era imposible rechazarlo. Por otro lado, la información que posee sobre la Biblioteca Nacional debe y tiene que ser más precisa. En las entrevistas previas ha sido prudente y no ha aceptado las banalidades a los que nos tiene acostumbrado el periodismo corporativo oficial –en esto, lo felicito-, pero ciertas cosas que ha afirmado revelan dramáticamente que a pesar de estar bastante informado sobre la Argentina y la Biblioteca, nada de esto es muy fácil después de décadas de estar ausente del país.
El gran problema que resta es que el cargo no solo consiste en cultivar la memoria de Borges (lo que nosotros ejercimos con detenimiento y convicciones evidentes), sino que también debe pensar que desde que Borges dejó la Biblioteca hasta el día de hoy han pasado muchas cosas y de muy diverso tenor, además de que la Biblioteca ha tomado rumbos de innegable relevancia colectiva, social y cultural. Manguel es un liberal cosmopolita. Nada objeto a sus creencias, puesto que además le permitieron escribir una obra delicada y digna del placer que el texto provoca en el lector. Pero es válido preguntarse también, dado que el cargo de la Biblioteca (como dicen los bancos y otras entidades) es “políticamente expuesto”, si aceptará las orientaciones del gobierno de Macri, que aunque declaran su fe en el ejercicio de las libertades, ya asoma con amenazadores despuntes que atentan contra las diversas formas de autonomismo social.