Intrusos en la tierra de Manguel
Por Agustina Paz Frontera
En la entrada del predio ferial de la Rural, donde cada año desde el 2000 se desarrolla la Feria del libro, ésta es la 42º, una chica hace una encuesta a los visitantes, lee y registra en su tablet: “¿Cómo te enterás de los libros que lees? ¿Por tu familia, por youtubers?”, luego “¿cuántas veces fuiste el último año a la Biblioteca nacional? la chica cachetona encuestada, infla más sus graciosas mejillas y niega con vergüenza, “no, nunca fuí”. La encuestadora asiente, desliza su dedo flaco por la pantalla táctil. A pocos metros de ahí se inaugura la Feria, nada menos que en la Sala Jorge Luis Borges. Dos largas colas, una de invitados especiales, otra de público general hacen de pasarelas para los modelitos del nuevo funcionariado, “no entra más nadie”, dice uno de seguridad que no convence a nadie. Unas señoras delicadamente maquilladas con productos de marca parisina apuran sus pies cansados (con taquito chino) hasta la entrada de Prensa, “por favor”, piden, “queremos ver a Manguel”, buscan favoritismo como hacen las chicas con pupo al aire en la entrada de todos los boliches del mundo. ¿No saben ellas tan hermosas y cultas que este señor, invitado como autor, “de casualidad Director de la Biblioteca nacional”, a la inauguración de la Feria más importante de América Latina (la más importante del mundo, diría minutos más tarde el Ministro de Cultura) es el responsable de más de 250 despidos de trabajadores que sí trabajaban en la Biblioteca nacional? “Pero si no asumió, nena”, podrían responder, así como responde Alberto Manguel a la prensa: “ se supone que soy el director, pero al mismo tiempo no asumo el cargo…” Hay gran expectativa por conocer al fin, cara a cara, a este señor estrella, gran escritor de nuestra lengua, que conoció la Biblioteca que vino a dirigir el mismo día que fue nombrado, no antes, así son de extraños los intelectuales, “que viven en el mundo de los sueños que nos regalan los libros”, como diría luego el Vicejefe de Gobierno de la Ciudad Diego Santilli, inspirado.
En la cola de los especiales, estaba escabullido el flamante Director de Cultura de La Biblioteca Nacional, Ezequiel Martínez, editor general adjunto de la Revista Ñ (suplemento cultural del diario Clarín) y director de la Fundación que homenajea a su padre: Tomás Eloy Martínez, padre que comparte con un hermano, casualmente, bibliotecario.
—¿Alguna vez te imaginaste ser funcionario?
—Jamás, siempre hice gestión pero jamás me imaginé una responsabilidad tan grande.
—¿Qué fue lo primero que pensaste cuando te enteraste, tenías algún proyecto pendiente que dijiste “por fin podré desarrollarlo”?
—Fue un chispazo de alegría que me haya elegido él (Alberto Manguel). Yo lo había convocado al Premio Clarín de Novela, nos conocimos en ese contexto, pero él tiene mucha trayectoria, me parece un hombre muy serio, estoy entusiasmado.
—Hay quienes dicen que la nueva gestión va a barrer con todo lo que hizo la anterior, que suponía una Biblioteca abierta a la gente, con actividades de todos tipo, no sólo centrada en la lectura, ¿qué pensás, es así?
—Nada de lo anterior se va a destruir. Por supuesto que cada uno tiene su impronta, es innegable.
—¿Hay proyectos?
—Hay muchas cosas para hacer. Es una gran responsabilidad.
—¿Cómo va a seguir adelante sin las personas despedidas?
—Es un desafío
Martínez ya ha adelantado los pasos a seguir de la biblioteca, luego de asumir el pasado 15 de abril. En principio buscan un modelo de Biblioteca desligado de la lengua, los contactos de los libros con otras artes y los escritores vivos. El Museo del Libro y de la lengua, que dirigía la socióloga María Pia López, ocupada de registrar la historia de los libros, las editoriales y de las lenguas, de intentar capturarlos en su vitalidad, en el habla de los que habitan todo el territorio, en las formas de leer de los que escriben, los que leen hoy, acá, sin descuidar nuestras tradiciones y nuestros maestros. Lejos este modelo del que cuenta Ezequiel Martínez, en reciente entrevista de La Nación, que refiere a la reducción del Museo a una “sala más de exhibición”. Una idea de museo arqueológico, de figuras de cera, alejado del devenir cultural dinámico, contradictorio y político. En el mismo sentido y en el mismo diario, el Director “electo” (que asumirá efectivamente a fines de junio), se refirió a lo que para él debería ser una biblioteca: una biblioteca. ¿Qué conceptos encierra esta tautología pícara? ¿acaso Manguel puede dividir, como un super héroe semiótico, la palabra biblioteca de la idea de biblioteca o de la biblioteca en sí? ¿Qué modelo de biblioteca tomará?: “una biblioteca tiene que ser un instrumento para sus lectores. No puede ser un monumento que se baste a sí mismo o una institución que adopte matices más atrayentes para ser más popular. Si usted reparte caramelos en un hospital, va a venir más gente con sonrisas, pero ése no es el propósito del hospital. Entonces, pienso que la Biblioteca Nacional tendrá que funcionar como una biblioteca”. A ojo de pájaro, lo que Manguel desprecia es el modelo popular de la Biblioteca, que quiere a la gente en sus pasillos, aprendiendo danza, leyendo libros, buscando en la Biblioteca digital Trapalanda, participando de charlas de Físicos, de poetas y de cualquieras. Una Biblioteca que cree en los libros como objetos imantantes vivos, no letras muertas.
Mientras toda esta información arruina nuestros marzos y abriles, marchamos ahora sí hacia la Sala Jorge Luis Borges a escuchar a los oradores que inaugurarán la 42º Feria Internacional del libro de Buenos Aires. Junto a mí una señora desconocida me dice “pasemos adelante, parece que no vinieron tantos funcionarios”; allí fuimos, adelante, vimos las espaldas de Avelluto y Santilli, muy atrás quedó Martínez, por allí estaba Claudia Piñeiro, una escritora a la que se le conoce la cara. Cierto nerviosismo no pudo ser sosegado por las melodías celtas con que los organizadores ambientaban la extensa sala, “música del mundo”, pensamos todos. En tono cuchicheo, alguien me dice que Avelluto hizo averiguaciones para tasar las salas de la Biblioteca, así podía alquilarlas, que en ese mismo momento, suspiro del otro lado de por medio, cuestionó que la biblioteca diera espacio a actividades de editoriales chicas, cuando se puede hacer eventos grandes como con el escritor Martín Caparrós. Y cantamos el himno, que es de todos y todas, ¿hace cuánto no lo cantábamos?, poca onda la concurrencia, pienso, siempre se puede bailar un poco en especial en esa parte que hace tiempo me enseñaron a no cantar: “oh juremos con gloria morir”.
El primer orador fue el Presidente de la Fundación el libro Martín Gremmelspacher. Mencionó Premios literarios y aniversarios destacados de este año: Cervantes, Shakespeare, Borges, aplaudimos, Borges, “siempre presente en la fiesta del libro, agiganta su figura con el tiempo”, mencionó el bicentenario de nuestra independencia y citó un verso del conocido como Himno de América latina, “Canción con todos”, del Fronterizo salteño César Isella: “todas las voces pueden ser canción en el viento”. Aplaudimos, qué lindo. Cerca del escenario un degradé de matizadores y tinturas rubias cobrizas formaban un paisaje expresionista, recuerdan a ese cielo que en el fondo de El grito de Evard Munch nos da la idea de lo que se viene (y que el hombrecito que grita ya ha visto). Pero algo nos sorprende para bien: “cuando las políticas públicas son buenas, los gobiernos tienen la obligación de continuar con ellas, por eso celebro que la actual administración continúe con el programa Libro % de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares” (CONABIP, cuyo director elegido por Avelluto es Leandro De Sagastizábal, ex Editor de Eudeba), un programa que facilita la adquisición de libros a bibliotecas de todo el país, y agregó, “esperamos, también, que se pongan en práctica los programas de compras de libros por parte del Ministerio de Educación de la Nación”, abajo, observando y escuchando no estaba el Ministro de Educación Esteban Bullrich, pero sí estaban Santilli y Avelluto, para pasarle la sugerencia. Sobre el final Gremmelspacher dejó caer que “con el llamado ¨sinceramiento de la economía¨ bajaron las ventas en las librerías y quienes más sufren son las editoriales pequeñas”, que por las facilidades que el nuevo gobierno da para las importaciones han subido las mismas un 40% mientras las exportaciones se retrajeron un 10%, habló de que quienes defienden este modelo imaginan que así se produce mayor diversidad, que los detractores señalan ahí una amenaza de ahogamiento para los actores medianos y pequeños. “De todo laberinto se sale por arriba”; citó a Leopoldo Marechal, ¿pero cómo? gritamos para adentro, “con la ayuda de políticas de Estado”, que se recomponga el poder del salario. Y siguió: no podemos estar en crisis, “Argentina posee la mayor cantidad de librerías por habitante de toda América latina”, aplausos. Al bajar del estrado lo esperan los brazos de Hernán Lombardi, Titular del Sistema federal de Medios y Contenidos Públicos, que le prometió un documental sobre las ferias del libro, para transmitir por el sobreviviente Canal Encuentro.
¿Cómo podría el Director de la Fundación el Libro, no mencionar que en la biblioteca más grande hay transformaciones cruentas? ¿Cómo si hasta un trabajador de Higiene y Seguridad de la Biblioteca perdió su vida tras las idas y vueltas de sus empleadores, que lo echaban, reincorporaban, sin pensar un segundo es sus patologías cardíacas? Pues bien, esperemos, es el turno de Diego Santilli, quien ama leer.
“¡Bravo, Diego!”, gritan muy del fondo, aplauden, y comienza su discurso: “esta es una mágica edición, los libros son sueño, maravilla, emoción”. Nadie lo pondría en duda: “el valor de lo que es un libro está dado por la familia, llegar a casa y tener que leer con mis hijos, imaginar y soñar con ellos”, dijo, emocionado, seguramente soñando despierto, pero enseguida se puso serio y entonces relacionó esos sueños con el reverso: la falta de sueños que tuvieron esos chicos que murieron en Costa Salguero, esos chicos cuyas familias dejaron que se desalienten (quizás si leían no morían, podríamos interpretar), porque “la falta de sueños te lleva a tomar ese veneno”. Aplausos.
En la Biblioteca Nacional cerraron todos los talleres, los suspendieron hasta nuevo aviso, aclaró a la prensa la actual Directora Interina de la biblioteca Elsa Esperanza Barber, quien fue vice directora desde 2007, acompañando al entonces Director Horacio González. Fueron 19 talleres que no comenzaron este año, son 700 personas que no se acercarán a la biblioteca, más de 20 talleristas que no renovaron el contrato de 2500 pesos mensuales, que en algunos casos llevaban 10 años y trascendían gestiones y signos políticos. Quizás de esto hable Avelluto, todavía nos deben hablar del trabajador cuyo corazón no aguantó más.
Macri eligió a Avelluto, que eligió a Manguel, están viviendo sus días preciosos. La política de recorte del gasto público y de las políticas sociales y la apertura a capitales internacionales se traslada de eslabón en eslabón, Macri es empresario y defiende la lógica de la maximización de los beneficios, así es Avelluto, viene de más de una década como editor en uno de los grupos editoriales transnacionales más importantes, que maximiza beneficios, y allí Manguel -una misteriosa caricatura de escritor del siglo XIX cuya voz conoceremos en segundo nomás- juega a la autonomía del arte.
Avelluto fue concreto, le va bien con el fraseo: “conozco este lugar/ desde el viejo predio municipal”, donde se hizo la feria hasta 1999. “Sé de qué se trata/ de lo difícil que es exportar/cuando hay cánones que pagar/ el mercado del libro argentino/ tiene mucho por crecer/ese crecimiento está sobretodo/ afuera de nuestras fronteras”. Festejó que la CONABIP sIga otorgando 12 millones de pesos para Bibliotecas del país, no se refirió a la situación en la Biblioteca nacional, pero sí se explayó sobre la industria global, la necesidad de simplificar las exportaciones y dio una curiosa definición económica de cultura: “el valor agregado de una ciudad”; podemos decir que el nuevo ministro de cultura no se avergüenza de afirmar la mercantilización de la cultura, que tantos pensadores del siglo XX alertaron como maleficio, y finalmente, el cierre, para el aplauso cerrado: “la industria argentina tiene que pensarse a sí misma, fuimos protagonistas y ya no lo somos, tenemos todo para hacerlo, está en nuestras manos, tenemos que aprovechar que tenemos un gobierno carente de prejuicios ideológicos, ¡el desafío está en nosotros!” Aplausos, señores, aplausos, dos asientos atrás Barber y Martínez, juntos como primos, de perfil bajo, se encantan de estar acá.
“Al fin”, dice una señora a mi lado, cuando se anuncia la atracción central. Sube al escenario un hombre que podría sacar de su pantalón pinzado de tela invernal un reloj de bolsillo dorado. “Buenos Aires fue fundada por libros”, dice, va diciendo “7 libros medianos de cuero negro” cuando un murmullo, un cuerpo que se mueve en el público y una mujer levanta un cartel que dice “¿Quién mató al trabajador de la Biblioteca?”, nadie le presta atención, detrás del cartel una Biblioteca Nacional formada por códigos de barra empieza a opinar lo que todos callamos. Otra mujer se para detrás, y otra, y uno por allá, y atrás otros, “La biblioteca nacional no es un negocio”, son 5 en todo el lugar, ahora se suman 10 allá, 5 más allá, alguien empieza a aplaudir, “La biblioteca no es una off shore”, códigos de barra, silencio, y el Director en Licencia Manguel, desde el escenario, continúa hablando del fraile y cronista Bartolomé de las Casas, pero nadie lo oye, los aplausos crecen y se mueven. “¿Quién dirige la Biblioteca nacional”?, dice el cartel de una mujer que se quedó a mitad de pasillo mirando fija hacia el escenario, y Manguel, como si sólo pudiera leer libros (y sus propios discursos) no atiende la expresión, pacífica, de los 50 lectores autoconvocados que encontraron ese modo de reclamar por la Biblioteca que sintieron propia. No son trabajadores o extrabajadores de la Biblioteca, son artistas, escritores, amas de casa, pero sobre todo, lectores, que declaran en labibliotecanoesunnegocio.tumblr.com el amor hacia la que supo ser su ”casa, un living” de “sociabilidades generosas”, que ahora desaparece bajo los pases mágicos de los libros del liberalismo. La biblioteca ha empezado a morir en manos del mercado. Resurgirá otra, pensamos, hecha a gusto de los que ganaron las elecciones, esos que hacen silencio para escuchar que Manguel se refiera a “la insaciable codicia de los conquistadores” y a que “las gentes son fáciles de sujetar”, una biblioteca hecha a disgusto de los que aplaudimos a los lectores envalentonados, que ahora caminan con pies pesados, en sigilo, convencidos de que cultura es mucho más que una fórmula contable. “¡Fuera!”, grita alguien cuando ya estaba afuera. El público quedó tontolón, sobraron miradas cómplices, nadie levantó una mano, ¿qué acababa de pasarnos a todos menos a Manguel, que en el escenario hablaba de Don Quijote como un loco lector que se le secó la cabeza? Para algunos, una performance pacífica, para otros una clásica muestra de la intolerancia del perdedor, una intrusión del resentido en el campo del ganador, así lo entendieron quienes por única vez gritaron eufóricos al escuchar estas palabras que Manguel leía de su anotador: “Poseer libros y ser lectores no basta cuando se trata de aprender cómo actuar con el respeto y la estima del otro, y cómo buscar justicia en un mundo persistentemente injusto”. Ovación, aplausos, “¡Bravo, Alberto!”, reaccionan unos. Espejito-espejito, dirían otros.
El discurso prosigue sobre moral caballeresca, haciendo transposiciones inteligentes del Quijote a la política nacional, “la mentira contagia a la gente del pueblo”, dice (habla como en una novela, qué acento de caballero porta Manguel), “tienen los medios para imaginar un mundo mejor y no lo hacen”, “el Quijote fue un libro subversivo (...) contra la arrogancia de los letrados universitarios (...) Quijote: no dejarse convencer por eslóganes ni creer en noticias. Ser más tolerantes y felices”: aplauso cerrado, espejito-espejito.
Afuera de la Sala Borges los lectores repartían volantes, llenaban de mensajes los pasillos de la feria, a su paso levantaban festejos, apoyos, y muchos menos cotilleos de viejas chismosas que divertidas de enojarse decían: “váyanse, ya se fue La Cristina”. Adentro, un Manguel que recordaba el paso de De La Rua por los estudios de Tinelli y el Dinosaurio Bernardo, titubeaba en traspiés detrás de la locutora, hasta que finalmente la liga de los libros lo rescató y cortaron juntos la cinta albiceleste, quedaba inaugurada la la Feria del Libro 2016.