Parate de lengua
Por Santiago Gómez
Desde Florianópolis
Conocí Brasil gracias a una profesora que me invitó a un congreso en Porto Alegre por un texto publicado en un diario. Al llegar descubrí que entendía casi todo lo que me decían sin haber estudiado el idioma. Durante la segunda noche soñé en portugués o creí que fue en portugués que había soñado. Al día siguiente la profesora me regaló un libro, lo abrí frente a ella en cualquier parte y elegí un párrafo que empezaba así: “De saida vamos analisar”. ¿Cómo de salida?, me pregunté. Nosotros hubiéramos dicho “de entrada”. Me atrajo que pusieran la atención en el lugar del que salían. Esto me llevó a pensar cuáles serían las consecuencias sociales de pararse diciendo estoy saliendo o entrando. Pero por sobre todas las cosas me hizo pensar cómo fue que soñé en otra idioma.
En portugués no era posible que hubiera soñado porque jamás lo había escuchado, leído o tratado de entender hasta ese momento, así que en lo que pude haber soñado fue en gallego. En gallego hablaban mis abuelos cuando no querían que los entendiéramos y creí que no les entendía hasta los catorce años cuando fui a Galicia. Una amiga de mi prima me preguntó si me molestaba que hablaran en gallego y cuando empecé a entender recuerdo que me asusté. ¿Cómo era posible? Como ya me analizaba lo primero que pensé fue: hice que no escuchaba. Lo cierto es que no recuerdo las conversaciones de mis abuelos, ni jamás en mi familia intentaron enseñarnos el idioma.
A los veinticinco años fui al Centro Gallego a aprenderlo, duré dos meses. Entendía al escucharlo, al leerlo, pero en cuanto el profesor me pidió que lo hablara dejé de ir. No me atreví a hacerlo mal. Quizá alguno podrá estar preguntándose qué tiene que ver el portugués con el gallego y es que Portugal fue parte del reino de Galicia, hasta que se separó. Así que el primero que dijo “yo soy portugués” lo hizo en gallego. Poquísimos fueron los brasileros que conocí y sabían que existía el idioma gallego, parece que los portugueses poco dijeron.
Lo que les puedo contar es que es más difícil hablar el portugués, porque tiene vocales abiertas, cerradas, mucha nasalidad. Requiere mucho ejercicio conseguir ese sonido, como con cualquier otro instrumento. La pronunciación de la b y la v es más fácil, hay que recordar cómo las diferenciaba la maestra en el dictado. Al igual que los españoles diferencian el sonido entre la s, la c, la z, la ss y la ç, algo que sé que jamás voy a conseguir hacer bien. Para nosotros todas suenan como eses, pero acá por el sonido puede querer decir una cosa u otra. El día que en el trabajo dije “cómo me gusta la pizza de mi mujer”, y no dije “pitza”, sino que sonó pisa, todos comenzaron a reírse.
Disfruto pensar sobre las variaciones de sonido, las formas de decir. Este verano nos visitó una amiga chaqueña y charlando en la playa nos contó que dos hombres se pelearon en un bar, pero no dijo pelearon, dijo “se desconocieron y ahí nomás sacaron el cuchillo”. Se desconocieron... Jamás lo había escuchado. Cuánta belleza, cuánto humanismo. Un lugar en el que hay que llegar a desconocerse para agredirse.
Enseguida agarré el teléfono y compartí la anécdota en el grupo de mensajes de la agencia, donde la mayoría no es porteña aunque vive en Buenos Aires. Empezaron a llegar los mensajes sobre cómo llamaban algunas cosas en sus lugares: que si galleta, masitas, galletitas, la paty, chunear o “caras sucias”, como le dicen en Bahía Blanca a las tortitas negras. Compartiendo diferencias surgió la idea de hacer un suplemento sobre nuestras diferencias federales en la lengua. Y a mí porteño en otro país, me tocó escribir sobre algunas diferencias entre una lengua y la otra.
Lo que primero me impactó fue que no se dice gracias sino “obrigado”, que significa obligado. La esclavitud está muy presente. Si decís gracias te entienden, yo opté por gratidão que en portugués sería un muchas gracias. No hablan de vos, acá en el sur hablan de tú, la mayoría habla de você, que fue lo que quedó de Vuestra Excelencia. Se conjuga como una segunda persona del singular. En algunas regiones ni você dicen, se limitan a “cê”. Para reconocer una posición jerárquica no tratan a la persona de usted, sino de “o senhor”. “A dialética do senhor e o escravo” fue como tradujeron lo que conocemos en castellano como “La dialéctica del amo y el esclavo”. Al cafetero esclavista lo llaman “O senhor da fazenda”. Me resisto a tratar a alguien de “o senhor”. A veces lo hago pero con personas pobres que pasaron los sesenta.
Pero no se trata solo de lo que dicen, sino cómo lo hacen, y la verdad, es que los brasileros hacen música hasta cuando hablan. Me dicen que la musicalidad del portugués tiene mucho del Tupí-Guaraní, hasta ahora no encontré a nadie que me cuente cuáles son los sonidos de África en esta lengua. Me gusta que no se dice que algo tiene sentido sino que algo hace sentido. “Faz sentido ou não faz sentido”. De esta forma es más fácil entender que el sentido, el significado, se hace, es algo que se produce.
Al vivir en otra idioma empezás a descubrir lo que produce en el cuerpo crecer en una lengua, la cantidad de movimientos que te limita. Eso lo descubrí con Laura, que la felicitan desde nuestro primer viaje por la pronunciación. Consigue hacer la rr como ellos, la hace sonar en las cuerdas vocales. Ella es una más de las personas que en Argentina mandaron a la fonoaudióloga porque pronunciaba mal la rr, pero es cuestión de cruzar la frontera que acá suena perfecto. Esto me puso a pensar en que crecer en una lengua no sólo limita tus movimientos, sino también las posibilidades de sonar.